jueves, agosto 25, 2011

Jaime Ornelas Delgado : Y qué hay con la crisis

OPINIÓN
Y qué hay con la crisis
Jaime Ornelas Delgado


Quizá por hablar tanto de la crisis ya nadie, o muy pocos, la toman en serio. Sin embargo, ahí está, persistente y tozuda no nos deja en paz y, ahora, ataca de nuevo. Lo más grave es que ahora México es más vulnerable y los efectos que puede tener la crisis que se avecina serán de una magnitud insospechada.

Según el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 52 millones de mexicanos viven en condiciones de pobreza y unos 12 de ellos se encuentran en pobreza extrema. Tan sólo en dos años, de 2008 a 2010, 3 millones 200 mil paisanos cayeron en situación de pobreza. Sin duda, el neoliberalismo únicamente ha sido eficaz en la producción de pobres.

“Causas externas”, provocan la crisis, dicen los funcionarios del gobierno de Felipe Calderón y él mismo lamenta la situación y, de inmediato, añade que el mal viene de fuera, como si en la profundización de la dependencia nada tuvieran que ver las políticas gubernamentales como un endeudamiento público que actualmente asciende a casi 5 billones de pesos, cuyo costo significa un constante drene al exterior de un excedente que de otro modo podría utilizarse en inversiones productivas o las actitudes como la de entregar al capital privado la explotación del petróleo –lo que está explícitamente prohibido por la Constitución–, en pozos maduros o bien obsequiar a empresas mineras extranjeras enormes extensiones del territorio mexicano para la explotación del oro, oro que en el peor de los absurdos luego, para diversificar sus activos, dicen, el Banco de México compra en el mercado internacional a precio alzado y especulativo. Hechos como estos o el control casi total del mercado bancario por empresas extranjeras, sin duda, fortalecen la dependencia económica, que sabemos se prolonga en dependencia cultural, política y social.



Y no es todo, la simulación de las autoridades del Trabajo ha permitido que se precarice aceleradamente el trabajo; los bajos salarios, la falta de prestaciones, la inestabilidad en el empleo, la expansión inconcebible de la economía informal, el desempleo y el subempleo, además de acrecentar la pobreza, contribuyen de manera definitiva a la insuficiencia de un mercado interno capaz de convertirse en motor del crecimiento económico.

La dependencia externa, que los gobiernos neoliberales del PRI y del PAN (el primero inició el modelito y el segundo lo ha continuado con entusiasmo desmedido), han contribuido a reforzar con sus prácticas de apertura al capital extranjero (en su mayor parte especulativo) y al comercio “mundial” (que ha liquidado la actividad agropecuaria en la mayor parte de la República), no parece tener fin y tampoco hay voluntad política para hacerlo, por ejemplo, a nadie en el gobierno de Calderón ha pensado en nacionalizar la industria del oro y aprovechar el elevado precio internacional que alcanza el áureo metal, en el cual se ha refugiado el capital especulativo ante la inestabilidad de la economía mundial y de las bolsas de valores del mundo.

Nadie, por supuesto, festeja la pobreza que se generaliza en el país, por el contrario, lo que debe ponerse en la agenda nacional de cara al 2012, es la vulnerabilidad de las estructuras gubernamentales y sociales para enfrentarla. La nuevas estructuras que en tres décadas ha construido el neoliberalismo, destruyeron las instituciones que hoy podían ser instrumentos para el desarrollo (es el caso del Seguro Social, el Infonavit, la Conasupo y otras del mismo corte) y que hoy o no existen o son mera caricatura de lo que debían y podían ser.

Por eso, sin duda, se equivocan quienes pretenden que las elecciones del año próximo sean sólo para detener “la regresión autoritaria”, se trata también de evitar la continuidad conservadora e iniciar un cambio capaz de impulsar la construcción de una sociedad igualitaria, incluyente, fraterna, solidaria, sustentable y democrática. Tarea ardua y compleja, sin duda, pero indispensable de realizar cuanto antes y que, por cierto, no pasa por las portadas de las “revistas del corazón” y, mucho menos, por los besos, apapachos y obsequios de escapularios a los hombres del poder.

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