María Teresa Jardí
La capacidad perdida de anticipar el futuro
IV y última parte por ahora
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Si Calderón no hubiera renunciado a su capacidad para anticipar el futuro, como
su actuación a lo largo de los seis terribles años de su “reinado” habría sido
otra, no hubiera tenido que enfrentar, el día de su último grito dado en el
Palacio Nacional, el desprecio que el pueblo, que masacró con el pretexto de su
falsa guerra para legitimarse, siente por él. Llegó usurpando y deja el puesto,
no ganado de manera transparente en las urnas, como genocida.
Los altos ocupantes del antaño puesto honroso de representar y de prestar el
servicio público para los otros están convertidos en seres mutilados. Son
políticos que ejercen el oficio de desgobernar a un pueblo que los sufre como
seis años de pesadilla atroz que una y otra vez se repite. Pesadilla que por la
noche se sueña y por la mañana al despertar se encuentra. Hace demasiado tiempo
que los que desgobiernan el país se conforman con pasar a la historia
recordados por la mediocridad, la corrupción, el desastre, el desprestigio y el
odio despertado en la sociedad como sus únicas divisas.
Peña Nieto tendría que tener ya un plan claro para combatir a los
narcotraficantes, empezando por los lavadores de dinero que están en su equipo,
a los pederastas y a los criminales que sobran en su partido y también pululan
por el resto de los partidos satélites que hoy avalan al PRI.
Peña tendría que llamar a un nuevo Constituyente en aras de limpiar al que ya
no concita ni el más mínimo de los respetos necesarios para obtener, quien
gobierna, los apoyos sociales. Necesarios siempre, pero en particular cuando se
atraviesa por una crisis acompañada de cifras espeluznantes de ejecutados
diarios que ya raros días bajan de medio centenar.
Controlar los daños por lo que toca a la venta de droga al menudeo. No con falsas
ilusiones. La receta es simple: propiciando la salud social de la misma manera
que al pueblo mexicano se le ha convertido en enfermo.
El peor de los problemas a enfrentar por Peña es el del control de los grupos
paramilitares que se crean desde dentro de la administración pública y los que
se convierten en importantes surtidores de los que, como ejércitos también,
forman parte de los diversos grupos de criminales organizados desde fuera, los
que cuentan, como ya sabe cualquiera que simplemente lea la nota roja de los
diarios convertida casi en la edición completa cada día, con apoyos de dentro
de los diversos niveles de gobiernos.
La Marina debe ser regresada de inmediato a sus cuarteles y hay que elegir al
que más odie a los yanquis como Secretario de la Defensa. El Ejército debe
permanecer en la calle, con reglas claras, en tanto se logra el control de los
grupos paramilitares. La policía debe contar con un jefe probadamente
honorable, justo, pero implacable.
Su paso al futuro de manera diametralmente opuesta a como lo han hecho sus
antecesores, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón, no está en la creación de
comisiones y es claro que depende de que sea capaz de reiniciar el rearme ético
de las instituciones, elementales, para que México pueda alzarse de nuevo con
orgullo de ser una república respetada y a futuro otra vez admirada por el
resto de países que hoy no creen, como los propios mexicanos, el nivel de
desprestigio que alcanza.
Le tendría que bastar con mirarse reflejado en Calderón, jerarca de las mafias
políticas que controlan el poder, incapaz de haberse ganado el respeto del
pueblo incluso para poder dar el último grito sin ser abucheado por los
presentes en la plancha del zócalo, que no eran militares custodios ocupando
los primeros listones debido al miedo que es otro de los acompañantes con los
que Calderón se retira, a los que nos sumábamos millones que, aunque no estando
ahí, sabíamos lo que ocurría en el lugar y la telebasura escondía al punto de
tener que liquidar en un minuto el importante evento.
Peña está a tiempo de obrar en sentido inverso en todo lo que hoy hace a
Calderón salir despreciado por aquellos a los que debió servir en la más
importante, quizá en la única importante, encomienda de su vida. Y no es que
Peña Nieto deba esperar, por obrar bien, de entrada ni reconocimiento ni
respeto. Ambas cosas se ganan a pulso con los hechos diarios y tendría que
bastarle el poder salir con el respeto que merece ante uno mismo saberse con el
deber cumplido.
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