La profundidad de #YoSoy132
Luis Hernández Navarro
La noche del pasado 15 de septiembre las cámaras de
televisión se volvieron ciegas y los micrófonos sordos. Las protesta de
centenares de jóvenes que, empapados por el aguacero que cayó esa noche en la
plancha del Zócalo, gritaron ¡fraude!, ¡fuera Peña! y ¡asesino!,
y desplegaron mantas de denuncias, fue silenciada en las pantallas de
televisión.
Sin embargo, los televidentes que vieron la ceremonia
oficial del Grito la Independencia observaron cómo una multitud de luces verdes
danzaban en el rostro de Felipe Calderón. Los rayos láser iluminando la cara
del mandatario fueron la forma en que cientos de manifestantes le recordaron
los miles de muertos provocados por su guerra contra el narcotráfico. La
transmisión televisiva no tuvo forma de ocultar esas expresiones de
inconformidad.
Apenas 12 horas después del Grito, varias decenas de
estudiantes pertenecientes a #YoSoy132 protestaron en la Plaza de la
Constitución durante el desfile militar del 16 de septiembre. Frente al balcón
principal de Palacio Nacional levantaron una cartulina roja que decía:
“Defiendan al pueblo, no a un narcopresidente”. En la plancha del Zócalo
una manta rectangular color azul cielo recordaba: 80 mil muertos. A Felipe
Calderón le gritaron ¡asesino!
Tres días más tarde, el 19 de septiembre, en el hotel
Hilton Alameda, muchachos pertenecientes al movimiento interrumpieron a Felipe
Calderón cuando hablaba en la novena Semana Nacional de Transparencia,
gritándole ¡asesino/asesino!, y levantando pancartas en las que se leía: Estela
de la corrupción y 80 mil muertes. Elementos del Estado Mayor
Presidencial los sacaron del recinto de manera violenta y agredieron a uno.
En muchos estados y en ciudades extranjeras integrantes
de #YoSoy132 realizaron protestas durante los festejos del 15 de septiembre o
efectuaron ceremonias del Grito alternativas. Al menos en ocho estados fueron
hostigados por la policía. En Tijuana grupos de choque propinaron una golpiza a
los jóvenes. En Ensenada fueron apresados con violencia 19 estudiantes. En Poza
Rica y Veracruz fueron detenidos 13 integrantes del movimiento. En Puebla las
fuerzas del orden golpearon y arrestaron a 60.
Los actos de protesta juvenil suponen una gran valentía
de quienes los ejecutan, pues implican un riesgo indudable a su seguridad
personal. El peligro es real, no ficticio. Policías, golpeadores y políticos
que les dan órdenes no son una quimera. Lo que están haciendo no es un juego.
Si se arriesgan como lo hacen, es que su indignación debe encontrarse en una
situación límite y su convicción sobre el sentido de su acción es firme.
Pero ese valor nace también de un sentido construido en
común por el movimiento. Sus protestas no son iniciativas de individuos
aislados, sino de un colectivo que se ha dado una misión y una legitimidad.
Detrás de cada joven que es capaz de increpar públicamente al Presidente en un
acto público hay muchos más que lo apoyan, lo estimulan y comparten su causa.
Estas expresiones de descontento son indicadoras de un
fenómeno de gran calado social. Tienen una dimensión territorial que va más
allá de lo que sucede en la ciudad de México. Son masivas, aunque –por lo
pronto– no reúnan en las calles a grandes contingentes. No cuentan con el
padrinazgo ni con el apoyo de partido político alguno. Se desarrollan por fuera
de las instituciones gubernamentales. Recuperan el calendario cívico y lo
resignifican desde la lógica de la protesta.
La mayoría de los jóvenes que las protagonizan no tienen
experiencia política previa. Son –por decirlo de alguna manera– recién llegados
a la lucha cívico-política. Aunque dentro del movimiento actúan grupos de
activistas, éstos son una minoría y ninguno tiene ni la capacidad organizativa
ni de convocatoria para realizar acciones de la envergadura. Cada iniciativa es
acompañada de debates e intercambio de información. Una nueva generación ha
irrumpido en la arena pública con beligerancia y en el camino está elaborando
una nueva visión de la política y del país que no quiere.
Todos los movimientos sociales tienen momentos de ascenso
y fases de reflujo. Etapas donde se expanden y trechos del camino para
consolidarse. La movilización ininterrumpida es una fantasía inexistente.
Comparadas con las manifestaciones que antecedieron al proceso electoral, las
protestas actuales son menos concurridas. ¿Significa esto que #YoSoy132 se ha
debilitado? No. Se ha concentrado en su reorganización, consolidación y
definición programática. De cualquier manera, las acciones colectivas que
efectuó durante las dos primeras semanas de septiembre no son poca cosa.
#YoSoy132 ha afinado y profundizado propuestas tan
importantes como la reforma a los medios de comunicación. Respondió al sexto
Informe presidencial con un contrainforme que es un diagnóstico critico de la
realidad nacional, excepcional por su calidad. Ninguno de los partidos
políticos con registro presentó a la ciudadanía una reflexión de ese calibre.
Ambos documentos fueron aprobados por consenso, lo que demuestra que las
contradicciones internas del movimiento, que algunos analistas gustan destacar,
no son obstáculo para que sus integrantes alcancen acuerdos unitarios de fondo.
Como sucedió el pasado 15 de septiembre en el Zócalo
capitalino, cuando la televisión no pudo ocultar las expresiones de descontento
juvenil contenidas en luces de láser cruzando el rostro de Felipe Calderón, el
movimiento ha encontrado la forma de burlar, una y otra vez, el cerco de
desinformación que se quiere establecer a su alrededor. #YoSoy132 mantiene su
vitalidad, su frescura y su capacidad de innovación original. Conserva su
capacidad para atravesar la coyuntura política. Está echando raíces profundas
en la sociedad. Cada día se inventa a sí mismo. Hace su camino caminando, al
margen de recetas y manuales.
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