El Presidente se va
Rolando Cordera
Campos
El Presidente se equivocó de nuevo, o bien
decidió que su chamba ya no es la de él. Que es mejor pasar a retiro cuanto
antes y acomodarse al mundo que le mal enseñaron en su año sabático de Harvard
y le reafirmaron sus cuates de los diplomados del ITAM.
Al descalificar a la
presidenta argentina, en realidad al faltarle el respeto a ella y a su pueblo,
y llevar a la candidata de su partido a condenar infantilmente la
nacionalización del petróleo argentino en posesión de Repsol, Calderón no sólo
se pone enfrente y en contra de las disposiciones constitucionales sobre la
política exterior de México, sino que lleva a su partido y a su abanderada a
una posición política de opciones ideológicas extremas, que bien no hubieran
querido hacer hoy ni Josefina ni el inefable Madero. Ya no juega con fuego,
como se lo han advertido críticos generosos; se vuelve un incendiario de
peligro en medio de la pradera más seca imaginable.
Sabemos que el PAN surge
como un proyecto de oposición al nacionalismo popular de Lázaro Cárdenas, entre
cuyas acciones exitosas estuvo y está la expropiación petrolera y la creación
de Pemex, como organismo descentralizado del Estado encargado de explotar el
oro negro previamente definido como propiedad de la nación y de nadie más.
Sabemos también que el partido de Gómez Morín abominaba del populismo y
reclamaba una patria ordenada y generosa, como divisa de lo que hoy llamaríamos
una reforma a fondo del Estado. Lo que no sabíamos y pocos imaginaron es que
tanta enjundia civilista y normalizadora del Estado y la sociedad fuera a
convertirse en una lamentable renuncia a interpretar el interés nacional y
defenderlo, conforme a una u otra interpretación que pudiese emanar de la
deliberación democrática.
En 2008, la
representación popular fue clara y su voto contundente: el petróleo debe ser
explotado y usufructuado por el Estado en nombre de la nación y, para
asegurarlo, es menester hacer cambios institucionales congruentes con la época
y las necesidades generadas por la propia evolución de la industria, muchas de
las cuales no han sido satisfechas a lo largo del tiempo. Esta posposición, a
su vez, ha dado lugar a nuevos rezagos que urge encarar con políticas y decisiones
que están al alcance de la mano de Pemex, sus órganos de gobierno y, sin duda,
del gobierno federal, que debe velar por la salud del organismo y el
cumplimiento de sus obligaciones legales y constitucionales.
La forma de gobernar la
entidad pública llamada Pemex siempre ha estado a discusión, y muchos de sus
críticos han llegado a la conclusión de que se trata de algo ingobernable. De
aquí el reclamo repetido de privatización, so pretexto de que sólo con un
choque de esta naturaleza podrá ponérsele al servicio de los intereses
nacionales. La candidata panista habla de bursatilizar, sin saber bien a
bien lo que dice, y el candidato priísta reitera su convicción de abrir la
industria al capital privado, para explorar, explotar, refinar el crudo y lo
que siga.
Sin dar a entender
mínimamente lo que cada una de esas ocurrencias implica legal, constitucional y
políticamente, los aspirantes del PAN y el PRI acaban en el frente absurdo
inventado por Calderón, para quien cualquier decisión soberana de los estados
que afecte acciones lucrativas es irracional, imprudente, irresponsable,
enemiga de la modernidad y de la fe, etcétera. Para este jurista desatado, no
hay lugar ni razón alguno para el primigenio derecho estatal de ejercer su
soberanía y, con ello, defender o desplegar la soberanía nacional y popular,
como lo hizo Cárdenas, pero también Roosevelt.
Eso, que forma la savia
y la vena de los estados modernos y constituye el nervio de cualquier
constitucionalidad imaginable, no pasa por los ojos o la imaginación de
Calderón y, si acaso así ocurriera, podemos apostar a que no lo entendería. Su
renuencia a estar en el presente y asumir los riesgos de cualquier futuro se ha
vuelto patológica.
El país tiene un
problema serio con el petróleo y sus usos y, ciertamente, no lo va a resolver
recurriendo solamente a los mandatos constitucionales. Tiene que hacer política
popular y política económica de la buena, no para emular a la presidenta
Cristina (como parecen temer Calderón y su coro), sino para actualizar la posición
nacional constituida, con vistas a hacer del petróleo un pilar del nuevo
impulso desarrollista que México reclama.
Recuperar el uso de la
riqueza del subsuelo para fines del desarrollo y la justicia social no es un
eslogan más de campaña. Con su absurda intervención en las decisiones soberanas
de Argentina, Calderón actualiza la centralidad de nuestra cuestión petrolera,
que retoma su papel crucial para definir el rumbo del país y plantear un curso
de desarrollo diferente, por su capacidad y compromiso con la igualdad social y
la garantía universal de los derechos fundamentales.
Nadie mejor que el
Presidente y su insólita conducta para recordarnos que, por más que se haya
hecho, la del petróleo es una asignatura pendiente del desarrollo y la democracia
nacionales. La deriva calderoniana, como reducción al absurdo, cumple una
impensada tarea pedagógica.
Nadie puede hacerse a un
lado, mucho menos quienes pretenden gobernar el Estado y representar a la
nación. Los bienes y recursos nacionales no pueden ponerse a subasta, ni su uso
prestarse al abuso gremial o de intereses privados so pretexto de la
racionalidad económica, la estabilidad política o, ¡peor aún!, de la seguridad
nacional. De aquí la necesidad urgente del momento: que Vázquez Mota y Peña Nieto
revisen o rectifiquen sus simplistas posiciones, y que Andrés Manuel López
Obrador detalle sus visiones y entendimientos de lo que el petróleo y Pemex
significan para el cambio verdadero que postula.
En los detalles está el
diablo, quien nos escrituró la riqueza cuyo valor vuelve a brillar por obra y
gracia de la obsecuencia de un Presidente que renunció a cumplir con sus
elementales obligaciones políticas y constitucionales y ha puesto en peligro no
una elección más, como hizo su triste antecesor, sino el futuro de un país que
a pesar de su tamaño, todavía depende en gran medida de lo que la naturaleza le
dio. El Presidente se va, pero no para Sayula.
PS. Para enriquecer la
deliberación y entendimiento del petróleo mexicano, leer a Ramón Carlos Torres, El
petróleo en México: ¿anemia o anomia?, ConfiguracionesNúm. 31,
México, julio-diciembre 2011, pp. 70-84.
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