El despertar
Democracia con adjetivos y una propuesta
José Agustín Ortiz Pinchetti
La resolución del Trife coronó un proceso electoral
aberrante, en el que los árbitros parecen desesperados por mostrar su
parcialidad. Aunque la compra de votos, las encuestas manipuladas, el
financiamiento excesivo e ilícito, la campaña encubierta de Televisa
y orquestada con casi todos los medios hicieron inauténtico e irregular el
proceso, y aunque estos hechos fueron notorios, al punto que más de la mitad de
la población consideró los comicios irregulares y comprados, los consejeros,
magistrados y fiscales, a pesar de tener facultades para verificar, se negaron
y destruyeron la posibilidad misma del sufragio efectivo.
Habría que preguntarse qué tipo de régimen político es el
que queda después del desastre. Se supone que somos una democracia, así nos
ostentamos y así se nos reconoce (con una sonrisa irónica) internacionalmente.
Pero de ninguna manera será la democracia sin adjetivos que propusieron Gómez
Morín y Enrique Krauze. Es tan atípica que habrá de darle algunos adjetivos, y
ya empiezan a aparecer varios: comprable, deficitaria, electoralmente
autoritaria, semiflexible, funcional-corrompible, etcétera. Si revisamos los
diferentes tipos de democracia genuina vemos que no se ajusta a ninguno. Quizás
ayudaría remontarnos hasta los griegos. En la distinción clásica no nos
ajustaríamos a una democracia porque aquí no gobierna el pueblo. Tampoco a una
monarquía, aunque el PRI quisiera restaurar la presidencia imperial. No es una
aristocracia, porque la mayoría de los poderosos no son los mejores, sino los peores.
Se acerca más bien a una forma espuria: la oligarquía.
Hasta hace unos 25 años, la oligarquía mexicana era un
grupo reducido que ejercía su influencia sobre el gobierno para que favoreciera
sus intereses. Hoy ellos determinan al gobierno y, de hecho, desde la penumbra
eligen al presidente y determinan así el manejo de la administración pública en
su favor. Para imponer su decisión hacen inversiones colosales para comprar
votos, pagan encuestas a modo, se valen de los medios que controlan,
cuentan no sólo con cuatro partidos que les son afines, sino también con un
aparato de administración electoral que pagan los contribuyentes.
Quiero hacer una propuesta: los oligarcas deben ser
considerados grandes electores, pero no desde la penumbra, sino formalmente.
Así, deben aparecer en público, que todos sepamos quiénes son y otorgarles por
mandato constitucional la designación de presidente. Será muy fácil
identificarlos si nos atenemos a la lista de la revista Forbes (mucho
más seria que las encuestas mexicanas); ahí dentro de los hombres más ricos del
mundo se identificaría a los 12 mexicanos con más dinero. Si alguno no puede
asistir por problemas legales (es el caso de El Chapo Guzmán) podría
mandar un personero. Estos 12 magníficos deliberarían hasta encontrar al hombre
más afín a sus intereses. Este método, cuyo costo sería bajísimo, nos ahorraría
los 17 mil millones del gasto fiscal anual en elecciones, además de casi otros
5 mil decontribuciones. No habría IFE ni Trife ni Fepade. ¿Para qué
instituciones tan costosas como inútiles, por previsibles?
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