La disyuntiva
El posible regreso del viejo PRI al poder presidencial en uno de los momentos de mayor crisis social en el país, afectado por una corrupción galopante, una violencia que ha cobrado la vida de miles de mexicanos e inmigrantes centroamericanos, y de un crecimiento incontenible del crimen organizado vinculado con gobernadores de ese partido, así como de la concentración de la riqueza en sólo uno por ciento de la población, debería de ser tomada como una disyuntiva seria para todos aquellos que simpatizan con Enrique Peña Nieto.
En los hechos Peña Nieto y el equipo que lo rodea no representan una posibilidad del cambio profundo, estructural diríamos, que necesita el país para salir de este atolladero en el que nos metió el PAN con 12 años de gobierno con Vicente Fox y Felipe Calderón, quienes administraron el país sin tener una propuesta de transición democrática, sino de alianzas con los priistas más corruptos y autoritarios, como Elba Esther Gordillo.
Si en los gobiernos del PRI la corrupción cobró certificado de nacimiento y se hizo forma de gobierno, con el panismo en Los Pinos este cáncer se expandió a toda la sociedad y llenó los vacíos que dejó el fracaso de la transición a la democracia y que fueron llenados por dos grupos de poder: el crimen organizado y las televisoras, principalmente Televisa, que actúan con un sistema mafioso de favores y prebendas, de terror y negocios al margen de la ley.
Durante varios años, algunos medios de comunicación mexicanos han venido acreditando lo que hoy está descubriendo la prensa extranjera, que un grupo del PRI encabezado por Carlos Salinas de Gortari ha elaborado una estrategia de largo plazo junto con Televisa para imponer como presidente a Enrique Peña Nieto y, además, que hay priistas de peso que son investigados por estar presuntamente involucrados con el crimen organizado, como los exgobernadores Tomás Yarrington, Fidel Herrera, Manuel Cavazos Lerma, Eugenio Hernández, quienes han aportado buenas cantidades de dinero a las campañas de su partido en los últimos doce años.
Bajo la indolencia del IFE el PRI ha gastado millones de pesos en una campaña que ya lleva seis años, desde que Peña Nieto suscribió el contrato con Televisa para que desde entonces apareciera en sus principales canales ya fuera en los noticieros o en programas de espectáculos o de diversión, hasta ahora que inundó las calles con millones de espectaculares, spots, despensas y de tarjetas de débito para comprar el voto de mucha gente empobrecida por un modelo económico que el PRI impuso desde Miguel de la Madrid en 1982 y que el PAN siguió al pie de la letra del 2000 a la fecha.
Hoy que el PRI se prepara anticipadamente a ocupar de nuevo Palacio Nacional con un candidato muy limitado, ideal para ser manipulado, es bueno recordar que en la escena política están los mismos personajes que en el 2005 se aliaron para derrotar a Andrés Manuel López Obrador en las elecciones del 2006: Carlos Salinas, Vicente Fox, Televisa, Diego Fernández de Cevallos, Elba Esther Gordillo y Enrique Peña Nieto.
Carlos Ahumada, en su libro Derecho de réplica, revela que fue Salinas quien le compró los videos donde estaban grabados René Bejarano, Carlos Imaz, así como algunos priistas recibiendo fajas de dinero que sería usado para las campañas del PRD. El expresidente se puso de acuerdo con Diego Fernández de Cevallos para ofrecerlos a Televisa y en esta operación los apoyó Vicente Fox.
Salinas, dice Ahumada, no le dio toda la cantidad ofrecida sino una parte y le encargo a dos personas que juntaran el dinero para que se lo entregaran. Esas dos personas asignadas por Salinas fueron Elba Esther Gordillo y Enrique Peña Nieto, entonces administrador del gobernador del Estado de México, Arturo Montiel.
Estos mismos personajes están actuando nuevamente. Por eso no es extraño que Vicente Fox haya traicionado a la candidata de su partido, Josefina Vázquez Mota, al manifestarse a favor del candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. El guanajuatense seguramente recibirá un premio por su lealtad al grupo encabezado por Salinas.
Este grupo político, al que se le añade Televisa, no se ha caracterizado por su honestidad, transparencia ni lealtad con la sociedad. Todo lo contrario, han visto al país como un negocio y lo han saqueado de todas las formas posibles, ya sea cediendo a la iniciativa privada tareas que antes eran exclusivas del Estado como la industria minera, energética, seguridad social y educativa, o también haciendo negocios directos o con sus familias para perpetuarse en el poder por varias generaciones.
Los políticos mexicanos del PRI y PAN se han confeccionado a sí mismos una vestidura aristocrática con dinero público haciéndose ricos y alejándose, al mismo tiempo, del resto de la población. Viajan en autos y camionetas de lujo blindadas y custodiados por guardaespaldas, viven con sus familias en lugares en lujosas residencias en fraccionamientos exclusivos vigilados por policías privados o de plano radican en el extranjero, han levantado ranchos como en las épocas latifundistas o construido negocios inmobiliarios, financieros o de telecomunicación es que antes no tenían. Son los verdaderos beneficiados de la alternancia del poder.
Enrique Peña Nieto y el PRI que lo sostiene, junto con Televisa, representa una versión actualizada de ese sistema de corrupción, componendas, impunidad y traiciones que ha sumido al país en una de sus peores crisis. Es el mismo que ahora se apresta a recuperar el poder.
Esta es la disyuntiva a la que nos enfrentaremos el primero de julio al emitir el voto. Permitir que el priismo más retrógrado y autoritario retorne a la presidencia o permitir que haya un nuevo grupo de gobernantes que proponen transformaciones en todos los ámbitos encabezados por Andrés Manuel López Obrador.
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