Julio Hernández López
Astillero
A la goma
Marcar con lápiz
Noventa días después
AMLO en el Zócalo
El Instituto Federal Electoral ha decidido
mandar los próximos comicios a la goma. Para acomodarse a las pretensiones
dinosáuricas de instaurar a partir de este domingo venidero el nuevo horario
sexenal de verano, que obligaría a atrasar los relojes históricos varias
décadas, el mencionado IFE ha tenido a bien establecer como instrumento
confiable, indeleble e infalsificable de marcación ciudadana de boletas
electorales, ni más ni menos que… el lápiz.
Sentido homenaje retro a las tareas escolares
hechas y rehechas a base de grafito y goma de borrar (sobre todo ahora que con
tanto entusiasmo están participando brigadas de profesores gordillistas para
revisar y corregir las planas electorales en todo el país). Sistema cilíndrico
en madera que en dado caso permitiría a los poseedores de la papelería
ciudadana proceder a la patriótica remodelación de voluntades a partir de la
sencilla técnica del borrado con goma, como en cualquier salón de primaria.
¿Crayones? Claro que no, porque se podrían derretir con tanto calor físico.
¿Bolígrafos? No, porque se podría correr la tinta. Así que el Instituto Fallido
Electoral optó por la fórmula ligera del lápiz.
La Operación Ruleta afinando motores, la
compra de datos y copias de credenciales electorales a todo vapor, desatada la guerra
sucia telefónica e impresa, robo abierto de mil 200 boletas en Veracruz,
decenas de miles de boletas sobrantes por errores de impresión en
otras partes del país, caravanas de repartidores de despensas y productos utilitarios en
pro del candidato del despilfarro y el muy celoso IFE solamente atina a posar
su atención en un rubro sobre el cual no había denuncia pública en contra, el
del marcaje de las boletas electorales. Y lo hizo no para dar más seguridad,
sino para instalar un elemento extra de fundada desconfianza: lápices. Ganas de
mandar el proceso al riesgo de la goma.
En Twitter, el propio IFE justificó: El
uso de los lápices del IFE para marcar el voto en la boleta es para evitar que
al doblar la boleta se traspase la tinta a otro recuadro. ¿Podrá el IFE
sustentar ese dicho en términos cuantificables? Por ejemplo, ¿cuántas boletas
sufrieron ese traspaso de tinta en 2006? ¿Cuántos casos han sucedido así en
anteriores comicios, provocando adulteración en los resultados, como para
motivar ahora esta medida general de última hora?
Eso sí, los tales lápices resultarán una
maravilla tecnológica insospechada: el lapicito IFEliz. Los lápices para
marcar la boleta son resistentes a la gama de climas, sobre todo los cálidos.
Su marca no se borrará sin dejar vestigios, explicó el IFE entuiteo que
llevó a esta arisca columna a preguntarse al estilo juangabrielesco cuál era la
necesidad de abrir un expediente más de duda ciudadana, ahora respecto del acto
sustancial del protocolo electoral, que es la impresión de la voluntad política
en signos permanentes.
Con el nuevo sistema lapicero se quita
sentido al resguardo armado de los paquetes electorales e incluso a la tan
festejada posibilidad del recuento voto por voto cuando la diferencia sea
estrecha. ¿Quién podrá confiar en material electoral cuyos signos contables han
sido inscritos con sustancias susceptibles de ser borradas con simpleza de
escolapio aunque el mismo árbitro que ha permitido montones de maniobras peores
ahora garantice que se podrían encontrar vestigios si se
intentara ese borrado? ¿Será ese sistema tan infalible como el entintado de
pulgares contra el que había fórmulas de limpieza orgánica inmediata? ¿La
infalibilidad de los lápices del IFE será como el blindaje que, según
eso, hace imposible un fraude electoral?
El colmo del juego de policías y ladrones
electorales, que ahora sería entre lápices y gomas de borrar, es el
reconocimiento del propio IFE de que para marcar el voto en la boleta,
también es válido que el ciudadano lleve su propio material. Es decir, a pesar
de que se ha declarado riesgoso para la confiabilidad electoral que la boleta
se cruce con crayón, pluma fuente o bolígrafo, pues al doblado podría
traspasarse la tinta (y provocar la anulación), finalmente cada ciudadano podrá
hacer lo que se le dé la gana si lleva su propio crayón, pluma fuente o
bolígrafo. ¿Ganas de generar más enredos de los muchos que ya hay, o una
increíble y peligrosa torpeza más de los súper bien pagados funcionarios y
consejeros electorales?
Terminan las campañas y, 90 días después,
nada parecería haber cambiado: con menos puntos porcentuales, pero Enrique Peña
Nieto sigue inflado en la uniformada numeralia demoscópica como puntero
presuntamente imbatible, mientras Andrés Manuel López Obrador continúa condenado
a un segundo plano por esos mismos poderes fabricantes de la percepción
nacional (como si no hubiese un evidente crecimiento de su candidatura, como si
no se hubiera producido una irrupción juvenil favorable a la izquierda) y
Josefina Vázquez Mota es artificialmente sostenida como presunta competidora
apenas rezagada de AMLO, caminante sin mella, según eso, a pesar de tanto
error, maltrato y vacuidad sonriente.
En ese contexto de presunto gatopardismo
final (que todo cambie en las campañas para que nada cambie en el proyecto
cupular de resultado electoral favorable a EPN), los actos postreros de
proselitismo mostraron rasgos definitorios: en la capital del país, AMLO volvió
a llenar el Zócalo y varias de las calles que en él convergen, en una efervescencia
social que no parece dispuesta a soportar un fraude electoral más; Peña Nieto,
por su parte, hizo esfuerzos declarativos para asegurar que no habrá coacción
ni compra de votos, llamando desde ahora a los presuntos derrotados del futuro
a integrarse a un gabinete de reconciliación nacional (Chepina puede
ser secretaria de algo, Quadri quiere ser secretario de ecología, como nuevo
negocio de la jefa Gordillo o embajador en China, y AMLO naturalmente rechaza
cualquier insinuación de ese tipo) y la propia Vázquez Mota se encomienda
abiertamente a la única posibilidad de un milagro.
Y, mientras el movimiento 132 se alista para
el lunes 2 y los días siguientes, ¡hasta mañana!
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