Migración: hechos y equívocos improcedentes
Editorial del diario la jornada
En un mensaje emitido ayer ante
representantes de la Cámara de Comercio México-Estados Unidos, el titular del
Ejecutivo federal, Felipe Calderón, dijo que el flujo migratorio de
connacionales hacia el país vecino del norte es cero en términos netos, y
atribuyó ese supuesto fenómeno a que estamos creando oportunidades de
empleo en México, oportunidades de formación y educación desde México,
servicios de salud y el cuidado de salud para toda la nación.
La víspera, el Pew
Hispanic Center –un centro dedicado a documentar el impacto de la población
latina en la sociedad estadunidense– dio a conocer un informe en el que se
afirma que entre 2005 y 2010, mientras 1.4 millones de mexicanos emigraron a
Estados Unidos, otro tanto retornó de ese país al nuestro, por lo que la
diferencia en el intercambio demográfico parece haber alcanzado un punto
muerto, y es razonable suponer que Calderón retomó ese dato para acomodarlo en
su discurso.
Aun si se da por buena
la conclusión a la que llega la investigación citada –la cual, como todo
trabajo académico, debe ser cotejado con otros análisis demográficos que pueden
corroborarlo o desmentirlo–, ese posible estancamiento migratorio es un fenómeno
muy distinto a lo que podría ser la interpretación desde la óptica
calderonista: la migración de México a Estados Unidos no ha disminuido hasta
ubicarse en cero en términos netos y los resultados de estudio del
Pew Center dejan ver que el flujo migratorio se mantiene vigente.
Si bien el documento
señala que hay un número cada vez mayor de connacionales que regresan de aquel
país, las causas del fenómeno son identificadas por los propios autores a la
alicaída economía estadunidense y al incremento de los riesgos relacionados con
el tránsito irregular de personas hacia ese territorio, empezando por mayor
vigilancia en la frontera binacional y la intensificación de la persecución y
las deportaciones de migrantes indocumentados.
Con estos hechos en
mente, la pretensión de que la disminución en el intercambio neto de población
entre ambos países se debe a que estamos creando oportunidades de empleo
en México, colisiona con una realidad en que persisten y se intensifican la
desocupación, la informalidad, la pobreza, la marginación y demás factores que
han alimentado históricamente la migración económica de México a Estados
Unidos.
Baste citar, como
botones de muestra, el documento recientemente presentado por el Centro de
Análisis Multidisciplinario de la Universidad Nacional Autónoma de México, en
el que se indica que el número real de desempleados en el país es de 8.7
millones de personas –es decir, 6 millones adicionales a los que reconocen las
cifras oficiales–; los datos aportados por la casa de estudios sobre la pérdida
del poder adquisitivo del salario real, que asciende a 42 por ciento en lo que
va de la presente administración, y la estimación formulada por el Tecnológico
de Monterrey de que, al concluir el sexenio actual, habrá 60 millones de
personas en condición de pobreza, como resultado de la precarización del
mercado laboral mexicano y el bajo crecimiento económico.
Tanto más improcedente
es la mención de las supuestas mejoras en la cobertura de salud y educación en
el país como factores que explican la baja en la tasa neta de migración entre
México y Estados Unidos: la mayor parte de los connacionales que cruzan la
frontera lo hacen con la meta de conseguir oportunidades de subsistencia que no
tienen en sus lugares de origen, no para ingresar a las instituciones
educativas y a los servicios de sanidad estadunidenses en calidad de
estudiantes o de pacientes.
Sería deseable, sin
duda, que los cientos de miles de mexicanos que cada año emigran a Estados
Unidos pudieran encontrar en nuestro país las condiciones necesarias para el
pleno cumplimiento de los derechos que confiere la Constitución en materia de
trabajo, alimentación, vivienda y salud. Pero es claro, a la luz de los
deplorables indicadores de empleo, salario y pobreza que arroja la
administración calderonista, que la aparente estabilización en el intercambio
de corrientes migratorias entre ambos países no se debe a un mejoramiento en
las condiciones de vida en el nuestro, sino, en todo caso, a un recrudecimiento
de la precaria y peligrosa situación que enfrentan los connacionales en la
nación vecina. No es procedente, pues, que el gobierno federal adopte el
posible saldo cero migratorio como motivo de orgullo, y menos que se desinforme
a la sociedad en esta materia.
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