La pasarela de presidenciables ante el favor de Dios
Bernardo Barranco
V.
Me parece una exageración condenar la
presencia de los candidatos a la Presidencia ante la asamblea de los obispos
católicos. En una sociedad democrática no se viola el principio de laicidad por
el hecho de que los candidatos expongan ante los ministros de culto sus
programas y ofertas políticas, como lo tienen que hacer ante los empresarios,
sindicatos, organizaciones sociales. En cambio, sería reprochable que los
candidatos rechazaron invitaciones de otras iglesias y credos, porque vulnerarían
el principio de equidad. Por otra parte, es cuestionable que la pasarela de
presidenciables se haya realizado a puerta cerrada, sin la presencia de los
medios. Probablemente para distender el diálogo se sacrifica el derecho de la
ciudadanía a observar el desempeño y la actitud de los candidatos ante temas
delicados y polémicos, como el aborto, las nuevas parejas gays, la libertad
religiosa, el Estado laico, etcétera. El hecho es que los propios candidatos
solicitaron, de común acuerdo con los obispos, un diálogo privado. La jerarquía
católica, por su parte, con mucha experiencia política, ha aprendido, desde los
tiempos del nuncio Girolamo Prigione, a insertar sus demandas y agenda en los
momentos de coyuntura electoral, pues, como ya lo hemos señalado, es el momento
de mayor debilidad de la clase política. En otras palabras, son los momentos de
la Iglesia para incidir e inducir su visión en las políticas públicas. La
jerarquía, pues, hace sentir su peso político, y la manera de ejercer su
influencia es demostrar a la sociedad su presencia política y hacer valer su
condición de factor de poder. Aunque su incidencia religiosa vaya a la baja, ya
que se vive la menor tasa de católicos en la historia del país, en contraparte
la relevancia política del clero va al alza.
El contacto entre
candidatos y obispos católicos tampoco es nuevo. Estos encuentros se remontan,
en la historia reciente de los procesos electorales, a la campaña de Carlos
Salinas, que incluyó en sus giras el contacto con los obispos locales. El vocero
del episcopado, entonces Genaro Alamilla, celebra la iniciativa e invita al
candidato priísta a hacer política moderna y presentar sus propuestas
a los obispos en 1988.
Vicente Fox rompió el
tabú de los candidatos abiertamente confesionales al declararse católico y
enarbolar el estandarte guadalupano como primer acto de campaña ante el estupor
de algunos obispos mexicanos. Sin duda, una de las lecciones que sacó el PRI de
la alternancia fue descuidar el papel político de la Iglesia; esta conclusión
costosa de 2000 ha marcado un parteaguas en la actitud del tricolor frente
a los obispos. Las pasarelas de candidatos presidenciales ante el pleno del
episcopado mexicano se han venido haciendo actos usuales desde 2006. Surgen
algunas interrogantes entre politólogos y especialistas en temas religiosos:
¿existe el voto católico?, ¿qué tan fuerte es la gravitación del clero católico
en la intención del votante? ¿Por qué la clase política concede tanta
notoriedad al clero?
En los últimos 10 años
hay cierto desencanto clerical por los gobiernos panistas. Sin duda el clero
apoyó y legitimó a Calderón en la crisis electoral de 2006, y se benefició
políticamente. Por ello debemos comprender que la repolitización de lo
religioso no es un fenómeno privativo de México. Desde los años noventa la
jerarquía católica, a escala internacional, tiene una agenda moral que
constantemente choca con la secularización. Hay debates en España, Francia, Estados
Unidos, por mencionar algunos, en que se discute la interacción entre laicidad,
libertad religiosa y secularización. Por ello la agenda moral católica se ha
venido politizando y los obispos, para imponerla, han venido operando con mayor
agudeza. Lo religioso se ha venido desprivatizando, es decir, se resiste a
vivir la fe desde lo privado y en contraste aspira a emerger con energía en el
espacio público. En México, la jerarquía católica se ha beneficiado de la
federalización de algunas regiones. La llamada feudalización de
muchos gobernadores ha contribuido a otorgar mayor peso político a algunos
obispos locales. Por ejemplo Juan Sandoval Íñiguez, abiertamente panista, se
convirtió en Jalisco en un poder real, sólo equiparable al del gobernador.
Onésimo Cepeda, en Ecatepec, ha sido constante operador político tricolor;
los obispos de Chihuahua que en los años ochenta fueron panistas defensores del
voto ahora respaldan abiertamente al PRI. Y en el estado de México se puede
hablar de obispos peñistas.
A la diversidad
religiosa de la Iglesia se puede añadir la diversidad política, a condición de
fortalecer una agenda moral que se impone como eje rector. Es evidente que los
candidatos ven en la Iglesia una fuerza política real; así lo han percibido
desde hace más de una década. En la comparecencia de candidatos ante cerca de
100 obispos, las biografías de Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto están
ligadas a la Iglesia. En el árbol genealógico del candidato priísta existen
varios obispos e influyentes clérigos mexiquenses, y el ex gobernador parece
desempolvar las viejas tesis salinistas sobre el papel político de la Iglesia y
asignarle una función de aliada estratégica. Los planteamientos de ambos, si
bien cuidadosos, se movieron en territorios conocidos: defensa de la vida, la
familia, la libertad religiosa y una laicidad atemperada. Andrés Manuel López
Obrador, en cambio, cruzó una espada de doble filo, no confrontó la agenda de
la Iglesia, pero tampoco la avaló, por la presión de los propios grupos de izquierda.
Salió del terreno de los valores para colocarse en la crítica común del modelo
económico y la búsqueda de la paz. Gabriel Quadri, con mayor libertad de todos
los candidatos, reivindicó su catolicidad, pero admitió las uniones de personas
del mismo sexo diferenciándolas del matrimonio católico. Podría decirse que su
descaro le hizo ganar simpatías entre muchos prelados mexicanos.
Hay un nuevo mapa
político religioso en México. Gran parte del clero mira con reticencia las
posturas del PRD, pese a la nueva actitud moderada de su amoroso candidato.
Este clero se ha dejado consentir regionalmente por los gobernadores priístas,
aunque predomina en el Bajío y las tierras cristeras una prevalencia panista.
La clase política, si bien ha perdido raíces ideológicas, tradiciones y ha
ganado pragmatismo, no es estúpida; sabe del peso político y el ascendiente que
tienen los obispos.
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