¿Cuándo se cumplió la
ley que no lo vimos?
Guillermo Fabela
Quiñones
Apuntes
En la ceremonia conmemorativa del centenario de la fundación de la Escuela
Libre de Derecho, Felipe Calderón afirmó que “cumplir y hacer cumplir la ley es
un imperativo ético y constitucional. Esa ha sido y será siempre la guía de mi
gobierno, hasta el último día de mi mandato”. Sin embargo, los hechos lo
desmienten porque si algo caracterizó a la actual administración fue la
violación sistemática de los preceptos constitucionales, a partir de que tomó
posesión del cargo de jefe del Ejecutivo sin haber ganado limpiamente las
elecciones.
Haber sacado de sus cuarteles a las fuerzas armadas para cumplir tareas
policíacas, fue el inicio de una cadena de violaciones que tienen al Estado
mexicano al borde de una crisis inmanejable, que lo será sin duda si el PRI se
empeña en llegar a Los Pinos en contra de la voluntad popular. Que así fue, lo
sabe la mayoría de la población que votó por Andrés Manuel López Obrador, misma
que no se explica cómo fue posible revertir mágicamente una realidad que
demostraba un triunfo inobjetable de la opción de izquierda, y que horas
después se convertía en derrota.
Lo fue gracias a la complicidad entre Calderón y la dirigencia del PRI, que se
demostró cuando éste reconoció de manera anticipada el “triunfo” de Enrique
Peña Nieto, casi con las mismas palabras que usó Leonardo Valdés Zurita para
festinar también la “victoria” del priísta. Se violentó la voluntad mayoritaria
expresada en las urnas, con lo que culminaba una larga cadena de violaciones al
Estado de derecho, que podrían ser borradas una vez que Peña Nieto se cruzara
en el pecho la banda presidencial. Hacerlo posible es una tarea que se han
impuesto las autoridades electorales, con el firme apoyo de Calderón.
Con este intercambio de favores sería factible que se olvide, cuando menos en
los anales del gobierno federal, la existencia de miles de muertos que no serán
reconocidos y quedarán en el anonimato, debido a que Calderón vetó finalmente
la Ley General de Víctimas, la última posibilidad que tenían los familiares de
que se les hiciera justicia. Sin embargo, por otro lado quedarían testimonios
evidentes del monstruoso número de víctimas de una violencia absurda que pudo
haberse evitado, si en realidad Calderón hubiera aceptado adecuarse al marco
constitucional. Si acaso hubiera puesto fin a la violencia, tendría sentido su
“guerra”. Pero ya vimos que sucedió lo contrario, y así será seguramente hasta
el final de su mandato.
Con todo, lo vivido hasta la fecha será una “luna de miel” comparado con lo que
podría suceder en el país como consecuencia del arribo de Peña Nieto a Los
Pinos. Si Calderón pretendió legitimarse poniendo al Ejército a ejercer tareas
policíacas, el mexiquense haría lo propio, pero con otras modalidades. En vez
de tropas de las fuerzas armadas, pondría a paramilitares extranjeros a dominar
con el terror a la población mayoritaria que osara protestar por las medidas
draconianas que pondría en marcha, con el fin de cumplir sus compromisos con la
elite que lo patrocinó.
No podría ser de otra manera porque no se ganó limpiamente la elección. Los
costos para el país por esta razón serían enormes, porque se actúa abiertamente
contra los ordenamientos constitucionales, en razón del imperativo de imponerse
a la sociedad sin importar los medios. Así fue en 1988, lo mismo en el 2006,
como lo corroboran los hechos. No tendría porqué ser de otro modo a partir de
diciembre de este año. Si no, para qué contrató Peña Nieto los servicios del
general colombiano Óscar Naranjo, experto en reprimir a la población que lucha
por cambios democráticos, con el pretexto de combatir a los narcotraficantes.
Si Calderón, como dice, se guiara por el imperativo de cumplir y hacer cumplir
la ley, no hubiera intervenido en el proceso electoral para favorecer a Peña
Nieto. ¿Cuándo se le vio combatir en serio la corrupción, flagelo que durante
este sexenio se magnificó como nunca antes? ¿A qué horas, como afirma, “su
santo y seña” fue la búsqueda de la seguridad, la justicia y el bien común? Si
tal fue el principal objetivo durante su mandato, podemos asegurar que fracasó
rotundamente, pues no se logró ninguna de las tres metas.
Pero eso no importaría si finalmente se sienta Peña Nieto en la silla
presidencial. Así aseguraría Calderón la impunidad necesaria para disfrutar de
privilegios jamás soñados. Pero se afianzaría una cadena de complicidades
absolutamente nocivas para la nación, que obligarían a continuar violando las
leyes para mantenerla vigente. De ahí la urgencia de que la sociedad se
organice para evitar una imposición contraria a la ley. Por eso también es
vital que AMLO siga con su firmeza para liderar un movimiento reivindicador
impostergable.
(guillermo.favela@hotmail.com)
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