Si Morena deviene partido
Octavio Rodríguez Araujo
El Movimiento Regeneración Nacional llegó a las
elecciones pasadas con menor fortaleza de la que exigían las circunstancias. Si
hubiera sido un movimiento consolidado no se habrían dado casos de fugas
significativas que incluso le levantaron la mano a un candidato del PRI a
gobernador de un estado. No quiero decir que fenómenos como el mencionado no se
hayan dado también en los partidos de izquierda, supuestamente más
disciplinados que un movimiento social, pero como que se esperaba más de
quienes, además de participar en Morena, decían estar con López Obrador y
terminaron por traicionarlo.
Después de las elecciones, y sobre todo de los
resultados, Morena tiene la posibilidad de fortalecerse en su propia pista sin
depender de los partidos con los que compartió los apoyos a la candidatura de
AMLO. En el proceso comicial el movimiento fue tratado como un no partido
(pues, ciertamente, no lo es, ni tiene personalidad jurídica ante el IFE), es
decir, como el primo pobre y marginal de la alianza.
Sin el peso de la coyuntura electoral es posible que
Morena pueda encontrar en el camino mejores adhesivos que en los meses pasados
y, además, sin las contemplaciones que necesariamente se tenían que mantener
con los partidos existentes. En el presente los partidos del Movimiento
Progresista y Morena parecen correr por carriles propios que, esperamos, no sean
necesariamente paralelos. El país necesita de las izquierdas, de preferencia
complementándose.
Por lo que he leído en Regeneración, hay un
plan de organización muy cuidadoso, que no quiere dejar nada al azar. La idea
es formar el movimiento de abajo hacia arriba para que en un momento dado los
delegados, elegidos democráticamente en muchos lugares del país, decidan si el
movimiento continúa como tal o se convierte en partido político.
Si se resuelve que sea partido, que es lo más probable,
éste tendrá que elegir a sus cuadros directivos, discutir y aprobar una
declaración de principios, un programa de acción y los respectivos estatutos.
Los principios y el programa existen ya de alguna forma, tal vez sólo requieran
ser afinados. Pero los estatutos, para el caso de que sea partido, habrá que
escribirlos en un sentido innovador, democrático de verdad.
Si dicho proyecto de partido nace democráticamente o con
intenciones democráticas, sus estatutos deberán ser también democráticos y
garantizar la participación de todos y no sólo de unos cuantos, como ocurre en
la mayoría de los partidos. El problema, que no siempre se quiere ver con
objetividad, especialmente entre quienes se llenan la boca con la famosa sociedad
civil y la democracia participativa, es que la vida cotidiana de quienes no son
políticos profesionales no brinda muchas oportunidades para su participación
constante y decisiva. Esta ha sido la razón principal e histórica de por qué
los primeros partidos de masas se vieron en la necesidad de profesionalizar (y
pagar) a sus cuadros dirigentes (lo mismo ocurrió en los sindicatos). ¿Cómo
resolver este dilema que fue estudiado por varios teóricos desde principios del
siglo pasado? No conozco respuestas viables y que se hayan experimentado de
verdad en las sociedades complejas. Hasta podría decirse que este defecto (con
o sin comillas) de toda organización y típico de los partidos (y de los
sindicatos) ha llegado a casos extremos, a pesar de que las izquierdas suelen
enfatizar más la democracia que las derechas: recuérdese la larga presidencia
de Vicente Lombardo Toledano en el Partido Popular Socialista o la de Dionisio
Encina en el Partido Comunista Mexicano, para no hablar de los sempiternos
dirigentes sindicales, incluso de algunos que, con llamados a la democracia,
quitaron a los que estaban para quedarse ellos aún por más tiempo. No deja de
ser por lo menos paradójico que en las organizaciones de izquierda y en ciertos
gobiernos autodenominados socialistas, que deberían de ser más democráticos que
los de derecha, los líderes resulten casi sagrados e inamovibles, como si
fueran providenciales y nadie los pudiera o debiera sustituir.
Cierto es que los líderes importan y justifican su
existencia por el mero hecho de serlo y así ser reconocidos. López Obrador, aun
para sus detractores y hasta enemigos, es un líder auténtico y el más
carismático que ha tenido el país en varias décadas. Nadie antes que él ha
podido convocar a tanta gente, por ejemplo para un mitin, y en tan poco tiempo.
Nadie de izquierda en México ha ganado más votos que él. Este líder, que
incluso para sus adversarios de los partidos progresistas fue ventajoso como
candidato en 2006 y este año, no puede ser desdeñado. El mismo Marcelo Ebrard,
en entrevista registrada por El Universal y Proceso.com.mx (15/9/12),
lo ha dicho: de no haber sido AMLO el candidato el PRD no sería la segunda
fuerza política, sino la tercera, cuarta o quinta fuerza. Pero precisamente
porque Andrés Manuel sabe quién es y el papel que juega y ha jugado, es que
explícitamente ha sugerido que Morena, como movimiento o como partido, no
dependa exclusivamente de él y de su círculo interno. Ya lo ha dicho, y bien
que ha insistido en las formas democráticas de organización y en que ésta sea
de abajo hacia arriba. El gran reto es para las bases de Morena, pues han sido
emplazadas a elegir representantes y dirigentes en todos los ámbitos posibles
en un esquema democrático que no reproduzca los vicios de los partidos que han
terminado por privilegiar la dirigencia y los cargos en lugar de la lucha por
hacer realidad sus principios y programas.
¿Estoy adelantando vísperas y prejuzgando lo que puede
ocurrir? No. Sólo estoy sugiriendo que si Morena deviene partido éste deberá
ser diferente a los existentes; si no, ¿para qué hacerlo?
Si entiendo bien la intención de AMLO, un nuevo partido
no sólo deberá luchar por el poder, en nuestro caso mediante elecciones, sino
que deberá enfatizar, como no lo han hecho los existentes, la educación
política de los mexicanos y su organización en todos los lugares donde halla
militantes, afiliados y simpatizantes. De nada sirve ganar el poder si los que
nos gobiernen hacen lo mismo que hicieron o harían los adversarios, incluyendo
la falta de ética (muy común). Una nueva mística debe nacer y desarrollarse en
un nuevo partido que se considere de izquierda. Si no es posible, si la cultura
política dominante no puede combatirse, entonces no valdrá la pena el esfuerzo,
o éste tendrá que ser todavía mayor.
En cambio, si se logra de veras un nuevo tipo de partido
de izquierda, hasta los existentes tendrán que tomarlo en cuenta y reformarse
de verdad, ponerse a la altura. El país difícilmente aguantará más tiempo con
gobiernos de derecha. Habrá que trabajar mucho y por largo tiempo para
construir una auténtica alternativa que de verdad signifique la renovación
moral de la política y un cambio significativo de país.
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