Julio Hernández
López
Astillero
Dos zarpazos
Infausto, Vallejo
Duarte, reincidente
Periodistas protestan
¿Y las campañas?
Un doble zarpazo surgido desde entidades
bajo gobiernos del PRI pareció prefigurar lo que puede esperarse en caso de que
la esencia y el estilo de los tres colores se reinstale en el poder
absolutista. Tan apabullantes resultaron las escenas de la represión
diazordacista a jóvenes en Morelia y de la inviabilidad civil institucional en
Veracruz, que frente a ellas languidecieron tanto el arranque de las campañas
de candidatos a la jefatura del gobierno de la ciudad de México como el inicio
del segundo tercio de las correspondientes a aspirantes presidenciales.
Fue como si la película
de la presunta viabilidad democrática se hubiese congelado e incluso
retrocedido, con un Fausto Vallejo ensoberbecido en su papel de represor
nostálgico, incapaz de tender y desarrollar estrategias políticas hábiles y
tempranamente inscrito en la sucia lista de quienes creen que por tener a su
disposición la fuerza pública están facultados para ejercerla con brutalidad,
cuando sus presuntas habilidades de gobernante fallan o son desatendidas
justamente por sus inconsistencias de origen.
El gobernador michoacano
Vallejo, en una variante priísta de la ilegimitidad de origen que llevó a
Calderón a declarar una guerra insensata (el tecleador se autocensuró, para no
usar una letanía de calificativos crudos al hablar de esa guerra),
encontró en la golpiza, la persecución, los desaparecidos, los tratos
infamantes y la consignación de dos centenares de jóvenes el pretexto para
buscar el beneplácito de los segmentos conservadores de su sociedad que desean mano
dura contra infractores y presuntos infractores de una legalidad
maltrecha, porque creen que así controlan o exterminan las causas de esos
problemas para los que solamente se les ocurre la alternativa carcelaria (en
esta aventura lamentable, las policías del infausto Vallejo fueron apoyadas por
las federales, aunque el problema político no resuelto por la paz ha sido
responsabilidad del gobernador estatal).
Vallejo es un gobernador
falto de legitimidad, acusado por su igualmente embarrada opositora panista (Cocoa,
convertida en vocería fraternal de los despechados Pinos) de haber alcanzado
aritméticamente el poder gracias a la influencia y los recursos de algunos de
los bandos de narcotráfico que constituyen los verdaderos poderes de la
entidad. Además, Fausto Vallejo se alzó con una victoria oscura sobre los
despojos de una élite perredista-cardenista doblegada por sus propios y graves
errores, con Leonel Godoy como ejecutante virtuoso, y por la campaña
sistemática de erosión armada que FCH desplegó durante años contra las
estructuras estatal y municipales de la izquierda.
En tales circunstancias,
y alentado por los aires de triunfalismo en que se mueve la expectativa
presidencial de Peña Nieto, a Vallejo le pareció fácil enderezar fórmulas de
abierta represión (menos fuertes que en Atenco, es cierto, pero con un tufo de
pasado copetón que quiere volverse futuro) contra jóvenes que así hubiesen
cometido los peores delitos deberían ser sometidos sin exceso de fuerza ni
prácticas humillantes a un correcto proceso legal y no, como sucedió, a
castigos físicos y exhibición ejemplar en busca de conceder al debilitado
poderoso en turno presuntos bonos ciudadanos por su valeroso proceder.
Mal haría la sociedad mexicana, en sus vertientes regional y nacional, si
permite que Fausto Vallejo explore impunemente los límites hasta los que un
gobierno priísta puede llegar sin que suceda nada. De Michoacán bien podría
Peña Nieto tomar refuerzos actualizados para la visión del ejercicio
violento del poder que ya aplicó en el estado de México y ahora cree estar en
condiciones de instaurar en el país entero.
En Jalapa no fue un
hecho masivo ni existe aún claridad para determinar si se trata de un hecho
delictivo con móviles personales o profesionales. Pero el asesinato de un
periodista más en esa tierra de filofranquismo marino no puede estar
desvinculado del contexto reincidente de agresiones sistemáticas al periodismo,
de impunidad de quienes agreden a los practicantes de ese oficio, de improvisada
y amenazante legalidad silenciadora contra el tuiteo, de abdicación
del ejercicio civil de la política en favor del mando marino y la mano
dura y de control implacable de la mayoría de los medios de comunicación.
(Ayer, en algunos de
esos medios, no fue noticia de primera plana o, siéndolo, mereció una
referencia secundaria, menor, un asesinato que en cambio sí tuvo resonancia en
los principales medios internacionales; en cambio, muy destacadas fueron las
actividades del gobernador imperioso y del DIF estatal. Una tarea gubernamental
relevante fue la asistencia del gobernador Javier Duarte, acompañado obviamente
por el comandante de la Marina, a una misa en la que oró, con las palmas de las
manos hacia arriba, y comulgó, para encomendar al Altísimo el buen destino de
la entidad.)
En tal cuadro de
descomposición institucional fue asesinada Regina Martínez, una periodista que
fue corresponsal de La Jornada y de Proceso y
que en sus reportes cotidianos tocó con crítico profesionalismo varios de los
asuntos delicados del entramado veracruzano. A diferencia de otros casos a lo
largo del país, en los que la violencia mortal contra periodistas es
tramposamente adjudicada a relaciones peligrosas, sin más pruebas que la
versión convenientemente filtrada desde el poder, en el caso de Regina no hubo
titubeo entre sus colegas para advertir que el golpe dado lo era a un
periodismo crítico, implacable, insobornable y genuino.
Ello permitió que en la
madrugada del domingo, con menos de doce horas de anticipación, se convocara a
una protesta en las oficinas de la representación del gobierno de Duarte en la
ciudad de México. Allí hablaron María Scherer, Jenaro Villamil, Pedro Miguel, Rogelio
Hernández López y un tecleador trasnochado, frente a más de un centenar de
periodistas y ciudadanos en exigencia de justicia y de que no haya más
periodistas ejecutados.
¿Y las campañas? Ah,
cierto. Bueno, de eso se hablará aquí... ¡hasta mañana!
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