Reconstruir la Esperanza
Porfirio Muñoz Ledo
Se percibe en los poros y estratos de la sociedad un consenso cada vez más extendido: el de la desesperanza. El peso de los problemas que se han acumulado en el país y su gravitación sobre la vida cotidiana hacen pensar en la ausencia de una solución nacional: en una suerte de decadencia irremediable que dejaría a cada familia e individuo a merced de la violencia, en los reductos de la sobrevivencia o en la expectativa de alguna modalidad del exilio.
Sin embargo, del diálogo con nuestros compatriotas surgen invariablemente interrogantes precisas e ideas sugerentes para modificar aspectos sustantivos de la realidad nacional. He recogido estas semanas en el extranjero y en el país, en encuentros públicos y en conversaciones privadas, una gama de críticas pertinentes y de propuestas concretas para atacar los problemas insondables que afronta la nación. Carecen, obviamente, de articulación y eluden casi siempre la profundidad de los cambios que habríamos de emprender para ponerlas en práctica.
Se percibe en los poros y estratos de la sociedad un consenso cada vez más extendido: el de la desesperanza. El peso de los problemas que se han acumulado en el país y su gravitación sobre la vida cotidiana hacen pensar en la ausencia de una solución nacional: en una suerte de decadencia irremediable que dejaría a cada familia e individuo a merced de la violencia, en los reductos de la sobrevivencia o en la expectativa de alguna modalidad del exilio.
Sin embargo, del diálogo con nuestros compatriotas surgen invariablemente interrogantes precisas e ideas sugerentes para modificar aspectos sustantivos de la realidad nacional. He recogido estas semanas en el extranjero y en el país, en encuentros públicos y en conversaciones privadas, una gama de críticas pertinentes y de propuestas concretas para atacar los problemas insondables que afronta la nación. Carecen, obviamente, de articulación y eluden casi siempre la profundidad de los cambios que habríamos de emprender para ponerlas en práctica.
Nos encontramos a tres meses de la renovación de los poderes federales y el estado espiritual de los mexicanos no parece reflejarse en los discursos y los acontecimientos electorales. Como si las preocupaciones verdaderas de los ciudadanos y los artilugios de la propaganda corrieran por pistas diferentes. Como si estuviésemos cumpliendo un ritual que, cualquiera que fuese el resultado, no rectificará a la postre la situación agónica en que el país se encuentra.
Consecuencia del vaciamiento de soberanía que hemos padecido es la impotencia ciudadana. La imposibilidad virtual de que la sociedad acceda al poder y de que el Estado recupere su autoridad sobre los procesos económicos y sociales. Asistimos a una devaluación del sufragio porque la partidocracia ha corrompido el sistema representativo y porque el poder acumulado por los actores fácticos puede volver irrelevante la titularidad de los poderes formales, como ha ocurrido durante el ciclo neoliberal.
Me parece indispensable por ello depurar el discurso político. Si el objetivo de las izquierdas es impulsar el cambio histórico que requerimos, fundar la Cuarta República como solemos decir, es menester plantear un nuevo paradigma, claramente distinto del anterior, sobre el cual se construya un consenso nacional capaz de rescatar la esperanza social. Definir de manera más categórica qué tipo de estructura política y económica es deseable y posible edificar en nuestro país.
El Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, acaba de ofrecernos una muestra de pensamiento contundente. En el Foro Mundial de Negocios probó el fracaso de las estrategias implantadas en México durante los últimos decenios y se pronunció en contra de las llamadas “reformas estructurales”, en particular de una laboral que precarizaría aún más el trabajo, de una fiscal de carácter regresivo y de mayores privilegios al sector financiero. Propuso también recuperar para la ideología del cambio el concepto de “cambio estructural”.
Recordemos que en los albores de nuestra transición expropiamos a la derecha la noción “Reforma del Estado” que encubría las recetas del Banco Mundial para adelgazar el aparato público, promover las privatizaciones, abrazar el libre comercio y desregular los mercados. Nosotros la convertimos en sinónimo de democratización institucional, respeto a los derechos humanos y demolición de un sistema de partido hegemónico. En una palabra: de la instauración de un Estado social de derecho.
Hoy debe quedar claro que el movimiento progresista en el mundo tiene un propósito capital: cerrar el ciclo neoliberal y abrir otro, al que podríamos llamar justamente “estructural”. Con todos los cuidados tácticos que se quiera, pero con una definición irrevocable. Todos los programas deben al mismo tiempo orientarse y fundamentarse en torno al combate a la desigualdad, que está en el origen de la pobreza, la inseguridad y la degradación ciudadana.
Subrayo que mi amigo, François Hollande, hoy victorioso, abogó por la “soberanía de la República frente los mercados” e hizo responsable de la injusticia al sector financiero, “que ha tomado el control de la economía, de la sociedad y de nuestras vidas”. Un lenguaje cristalino y triunfador.
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