En ocasiones encuentro que lo que quiero decir ya lo han dicho otras personas, y mucho mejor de lo que yo lo hubiera podido hacer. Por eso en este artículo voy recurrir a las palabras de Daniel Innerarity, un filósofo y político vasco, antiguo integrante de la Asamblea Nacional por el Partido Nacionalista Vasco y actual director del Instituto de Gobernanza en el País Vasco. Dos artículos periodísticos, publicados con 10 años de distancia en el diario español El País, expresan muchas de mis preocupaciones y convicciones actuales. Voy a entresacar algunas de sus palabras para compartir con ustedes mi estado de ánimo y mis pensamientos en torno a este momento poselectoral.
Empiezo con el artículo titulado Hacer política (26 de mayo de 2001). Dice Innerarity: Las elecciones son precisamente el momento de máxima incertidumbre, cuando el principio de que todo es posible planea sobre todos como una promesa o una amenaza. Luego señala que las urnas sitúan a cada uno frente a unos deberes concretos que consisten, dicho de manera genérica, en la obligación de hacer política con lo que hay.
Según este filósofo, la política exige fundamentalmente dos cosas: primera, haber caído en la cuenta de que su terreno propio es el de la contingencia, y segunda, una especial habilidad para convivir con la decepción.
Para él, hacer política es renunciar a otro procedimiento que no sea convencer, pero convencer a otros es algo que nunca puede estar plenamente garantizado. Y para convencer, primero hay que dialogar. Pero quien entra en un diálogo, aunque las reglas del juego estén muy claras, no sabe exactamente cómo va a salir. Además: Dialogar es siempre algo arriesgado, y así parecen haberlo entendido los que se niegan a hacerlo temiendo perder algo en esa operación.
Luego reflexiona sobre ganar y perder: El juego democrático, aquello a que todo participante se somete implícitamente, consiste en que quien ha ganado podría haber perdido y siempre podrá perder. Asimismo: Perder no es dejar de tener razón, porque tampoco haber ganado le asegura a uno el tenerla. Tener razón no depende de tener la mayoría (existe incluso una estupidez típica de la mayoría que viene a consistir en querer tener, además de la mayoría, la razón). Y concluye: Hay ideas muy valiosas en toda oposición y alternativas que no dejan de serlo por una mala opción política.
En su segundo artículo, titulado Los sueños y las urnas (29 de octubre de 2011), el filósofo vasco reitera muchas de sus obsesiones (hoy, mías también). Inicia con algo que se nos olvida con frecuencia: Nadie, y menos en política, consigue lo que quiere, lo cual es por cierto una de las grandes conquistas de la democracia. Pero lo que sigue es lo que más me ha puesto a pensar: Una sociedad es democráticamente madura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre decepcionante y eso no le impide ser políticamente exigente. ¡Zas! Sí, decepción es lo que siento hoy, e indignación, especialmente por el despilfarro de las campañas y la compra de votos, sobre todo por la ausencia de procedimientos para controlar el dinero electoral, para transparentar su origen y destino, y para que los partidos rindan cuentas honestas.
La política siempre implica confrontación –no existe ninguna democracia donde de manera totalmente pacífica y amable los adversarios políticos se turnen en el gobierno–, pero justamente lo que evita que la sangre se derrame es el respeto a las reglas del juego. La denuncia sobre el incumplimiento del PRI de su tope de gasto electoral arroja una densa sospecha que oscurece y complica el panorama. Sin embargo, en este compás de espera obligado mientras se ve qué resuelve el Trife, hay que enfrentar la decepción. Sí, como dice Innerarity, la política es siempre decepcionante. Él lo dice porque en una sociedad democrática la política no puede ser un medio para conseguir plenamente unos objetivos sin tener en cuenta a los demás, entre ellos, a quienes no comparten nuestros objetivos. Los pactos y alianzas ponen de manifiesto que necesitamos de los otros, que el poder es siempre una realidad compartida. De ahí que lo “decepcionante” de lo que habla Innerarity nazca de una contradicción irresoluble: la acción política en una democracia implica transigir, negociar, llegar a acuerdos. Por eso el vasco dice que la política es inseparable de la disposición al compromiso, que es la capacidad de dar por bueno lo que no satisface completamente las propias aspiraciones. ¡Híjole, qué lejos estamos de dar por bueno lo que no satisface completamente las propias aspiraciones!
No hay que olvidar que la promesa de la política democrática es la de ofrecer a una sociedad plural, con diversidad de ideologías e intereses, el marco menos violento y autoritario para que realice un arduo y complejo proceso de debate, reflexión y construcción de acuerdos que la haga avanzar hacia niveles más altos de igualdad social y justicia. Eso es, en el fondo, lo que se juega en relación al cochinero político. Tal vez lo único con lo que podemos enfrentar nuestra decepcionante disputa poselectoral es logrando ser, como dice Daniel Innerarity, democráticamente maduros para asimilar que la política es siempre decepcionante y que eso no nos impida ser políticamente exigentes y dialogantes.
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