Una "Victoria" tramposa |
La elección presidencial y la ciencia
política: la sociedad no es un ensayo controlado
Asa Cristina Laurell
El proceso de la elección presidencial deja
una serie de enseñanzas a la sociedad y a los científicos. La irrupción en el
escenario de los estudiantes participantes en el movimiento #YoSoy132 fue una
sorpresa absoluta para la mayoría de los politólogos. La suposición de que la
cantidad numérica, basada en la medición de opinión de los individuos, es la
misma que la opinión de una colectividad cayó por su propio peso. Pensamos diferente
en soledad que cuando intercambiamos opiniones y experiencias con otros de
nuestro grupo. No es un fenómeno novedoso. Cabe recordar el amplio estudio
hecho con una encuesta en Francia en 1967 que concluyó que los trabajadores
franceses ya no tenían conciencia de clase. Poco después, estos mismos
trabajadores sin conciencia ocuparon un gran número de fábricas
en mayo y junio de 1968 con la exigencia de un cambio profundo en la sociedad.
Un porcentaje alto de la población mexicana,
80 por ciento, se enteró del movimiento estudiantil y sus demandas a pesar de
la poca cobertura de medios y los intentos de manipular su contenido, al
presentarlo como una conspiración partidista. La premisa de muchos
politólogos del control absoluto de las grandes televisoras sobre la opinión
pública sufrió con ello un revés importante. La acción resuelta de un grupo
numéricamente minoritario mostró que puede tener una influencia decisiva para
poner en entredicho procesos considerados inmutables.
La encuestología política (materia destacada
en las facultades de ciencia política y sociología) también ha sido
cuestionada. A parte de todas las maniobras parademostrar que un candidato
va a la cabeza, queda en evidencia que un porcentaje importante no quiere
responder, como demostró el Observatorio Universitario Electoral, o mienten
sobre su intención del voto. Sólo un ejemplo: En el mercado de compra del voto,
inmenso en nuestro país, no se puede suponer que las personas distinguen entre
una encuesta y una medida partidista para investigar si mantienen su compromiso
de voto. Es decir, es incorrecto postular que están controladas todas las
variables menos la que se mide.
Por otra parte, los resultados electorales
también pusieron a descubierto que las encuestas prelectorales, ampliamente
difundidas, estaban lejos de acertar. Por ejemplo la de GEA-ISA, publicada
diariamente en Milenio, tenía un error de 18.4 por ciento, y la de El
Universal, de 17.7 porcentual.
Si los científicos sociales hubieran
planteado e investigado otras hipótesis sobre qué fenómenos determinan el
resultado electoral en México podrían haber alertado sobre aspectos muy
importantes de defraudación a la voluntad popular. Hubieran develado que la
amenaza, el miedo y el lucro con la pobreza están presentes masivamente, en
particular en las zonas populares con feudos partidistas en el barrio, la
colonia o el pueblo. También pudieran haber predicho (que es la función de la
ciencia) que habría que poner bajo escrutinio estrecho las distintas formas de
financiamiento ilegal de las campañas y de la compra de votos. A estos temas se
debería además añadir el papel crucial de los poderes fácticos.
La ironía es que estos temas, de amplio
conocimiento popular, fueron tratados insistentemente por algunos periodistas y
por unos pocos científicos sociales. El resto desperdiciaron su oportunidad de
poner la ciencia al servicio de la sociedad. El tema de fondo es que el
neoempirismo y las métricas que ha puesto de moda hacenrecortes de
la realidad social que ignoran o excluyen sus procesos complejos e históricos.
No es sólo un error metodológico o técnico, sino fundamentalmente conceptual.
Cuando se estudia la sociedad hay que asumir que es imposible controlar todas
las variables menos las bajo estudio; los procesos sociales no puede ser un
ensayo controlado. La llamada teoría crítica latinoamericana reconoce este
hecho y no trata de imitar el paradigma de las ciencias exactas.
Estamos hoy, como sociedad, ante un nuevo
trance. La combinación de la rigidez jurídica de los órganos electorales y la
numerología como único criterio de verdad nos pone en riesgo de un nuevo
conflicto profundo, esencialmente protagonizado por los jóvenes y millones de
mexicanos que quieren vivir en democracia con instituciones sólidas y
legítimas.
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