Reformas y magia
Luis Linares Zapata
Las élites mexicanas, al revolotear en su enrarecido
Olimpo, desgranan veloces dictados tan inapelables que rayan en la más pura e
incierta de las magias. Cuando tales palabras adquieren tesitura de leyes por
aprobar, se trasmutan en escondrijos intencionados que, al tocar tierra de
paganos, terminan en rollos de la más descarada demagogia. Llevemos a cabo
las tres reformas estructurales pendientes y el país entrará (de sopetón
hubieran podido decir) en una era de progreso acelerado. Tal fórmula que se oye
desde allá, desde mero arriba, desde esas cúspides ahora renovadas, inunda el
espacio difusivo. Para no dejar pasar tan idílica ocasión, los aires de la
República, después de la protestada elección, se rellenan con augurios de
buenos deseos por concretar. Al menos esa parece ser la intención del grupo que
se ha encaramado en el Poder Ejecutivo y, sin duda, en el Legislativo.
Son sólo tres los mandatos que completarán el catalogo
inscrito en el acuerdo de Washington: el laboral, el de energía y el fiscal. Lleven
a término las reformas estructurales y olvídense de la mediocridad, vino a
decir el director de la OCDE. Y a ello se abocarán en las semanas por venir los
más habilidosos talentos de los priístas que, como ellos mismos se predican, sí
saben cómo hacerle para gobernar con eficacia. De entrada, la nación, de
acuerdo con tan promisorios augurios, ha entrado en un compás de ansiosa
espera. Sólo hace falta dar cauce, primero, a otras tres reformas (enmiendas)
surgidas a todo galope. Todo apunta hacia respuestas por los reclamos y las
muchas desconfianzas expresadas en la campaña hacia el priísmo, ahora ya
entronizado en el mando supremo. Se completará así la ruta marcada por las
sedes imperiales desde hace más de tres decenios: el modelo de eficientismo
neoliberal bajo tutela de los centros financieros mundiales. En realidad, un
despiadado desmantelamiento de los distintos estados de bienestar y la más
cruenta manera de concentrar, sin ambages, la riqueza. Eso y no otra intención
se agazapa tras los urgentes, generalizados y tronantes llamados reformistas.
Lo cierto es que tanto las tres adecuaciones enviadas al
Legislativo por el señor Peña Nieto como la laboral del moribundo calderonismo
pasarán por escollos varios. Las deformaciones que el original proyecto sufrirá
no vendrán de las negociaciones de un plural congreso, sino de las resistencias
de los cotos de poder inscritos dentro del mismo priísmo. En corto tiempo se
verán, en plena pantalla, las incapacidades del sistema vigente para renovarse.
La reforma laboral, en la modalidad que se apruebe, debilitará aún más las
posibilidades de lograr un crecimiento a niveles prometidos por el señor Peña.
Simplemente no habrá músculo suficiente para empujar el consumo. Sin tal
aliciente, el mercado interno no alcanzará la tierra prometida del bienestar
prometido. Tampoco la inversión, el motor por excelencia, tendrá campo propicio
para concretarse. Las facilidades que la ley pretende establecer contribuirán a
incrementar las utilidades, es cierto, pero estas se dedicarán al consumo
suntuario, la exportación de capitales o la especulación, tal como ahora
sucede. El poder adquisitivo, ya de por sí muy achicado (85 por ciento, o más,
de la fuerza laboral percibe tres salarios mínimos o menos) se irá, qué duda,
en picada al precarismo.
Pero el aparato de comunicación del país hace ya alardes
de subordinación a los mandones que empujan hacia la continuidad. En ello va su
inocultable beneficio y el mantenimiento de los masivos privilegios de que
gozan. Bajo el estricto control del empresariado, los comunicadores, orgánicos
todos ellos, se afanan en repetir una y otra vez, hasta el cansancio o la
ignominia, la necesidad, la urgencia de las reformas estructurales. Poco
importa que a escala mundial el modelo muestre, sin tapujos, no sólo sus
limitantes, sino el claro destino de su fracaso. La incapacidad de dicho modelo
para enfrentar los efectos terribles de la crisis desatada por la codicia de
los otrora magos de las finanzas centrales sólo se compara con el desgaste de
sus operadores político-empresariales. Se navega entre la evidente mediocridad
de los mandos institucionales, la erosión de la esperanza colectiva –en
especial entre la juventud– y el magro crecimiento económico que, para otros
muchos, es de franca recesión.
Falta, por si fuera poco, la concreción de las otras reformas
faltantes (energía y fiscal) que, al parecer, se han dejado para momentos
futuros. Ahí sí que habrá estiras y aflojas con la oposición y todavía más
graves consecuencias. Llevarlas a cabo, tal como se han diseñado en los centros
de la más reaccionaria y entreguista de las derechas (externa y nacional),
requerirá de un sólido compromiso, no sólo ideológico, sino de quehacer
político, del priísmo de élite y, en especial, de su tocado conductor. Ya no
será eficaz una simple campaña publicitaria donde una colección de fotos para
el recuerdo hace marginal trabajo. Tampoco se saldará con un paseo por el
continente o un encuentro con el próximo presidente estadunidense. Hará falta
calibrar la temperatura interna del malestar existente, revisar las correas de
transmisión popular, aquilatar el efecto demoledor en el pueblo del IVA pensado
y por aplicar, mostrar la intuición política que discrimine entre males y vea
por los genuinos intereses de la nación. Francamente un algo fuera de las
capacidades del liderazgo ahora encumbrado. Los grupos de presión, mientras,
continuarán encadenando a la nación.
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