Educación para un proyecto alternativo de nación
Por: Jaime Ornelas Delgado
A tres décadas de la imposición del neoliberalismo en México, asistimos a la escenificación del fracaso de esta modalidad del capitalismo; fracaso cuya explicación podemos encontrar en el hecho de que neoliberalismo profundizó la concentración del ingreso, elevó desempleo y alentó la exclusión social. El mercado autorregulado se mostró incapaz no sólo de redistribuir la riqueza, sino también los bienes culturales.
En materia educativa, el fracaso es evidente. (según el censo de 2010, existen en México 5.3 millones de analfabetas; 10 millones de personas que no tienen terminada la primaria y 16 millones de mexicanos sin secundaria; el déficit educativo, entonces, asciende a 31 millones de mexicanos.) Las políticas compensatorias aplicadas han alcanzado apenas para ampliar la matrícula, pero no para reducir la brecha entre quienes apenas son alfabetizados y quienes acceden a los saberes que desempeñan un papel estratégico en los procesos de dominación social y política.
Pero el fracaso no es sólo cuantitativo. En el actual modelo educativo, la reflexión es sustituida por las imágenes y sólo lo que se conoce por los sentidos se acepta como lo único real. Incluso se ha llegado al extremo de creer que aprender es sólo retener imágenes, evitándose así cualquier esfuerzo intelectual encaminado a obtener información, ordenarla, conceptualizarla y convertirla en conocimiento teórico capaz de ofrecer explicaciones sobre las relaciones entre las partes entre sí y entre ellas y el todo que las contiene y ordena. Esta educación de tipo positivista, al reducir el conocimiento a una mera adquisición de evidencias empíricas y habilidades para el trabajo, empobrece el proceso de conocimiento y limita la capacidad de reflexión de académicos y estudiantes, cancelándose así la posibilidad de analizar críticamente las distintas teorías explicativas de la realidad.
De la misma manera, aceptar que “educar es sinónimo de enseñar y que poco tiene que ver con aprender”, se termina construyendo un sistema educativo donde se enfatiza lo que “debe enseñarse” y se soslaya el proceso a través del cual se construye el conocimiento de la realidad, a partir reflexionar sobre ella misma y del conocimiento construido para explicarla y transformarla.
Por supuesto, una sociedad distinta a la neoliberal requiere un sistema educativo distinto. La primera gran tarea es acentuar la orientación liberadora de todos los niveles educativos reconociendo la diversidad cultural, al tiempo de fortalecer el debate para construir las propuestas pedagógicas alternativas, sin necesidad de someter el derecho a la educación a las fuerzas del mercado, que no es precisamente sensible a las aspiraciones sociales ni es la vía de atención a las causas y aspiraciones populares.
Y como donde prevalece la ley del mercado la educación se desnaturaliza y pervierte, se trata de enfrentar para revertir el proceso privatizador que avanza rápidamente, pues de lo contrario, la educación acabará por convertirse en una empresa mercantil y dejará de ser el principal crisol donde se forja la identidad nacional y se forman hombres y mujeres libres capaces de luchar por su emancipación.
Todo esto exige hacer de la educación pública una prioridad de primer orden y otorgarle los recursos financieros suficientes evitando los recortes que hacen recaer los costos de la educación en las familias haciendo nugatorio el derecho constitucional a la educación gratuita, laica y liberadora.
Un aspecto más es lo indispensable que resulta liberar al sistema educativo de la perversa influencia de la burocracia sindical, cuya interferencia en las tareas educativas desplaza a los docentes, a los especialistas y a los padres de familia en la conducción y la orientación filosófica y pedagógica del proceso educativo.
Son muchos más los retos, algunos de los cuales sólo podemos enumerarlos, entre otros: democratizar el sistema educativo, instaurar la carrera educativa; restar poder a la burocracia; transparentar el uso de los recursos; destinar 8 por ciento del PIB a la educación. En fin, dado que la educación es el “lugar” donde las sociedades se reconocen en lo que han sido, son y se juegan lo que quieren ser, el sustento del actual modelo educativo debe cambiar y construirse un modelo en donde se ofrezca a los estudiantes las condiciones más adecuadas para lograr la revolución de las conciencias y una formación que ponga el saber al servicio de la construcción de una sociedad justa y solidaria. Esto, finalmente, significa reforzar el derecho a una educación que permita la verdadera integración de la sociedad mexicana.
En todo caso, la educación deberá forjar ciudadanos participativos que no dejen a las élites la orientación y conducción de nuestra vida cultural, política y económica; la participación de hombres y mujeres libres será, sin duda, la clave en la construcción y fortalecimiento de la República Amorosa.
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