País de masoquistas
Ahora que han ganado, los priistas se vanaglorian de lo que harán por México. Gracias al PRI habrá estabilidad política, dicen. Gracias al PRI habrá reformas y modernización, insisten. Gracias al PRI el país resucitará del fracaso de los panistas, repiten. Enrique Peña Nieto lleva meses recorriendo la República dándose palmadas en la espalda y ahora celebra el regreso al poder de un partido responsable de sus peores vicios. Pero la paradoja es que el priista denuncia la ineficacia y la inexperiencia de diversos funcionarios panistas incapaces de limpiar el tiradero que su partido dejó tras de sí. Ahora vale la pena recordar la lista de cosas vinculadas con el PRI que llevan al desconsuelo ante su regreso. Hay contribuciones priistas por las cuales el electorado debería estar menos agradecido. México arrastra un legado que no debería ser motivo de aplausos; México carga con una herencia de la cual los priistas intentan deslindarse pero de la cual son responsables.
Como he escrito anteriormente en estas páginas (Proceso 1687):
En la vida bajo el PRI el narcotráfico infiltra al Estado y se enquista allí. A partir de la década de los 80, el negocio de la droga comienza a crecer, y lo hace con protección política. Con la complicidad de miembros de la Policía Judicial Federal y agentes de la Dirección Federal de Seguridad. Con la colusión de gobernadores como Mario Villanueva y otros dirigentes priistas de narcomunicipios y estados fronterizos. A lo largo de los años, la estructura política del priismo provee un caparazón al crimen organizado que avanza, no a pesar del gobierno sino –en buena medida– gracias a él. Cuando los panistas llegan a la Presidencia se encuentran un Estado rebasado, se enfrentan a autoridades estatales cómplices, se topan con policías infiltradas, apelan a procuradurías indolentes. Y sin duda tanto la administración de Vicente Fox como la de Felipe Calderón no encararon el reto de la mejor manera; el primero por omisión, y el segundo por falta de previsión. Pero lo innegable es que no fueron responsables del problema: lo heredaron. Hoy los priistas dicen que pacificarán al país, pero la única forma de lograrlo sería pactando con las fuerzas con las que –en el pasado– se asociaron.
La vida bajo el PRI implica coexistir con alguien como Joaquín Gamboa Pascoe y lo que representa. Líder vitalicio, elegido para liderar la central obrera hasta el 2016. Líder hasta la muerte, encumbrado después de una votación fast track y por aclamación. Rodeado de mujeres bailando en bikini, meciéndose al son de las maracas y las fanfarrias y las porras. Impasible ante los reclamos por los lujos que despliega y los relojes que ostenta. Vivir bajo el PRI implica enterarse de la suntuaria vida de la hija de Carlos Romero Deschamps y escuchar a Enrique Peña Nieto enarbolar su defensa con el argumento de que “ha sido un hombre muy trabajador”. El próximo presidente no alza la voz para cuestionar las prácticas antidemocráticas del corporativismo, sino que niega su existencia. Argumenta que México ha cambiado y que los trabajadores son libres y merecen respeto, cuando la corrupción sindical es señal de la podredumbre de siempre. La genuflexión de siempre. La alianza de siempre. El pacto de siempre. El liderazgo del PRI ofrece prebendas a cambio de apoyo político. Tan es así que, sin ningún rubor, Gamboa Pascoe sostiene que hizo cuentas con Peña Nieto para incrementar, en el próximo proceso electoral, el número de posiciones en el Congreso de integrantes cetemistas. Así el PRI ratifica su preferencia por las prácticas del pleistoceno.
Vivir bajo el PRI entraña que el gobierno se percibe como botín compartido. No hay frase que resuma mejor esta visión que la atribuida a Carlos Hank González: “Un político pobre es un pobre político”. El PRI permite que quien llegue a algún puesto –desde hace décadas– piense que está allí para enriquecerse. Para hacer negocios. Para firmar contratos. Para embolsarse partidas secretas. Para otorgar concesiones y recibir algo a cambio. Sólo así se explica La Colina del Perro construida por José López Portillo. Sólo así se explica la fortuna acumulada en las cuentas suizas de Raúl Salinas de Gortari. Sólo así se entiende el reloj de 70 mil dólares que porta Carlos Romero Deschamps. Sólo así se comprende el guardarropa de Elba Esther Gordillo. Gracias al PRI, gran parte de la población considera que la corrupción es una conducta habitual y aceptable que acompaña a la función pública.
La vida bajo el PRI implica que la impunidad se vuelve una forma de vida. El PRI mantiene un sistema para compartir el poder basado en la protección política a sus miembros, al margen de las leyes que violan, los estudiantes que intimidan, los desfalcos que cometen, los robos que encabezan, los desvíos que ordenan. La lista es larga y escandalosa: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Raúl Salinas de Gortari, Mario Marín, Arturo Montiel, Jorge Hank Rhon, Roberto Madrazo, Emilio Gamboa, José Murat, Ulises Ruiz, Tomás Yárrington. Y para protegerse a sí mismos promulgan leyes a modo, saltan de puesto en puesto, presionan a periodistas, negocian amparos, compran apoyos y corrompen jueces.
Mario Vargas Llosa entiende esto cuando sentencia que si México regresa al PRI a la Presidencia es porque es un “país de masoquistas”. Y la población ha sido partícipe de ese masoquismo, alimentado por el PAN y el PRD. Ambos partidos son corresponsables de la restauración al suponer que bastaría sacar al PRI de Los Pinos sin modificar sustancialmente su modus operandi. El gran error del PAN y del PRD ha sido tratar de operar políticamente dentro de la estructura que el PRI creó, en vez de romperla. El gran error del PAN y del PRD ha sido creer que podría jugar mejor el juego diseñado por el PRI, en vez de abocarse a cambiar sus reglas. El gran error ha sido emular a los priistas en vez de rechazar la manera de hacer política que instauraron.
Los panistas y los perredistas han fracasado en el intento de gobernar como lo hacían los priistas. Los panistas y los perredistas han fracasado en su intento de adaptarse a las reglas de instituciones que el PRI torció. Los panistas y los perredistas no han logrado pactar eficazmente con los narcotraficantes; no han logrado comprar eficazmente a los líderes sindicales; no han logrado beneficiar eficazmente a los grandes empresarios; no han logrado ocultar eficazmente los negocios que han hecho a su paso por el poder; no han logrado combatir eficazmente la impunidad porque también se volvieron cómplices de ella. Gracias al PRI el país padeció tantos años de mal gobierno. Gracias al PAN y al PRD es probable que la historia se repita. Y que México se vuelva –voluntariamente– un país de masoquistas.
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