Vamos por un cambio
verdadero
Beatriz Gutiérrez Müller
Comer en el mismo plato no es disfrutar las mismas coles. Preferir lo dulce a
lo ácido, lo terso en vez de lo rasposo, un salto a un brinco o un silencio a
una arenga, es distintivo de cada cabeza que siente y piensa, y de la forma
como cada uno teje su propia bufanda para taparse (si hay frío) o descubrirse
(en caso de calor).
Pero comer en el mismo plato es pensar y compartir. Así ha sido en nuestra
casa. Pienso en El banquete o del amor, de Platón: hay una cocina, un comedor,
unos cubiertos colocados, al tiempo que una pregunta, una ilusión, una senda o
un ramillete de flores y deseos (estos o aquellos) que se comparten día con
día.
En estos años, la comida de nuestra casa, siempre compartiendo, ha sido
aderezada con un montón de especias, hierbas y minerales: tulasí para los
resfriados; azahar por si escuece la preocupación; albahaca para el bienestar y
comino para la buena memoria. Por supuesto: la infaltable sal, el ajo de
Hécate, la beneficiosa pimienta y el dulce azúcar.
Al calor del guiso o del premio que el estómago recibe por un postre, el amor a
las palabras siempre nos ha acompañado. Hablamos de las palabras como
significantes, como significados. Su pasado. Su hoy. Las palabras se
convierten, entonces, en unidad de sentido, compuestas unas con otras para ser
reflejo de una idea, una utopía, el sello que la lengua besa al pronunciarlas.
Las vemos en los libros, las escuchamos pronunciadas, las pronunciamos
escuchando. En esta casa, amamos las palabras por sobre todas las cosas porque
las palabras transforman. No hace falta nada más: decir y escuchar. Cuando hace
falta, también callar.
Si digo que las palabras transforman es por su profundidad: significan al mundo
mismo. La lengua de los hombres es la de su propia conciencia. Habrá quienes
gusten esquivarla, le confieran una alusión distinta, la rebajen o perviertan.
Habrá quienes bien la comprendan, la interpreten, la acaricien o la rebalsen
con alegría del depósito en que fue vaciada. La lengua de esta casa es la de
nuestra propia conciencia. Conciencia libre, llana, simple, trabajadora,
incluyente, feliz, transformadora. Es una lengua que, como la bufanda, se va
tejiendo con las propias manos. Es lengua-portavoz de un montón de
experiencias, maduraciones y para muchos, quimeras del hombre-alma. Es lengua-traducción
de un cúmulo de sueños, interpretaciones del mundo o, acaso para unos,
fanfarronadas (respetables) del hombre-alma que no silencia su garganta ante lo
injusto.
Las palabras que salen del alma tienen cabida en el mundo de la utopía. Pero, según
quién las escucha, cómo se advierten: son enredosas para el que vive con
envidia; son confesiones del delito para el que husga la tenebra; son señuelos
para el que descarta sin conocer. Como aquél que se negaba a mirar por el
telescopio de Galileo, temiendo encontrar el universo y sus estrellas. Pero, si
son las palabras según quien las escucha, también pueden transformarse en la
claridad que faltaba, en la esperanza de un mañana mejor, en el sueño del que
junta con el prójimo el estambre que haga falta para tejer, entre todos, a la
mejor nación del mundo.
Las palabras que hoy quiero compartir con ustedes son “cambio verdadero”. Un
sustantivo y un adjetivo. Fueron dichas, no sé bien, si cuando tomábamos un
café de Tumbalá, trozábamos un pan de muerto o cantábamos Las Mañanitas en
algún cumpleaños. Lo que sé es que, habiéndolas concebido, quien haya sido,
cuando haya sido (no lo recuerdo), en ellas se significaba nuestra propia
conciencia.
Cambio verdadero es cimentar con honradez y trabajo a la nación mexicana, con
el esfuerzo de todos. Es la seguridad de caminar por nuestras calles con una
sonrisa; es que todos nuestros hijos tengan escuela o trabajo, es vivir el arte
y la cultura como símbolo del esplendor humano; es libertad, honor y paz.
Cambio verdadero es justicia, fraternidad, amor, dignidad, ternura y cobijo,
respeto, conciencia, claridad.
Decir cambio verdadero, desde nuestro hogar, es la intención de transformar al
mundo mediante la palabra. Las palabras significan al mundo mismo, aunque sea
el nuestro (quizá no de todos) pero sí de los soñadores que de este modo
queremos hacerlo.
Vamos por un cambio verdadero.
(Del periódico digital ADNPOLITICO.COM)
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Beatriz Gutiérrez Müller nació en el DF el 13 de enero de 1969. Estudió la
licenciatura en Comunicación y la maestría en Letras Iberoamericanas en la UIA
Puebla. Hoy cursa un doctorado en Literatura en la UAM Iztapalapa. Es escritora
y fue periodista 10 años, conductora de radio, profesora universitaria,
funcionaria de gobierno y correctora de estilo. Es esposa de Andrés Manuel
López Obrador, candidato presidencial del PRD, PT y Movimiento Ciudadano, desde
el 16 de octubre de 2006.
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