lunes, agosto 15, 2011

Injerencia extranjera y dependencia estructural : Julio Pimentel Ramírez


Injerencia extranjera y dependencia estructural
 Julio Pimentel Ramírez


Cuando se hace público que en México se incrementa la presencia de agentes de la DEA, el FBI, la CIA y personal paramilitar estadounidense, con justa razón se levantan voces indignadas que denuncian la intromisión extranjera en nuestros asuntos internos. Esta injerencia, que viola la Constitución mexicana y lesiona la soberanía nacional de por sí ya maltrecha, nos lleva a reflexionar sobre la dependencia estructural: económica, social, política y cultural, de nuestro país respecto al imperio capitalista del Norte.

Sin perder de vista que en los 200 años de historia independiente de México se han vivido diversas etapas en las que coexisten y se confrontan diversas posiciones respecto al proyecto de nación que se pretende impulsar, entre ellos quienes en un tiempo pretendieron convertir al país en súbdito de una corona europea y posteriormente, hasta la fecha, sueñan con que seamos una estrella más en la bandera estadounidense; mientras que en el otro polo, con diferentes matices, se encuentran los que pugnan porque seamos una nación realmente independiente, soberana y digna.
De manera simple, aunque el tema da para un análisis más vasto y complejo, podemos señalar que a lo largo del siglo XX nuestra historia fue rica en episodios que nos muestran lo anteriormente señalado: el nacionalismo revolucionario, surgido de la revolución mexicana, tuvo su cenit, su máxima expresión, con el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río, quien al nacionalizar el petróleo pone en manos del Estado una fenomenal palanca para el desarrollo económico autónomo.
Otras medidas del cardenismo en los ámbitos económico, agrario, educativo y de relaciones exteriores abrieron la perspectiva de un desarrollo independiente, que sin embargo se agotó paulatinamente hasta manifestarse en un proceso de retroceso político y de severas crisis económicas.
El discurso nacionalista persistió entre la clase política priísta durante varias décadas del siglo pasado, pero era fundamentalmente eso, sólo palabras vacías de contenido real.
Mientras se hacían discursos sobre los próceres de la Independencia y la Revolución se llevaban a la práctica políticas en sentido contrario. Los funcionarios, las cúpulas de los sindicatos corporativos, los dirigentes de las centrales campesinas, los jefes del partidazo y la parasitaria burguesía “nacional”, que se retroalimentaban y se confundían con harta frecuencia, se apoderaban de las riquezas sociales, empobrecían a la población, y abrían las puertas al capital extranjero y con ello sentaban las bases para que predominara un proyecto de subdesarrollo, estructuralmente dependiente de la economía estadounidense.


Los gobiernos priístas aprendieron a negociar la dependencia. Por ejemplo, mientras por un lado Luís Echeverría Alvarez lanzaba a los cuatro vientos discursos tercermundistas, que con gran demagogia presentaba como alternativa a la insalvable confrontación entre capitalismo y socialismo, mantenía estrecha supeditación, más que colaboración, con los organismos de inteligencia estadounidenses para combatir a las organizaciones revolucionarias que en aquellos años pugnaban por una transformación radical del país. En los hechos la estrategia contra lo que consideraban la subversión mexicana era una extensión del llamado Plan Cóndor que el gobierno de Washington diseñó para el Cono Sur, todo bajo la concepción de combatir al comunismo.
Es más, existen muchos episodios que desnudan que los altos funcionarios de los gobiernos del PRI, no eran nacionalistas auténticos. Existen documentos que prueban el papel de espías al servicio de la CIA del secretario particular de Gustavo Díaz Ordaz, Joaquín Cisneros; de un funcionario de la Embajada de México en La Habana, Humberto Carrillo Colón, sobrino de quien fuera canciller mexicano, entre otros casos. Incluso se dice que el propio Luís Echeverría prestó servicios como informante a la tristemente famosa CIA.
En los últimos treinta años, con el neoliberalismo y sus tecnócratas desnacionalizados, los sustentos económicos de México como nación soberana e independiente han sido debilitados a la par de la casi extinción del llamado Estado de bienestar. PEMEX, además de ser la principal fuente de recursos del que se sostiene el gobierno y sus instituciones y después de ser saqueado durante años, se encuentra en crisis y en proceso de privatización.
La apertura indiscriminada de mercados, sin tomar medidas que fortalezcan la capacidad productiva nacional, se ha traducido en el debilitamiento extremo de la industria nacional, en el abandono de la actividad agropecuaria, en el desempleo y subempleo de millones de personas, en la emigración de otros tantos, en fin en el hecho de que somos un país de pobres.
El entreguismo ante los designios del amo del Norte de Felipe Calderón, que también es ideológico y cultural, además de tener una larga historia, se explica por la dependencia estructural de nuestra economía (80 por ciento del comercio exterior es con EU, el mayor porcentaje de inversión extranjera viene de allá, los migrantes mexicanos envían importantes sumas de dólares, etc.), por la supeditación cultural que se impone a través de los grandes medios de comunicación que alientan la imitación del “modo de vida americano”, entre otros factores.
No es suficiente exigir que los agentes estadounidenses no entren a nuestras tierras con armas. Para defender la soberanía nacional no basta con palabras de indignación y reclamos diplomáticos, habría que plantearse establecer un proyecto de nación que aliente la industria y el campo nacionales, que recupere en su integridad y desarrolle los recursos energéticos. En fin, que genere empleos dignos, eduque plenamente a sus niños y jóvenes, atienda las necesidades de la población, entre otras cosas. En todo caso la dignidad no está en el PAN ni en el PRI.

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