AXEL DIDRIKSSON
Con la equivocada estrategia para enfrentar al crimen organizado, al parejo del reiterativo pero ineficaz discurso gubernamental sobre la necesidad imperiosa de militarizar el país, se ha tejido una densa cortina de humo que opaca problemas verdaderamente preocupantes. Entre otros están las crisis económicas que se avecinan por efecto de la recesión en Estados Unidos, y la caída de los niveles de nuestro desarrollo.
Durante las últimas dos décadas, después de dos perdidas, los niveles de crecimiento, productividad y desarrollo económico y social han decrecido de manera absoluta. El más importante indicador es la caída de los niveles de inversión del capital público y privado, que está provocando altas tasas de improductividad, el crecimiento del desempleo, el abandono de millones de jóvenes en pleno potencial transformador, la falta de crecimiento y calidad en el sistema educativo, junto con el virtual abandono de las tareas científicas y de producción de conocimientos.
La falta de inversión de capital nos ha vuelto en extremo vulnerables frente a las crisis especulativas que a partir de 2009 se han desatado en todo el mundo, y nos dejará fuera del escenario de crecimiento que se prevé para los próximos diez años en América Latina. La principal causa es el modelo económico y social equivocado que se ha adoptado, que ha tenido como resultado un Estado débil e ineficiente, y los más bajos niveles de bienestar social, científico y educativo de los últimos años.
Mientras el Ejecutivo se la pasa afirmando que no habrá crecimiento sin reformas legislativas (a unos meses de que termine este sexenio), los recursos se siguen orientando al fomento del aparato policiaco y militar y a generar enormes riquezas personales para una minoría poblacional. La barbarie frente a la cultura.
Los datos más alarmantes son que, junto con el crecimiento poblacional de los grupos de edad de mayor capacidad productiva, siete de cada 10 jóvenes (aunque tengan estudios medios o superiores) no tienen trabajo ni salarios dignos; que, de cada 10 de estos jóvenes, seis desertan al llegar al bachillerato, y que de cada 100 mexicanos sólo unos 20 alcanzan el nivel de educación superior; la mitad de la población está en situación de pobreza y más de 11 millones en pobreza extrema. Para la mayoría de los habitantes del país las carencias alimentarias, de vivienda, de salud y educación son extremas, pero sobre todo pesan sobre ellos la exclusión y la iniquidad en la distribución de los ingresos.
Asimismo, el país ha perdido enormes ventajas competitivas y oportunidades, principalmente por sus atrasos en la inversión y por no detonar sectores económicos dinámicos concentrados en la producción de conocimientos y tecnologías, en los empleos de mayor dinamismo, y porque no se ha definido una política de Estado de largo alcance para la transformación de la educación y de la ciencia, valores centrales para alcanzar un nuevo desarrollo.
El daño está hecho, pero debe sostenerse la necesidad de organizar y emprender con un nuevo gobierno otro modelo, uno que atienda el desarrollo y los requerimientos de los jóvenes, que haga cambios verdaderamente radicales en el sistema educativo y científico, que invierta en bienestar y sustentabilidad y cambie la muy negativa distribución del ingreso.
A muy pocos les preocupan estas tendencias, por su retórica de promover el miedo, y mucho menos sus consecuencias negativas para la mayoría de la población. Peor aún, se cree que con la simple convocatoria a una inesperada racionalidad gubernamental se podrán revertir las mismas en el lapso de lo que queda del actual gobierno. A los bárbaros actuales esto no les importa. Solamente les interesa convencer a los demás de que su pesadilla debe ser contagiada, pese a todo.
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