Ante el crecimiento exponencial del movimiento estudiantil #YoSoy132 comienza, también, a generalizarse, en los círculos del poder y en las
plumas y voces que lo sirven, el discurso de
la manipulación del mismo.
Incapaces de ver y entender a los jóvenes como realmente son, funcionarios
de gobierno, altos dirigentes del PRI y el PAN, opinadores y usuarios a sueldo
de las redes sociales, han desatado una campaña buscando, según ellos, la “mano
que mece la cuna”.
Ven a los jóvenes como se ven a sí
mismos en el espejo. Con la sombra del titiritero, proyectándose tras ellos.
No entienden que los estudiantes reclamen una libertad que ellos ni
respetan ni, en el fondo, han disfrutado jamás.
Acostumbrados a obedecer y a ser obedecidos no comprenden cómo alguien, sin
seguir instrucciones o recibir un pago, abandona la comodidad, la resignación,
la apatía y toma las calles.
Como han actuado siempre por conveniencia no conciben que otros actúen por
convicción.
No se dan cuenta de que ese viento alado
que recorre las calles se gobierna a sí mismo. Que es este un vendaval soberano que surge de los agravios a que los
jóvenes se han visto sometidos.
Y también, por supuesto, de sus sueños en peligro de no cumplirse jamás.
De sus aspiraciones de crecimiento en libertad que, con razón, solo muy
pocos, ven con posibilidades de transformarse en realidad.
De su deseo de hacer una vida, una carrera, de construir una familia en un
país que viva en paz, donde tengan oportunidades y donde impere la justicia.
Y surge, también, de la información que manejan acuciosamente, a pesar de que les ha sido sistemáticamente negada, por una tv que
les ha dado la espalda como se la ha dado al país.
Y de su imaginación y creatividad que supera con creces a la de los
publicistas y expertos en imagen.
De pronto, gracias a la fuerza de los
jóvenes, los miles de millones de pesos invertidos en campañas publicitarias se
desvanecen.
El candidato “ideal” se desmorona. Su apariencia, su éxito, el escudo
mediático que lo protege, su omnipresencia en la pantalla y en las calles; todo
eso comienza a jugar en su contra.
Las consignas, los carteles, las
pancartas, los tuits hacen mella en el que parecía imbatible aparato priista
que, arrinconado, se lanza a la contraofensiva.
No concibe este aparato burocrático que este movimiento surja de la
conciencia de los jóvenes que, equivocadamente, suponían dormida.
De la claridad y convicción, que suponían inexistentes, con la que asumen
la responsabilidad que tienen con sus propias vidas y con el país entero.
Una responsabilidad que, pese a los esfuerzos del poder, no van a eludir y
que les hace pronunciarse contra el retorno al pasado.
Una responsabilidad que los hace nutrirse de
una historia, la de sus padres y abuelos, que ellos no quieren repetir.
Una responsabilidad que los hace reivindicar luchas que cualquiera podría
suponer ajenas a ellos y los hace identificarse con las comunidades indígenas, los familiares de las mujeres asesinadas,
las madres y padres coraje de la guardería ABC.
Una responsabilidad que los hace reivindicarse como víctimas de las tropelías y saqueos de un régimen que no vivieron;
de los fraudes electorales de 1988 y 2006.
Una responsabilidad que les hace también alzar la voz y pedir juicio para Elba Esther y revisar todas sus finanzas, la de sus
familiares y cómplices.
Una responsabilidad que los hace pronunciarse contra la
guerra que tantas vidas ha cobrado y exigir que Felipe Calderón sea sometido a
juicio.
Y surge, también y sobre todo, del reconocimiento, y eso deberíamos de
celebrarlo, de que, a pesar de lo viciado que puedan estar instituciones y
comicios, tienen ellos a su alcance un arma poderosísima y a la que no van a
renunciar: el voto.
Con un palmo de narices se han quedado los anulistas. No van los jóvenes a pronunciarse por el
gesto, tan inútil como suicida, de votar en blanco.
Van a elegir gobernante y van a exigirle que gobierne con probidad y
eficiencia. Que no les falle, porque si les falla, no seguirá sentado en esa
silla.
Y es esto a lo que realmente temen quienes pretenden la restauración del
autoritarismo. El poder que los jóvenes están
dispuestos a ejercer en las urnas.
Acostumbrados, como están, a manipular o a ser manipulados creen que todos
son de su misma condición. Domesticados por el poder, creen, que los jóvenes
para actuar precisan órdenes.
Afectados sus intereses por este
movimiento intentan, por la vía de la descalificación, su destrucción.
Es su discurso el típico del autoritarismo. El que precede, justifica y
acelera la represión.
El que movió a Díaz Ordaz y al PRI a reprimir al movimiento estudiantil en
el 68; el mismo que puso a los Halcones en la calle, armados con fusiles y
toletes, el 10 de junio de 1971.
Pero ya no vivimos esos tiempos.
Y si la tv calla y los diarios callan como entonces. Peor todavía si
pavimentan, con sus descalificaciones, el camino del odio y la discordia;
tienen los jóvenes las redes a su alcance y con ellas al mundo cerca de ellos.
Y más cerca aún a centenares de miles, a millones
de nosotros que, siendo mayores, hoy seguimos sus pasos.
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