Peña Nieto busca un
resplandor sin lograrlo
Jorge Carrillo Olea
Lucha anticorrupción sin
proyecto ni idea
En un artículo de Enrique Peña Nieto bastante light, y pobremente redactado
para ser de quien viene y el momento que se vive, se desglosan varias
intenciones de gobierno (Reforma, 16 de julio). La más atractiva por su
naturaleza es la de la comisión nacional anticorrupción. Es un tema
terriblemente importante. Poco avanzaría su gobierno si no contunde con gran
vigor ese mal.
En un medio corrupto nada es posible, o si se sabe cómo, es al revés, todo se
puede. Es un tema de muchos ángulos, sumamente complejo. Es, después de los
delitos de sangre, quizá lo que más duele al pueblo.
Mal de la humanidad, la corrupción en México ha sido siempre un grave problema
público y privado. “El lubricante de la vida nacional”, le llamó alguien o “en
México todo se vende”, dijeron otros y, amarguras de por medio, tenían razón. A
pesar de ello, los niveles y las formas, en los dos últimos gobiernos, son
inconmensurables y de ningún recato. Son difíciles de imaginar si no fuéramos
todos víctimas de ellos, cada día.
Desde 1983 se han dado pasos que a la larga fueron insuficientes para
cohibirla: fue un lema de campaña, “la renovación moral de la sociedad”; se
creó una secretaría; se encarceló al exdirector de Pemex, al momento senador;
se reconvirtió la secretaría; Barrio prometió “peces gordos”… y nada. Todo ha
ido a peor. Es quizá que ante tanto enojo social el casi presidente electo toma
el reto y de paso lo convierte en una bandera de su legitimación.
Dicho con toda honestidad, es tal la ofensa que este fenómeno produce en la sociedad
que el solo anuncio levanta esperanzas. Pero inevitablemente, hemos sido
víctimas como pueblo de tantas falacias a las que se llama “comisión” que es
natural que el anuncio se tome a la vez que con entusiasmo, con ciertas
reservas. Ese entusiasmo se acota ante dos hechos.
Uno: que la comisión actuará “a partir de denuncias” lo que deja al gobierno
con las manos lavadas desde ya, y dos: que el autor del artículo resuelve tan
grave tema en siete renglones, cuando por lo menos merecía uno completo.
No deja de sumarse a la reticencia la interrogante de qué va a hacer Peña, cómo
va a proceder en el caso de su tío Montiel, que sería emblemático. ¿Qué hará
con los numerosos gobernadores ladrones, del partido que sean? ¿Qué va a hacer
con algunos de los pillos nacionalmente reconocidos que lo rodean y que él ha
promovido? ¿Irá a ser, como se la cargan a Benito Juárez, que los tratará con
“gracia y justicia”?
¿Sabrá que su intención rebasa, por sus características, las fronteras
nacionales y se convierte en un compromiso con la ONU, que existe una
convención de las Naciones Unidas contra la corrupción, además de que puede
aprovechar esa fuente de tecnología a través de la Oficina de Naciones Unidas
contra la Corrupción?
Si somos signatarios, nada dice de la postura de México en ella, puesto que hoy
cómodamente no es ninguna. México tiene en ella teóricos derechos que nunca ha
exigido, pero que simultáneamente asume que se nos vigilaría, como en el tema
de derechos humanos, que es lo que no queremos.
La siguiente duda que pensando constructivamente surge: ¿quién encabezaría esa
comisión anticorrupción?, ¿estará presente, como es debido, la sociedad civil?
¿Qué facultades tendrá que vayan más allá de la simple revelación de hechos?
Nada de esto adelanta en su artículo, por lo que tratándose del grueso tema de
referencia, se ve que no existe proyecto, que se confunde ese término con el
más simple, que es solamente el de tener una idea. Por eso es de cavilar que el
avezado autor no pensó en el terrible fondo del problema sino en aparecer en
los medios con un cierto resplandor que no logra.
hienca@prodigy.net.mx
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