La elección insólita
¿delincuencial?
Víctor Flores Olea
Hecho insólito: el que se hayan unido el PAN y el PRD para demandar
conjuntamente, ante la Procuraduría General de la República, al PRI y a su
candidato presidencial Enrique Peña Nieto por lavado de dinero, consistente en
investigar el origen de los recursos utilizados por el grupo financiero Monex y
el retiro en efectivo de diferentes Estados de la República de más de 108
millones de pesos. Se solicita en realidad a la PGR que la Subprocuraduría de
Investigación en Delincuencia Organizada (SIEDO) informe sobre el manejo de
esos fondos que pudieran tener un origen ilícito, eventualmente del lavado de
dinero, o bien inclusive definirse como recursos del crimen organizado. En
ambas hipótesis se trataría de delitos de gravedad. En todo caso, los partidos
demandantes exigen que la sentencia del Tribunal Electoral del Poder judicial
de la Federación se pronuncie antes de calificar la elección.
La denuncia conjunta de los dos partidos es evidentemente una escalada política
y jurídica en la discusión postelectoral. Política, porque dos partidos
antagónicos que se enfrentaron en la última elección ahora establecen alianza
para denunciar al PRI y a Enrique Peña Nieto por delitos electorales. Para
Gustavo Madero (Presidente del PAN), además de que ese partido habría presentado
más de 20 impugnaciones a los manejos financieros del PRI durante la última
campaña, insistiendo en que “hay materia para investigar” y que está a prueba
“el gobierno federal y el sistema judicial mexicano” y su validez para el
futuro, al mismo tiempo que Jaime Cárdenas, el abogado del Movimiento
Progresista, explica con detalle la manera en que el PRI cometió delitos para
financiar la campaña de Peña Nieto “y demandó la invalidez de la elección
porque no puede calificarse un proceso electoral financiado con recursos
ilícitos”.
El abogado del Movimiento Progresista agrega que “hablamos de un rebase de
topes de campaña de más de 4 mil doscientos millones de pesos, cuando el tope
de los gastos ascendía apenas a 336 millones de pesos”, por lo cual, sostiene
con toda razón el jurista, “debe ser invalidada la elección presidencial, ya
que se violentó gravemente el principio de equidad a que se refiere el artículo
41 constitucional”.
Hay un clima en que la corrupción es reconocida por tirios y troyanos en infinidad
de esferas de la vida nacional. Muy pocos –yo no me contaba entre ellos– tenían
la esperanza de que las elecciones presidenciales de este año fueran la
excepción, o que tendieran a serlo mínimamente. No tenían razón, ni por asomo.
Una de las razones de mi enorme desconfianza fue la participación del PRI en el
proceso, y el hecho de que se hablara ya, desde hace cuatro o cinco años, de
que el fracaso del PAN le otorgaba muy buenas probabilidades de triunfo, y de
que había un joven candidato del PRI, gobernador del Estado de México, con gran
oportunidad.
¿Cómo lo habíamos conocido? Por su infalible (e inefable) presencia en los
noticieros de Televisa, particularmente en el de Joaquín López Dóriga, con
varios minutos varias veces a la semana, y por sus enormes retratos
publicitarios cuando ganó las elecciones del Estado de México. Mucho dinero
atrás, se comentaba a granel, y el grupo Atlacomulco como un solo hombre.
¿Otras virtudes? Por ningún lado se veían. Salvo el dinero, otra vez, y el
grupo político apoyador.
Entonces no tenía explicación realista la casi certeza de que el PRI volvía por
sus fueros con todo el “paquete”, incluidas las trampas, los chanchullos y la
abierta corrupción para el fraude. Es decir, la explicación estaba precisamente
en el “paquete”. La cuestión es que no obstante el letargo del PRI para cambiar
en los 12 últimos años, su verdadera parálisis, se anunciaba que sí podría
volver al poder, pero sin haberse convertido en un real partido político sino,
en el mejor de los casos, en un aparato electoral sin real oferta para la
ciudadanía. El PRI seguía siendo el mismo de siempre ahora guiado por un joven
de otra generación – según proclamaba el propio candidato–, que muy pronto se
descubrió que cargaba con el lastre de desprestigio del PRI, infundiéndole él
mismo en su estilo y maneras un vacío, una ignorancia y una “nada” política que
resultaban muy impresionantes.
Pues parece que se ha confirmado la desconfianza honda de hace varios años. El
PRI, con su aparato electoral aceitado (también con recursos de dudosa
procedencia), “parece” que regresará al poder pero que lo hará, si es el caso,
de mala manera para la ciudadanía y, desde luego, dejando muy mal parado y con
tremendo desprestigio al candidato, que se profundizará rápidamente si entrase
al gobierno, joven con mínima experiencia elegido en buena medida por el clan
de los gobernadores priistas, que han entrado al quite, en conjunto, del
Presidente anterior, el hombre único del infalible dedazo (para evitar, además.
que el PRI siga pareciendo ese “gallo sin cabeza” al que se refirió Carlos
Fuentes al inicio de la década del 2000).
Por supuesto que Andrés Manuel López Obrador ha llevado a cabo una campaña
ejemplar aunque polarizante sin duda, no por un radicalismo abstracto sino por
su actuación de una pieza, y esto es tal vez lo que menos se acepta en un país
como México hoy: ejemplar por rectilínea y honesta y porque al final de cuenta
ha resultado el “Gran Desorganizador” de la fiesta actual del país, en la que
ha habido una tómbola abierta a las manos de los vivales.
“Gran Desorganizador” que hoy significa en México moral y convicciones firmes .
Andrés Manuel López Obrador ha resultado un genuino líder que tal vez no podrá
alcanzar sus objetivos más altos pero que quedará en la memoria de los
mexicanos como un luchador indispensable por su dignidad
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