Prevenir o reprimir
Bernardo Bátiz V.
Dicen los bien pagados anunciadores del sistema,
locutores, aprendices de locutor, intelectuales orgánicos y todos los
interesados en que la situación que vive el país de injusticia y desigualdad
continúe; dicen que no pueden tolerar que siga habiendo dos Méxicos, que ya
basta, que ya se votó en favor de un candidato, el del neoliberalismo, y que no
tenemos que hacer otra cosa más que cerrar filas y dejar de protestar; de lo
contrario, a cualquiera que lo haga le puede pasar lo que hace unos días a los
normalista de Michoacán y hace unos años a los habitantes de San Salvador
Atenco.
Tienen razón, hay dos Méxicos, en lo que no la tienen es
en diferenciarlos a partir de puntos de vista puramente formarles y con
criterios y valores basados en el neoliberalismo, el afán de competir y la fe
en las leyes del mercado; ciertamente está el México de ellos, de los poderosos
que cuentan con los recursos económicos públicos y privados a su servicio y con
las fuerzas armadas, listas para acallar protestas y protegerlos de todo mal y
está el otro México, el del pueblo.
Una muestra de esta dicotomía la tuvimos precisamente en
Michoacán con la represión violentísima a los jóvenes de las normarles rurales,
todos ellos pobres, muchos indígenas y también casi todos de origen campesino.
Fueron golpeados con salvajismo, atados de pies y manos como animales y encima
de esto, les cayó todo el peso de publicidad oficial en su contra.
Por un lado, escuchábamos en los noticiarios que los
muchachos actuaban con violencia, que eran turbas sin control y que se negaban
entre otras cosas, a estudiar inglés y computación, por tanto, merecían lo que
les pasara; sin embargo, lo que veíamos era totalmente distinto, las escenas
grabadas por las cámaras nos mostraban muchachos que huían o se protegían y
eran los policías quienes los apaleaban, pateaban y ataban.
Ese es un México, el México de los poderosos y violentos
que aceptan que el proceso para convertirnos en un protectorado siga adelante;
el gobernador de Michoacán y su policía local y el gobierno federal y su
policía expresaban ante las cámaras de la prensa y de las televisoras cuál es
su criterio para resolver problemas: la fuerza y la violación de los derechos
humanos y mucha publicidad engañosa, para convencernos de que se está actuando
bien, en contra de unos vándalos que no permiten que México avance, que llegue
el turismo y los capitales extranjeros vengan a salvarnos.
Frente a esta actitud represiva y que prefigura lo que
puede ser el próximo gobierno a punto de iniciarse, se encuentra una forma
totalmente distinta de afrontar los problemas; el doctor Miguel Ángel Mancera,
jefe electo del Gobierno del Distrito Federal, al participar en el Foro de la
Democracia Latinoamericana, defendió la tesis contraria, reprimir como último
extremo y excepción, esto es, aplicar el Código Penal como ultima ratio,
pero fundamentalmente elevar la calidad de vida a los jóvenes y eventualmente
abrir el debate sobre la legalización de las drogas, esto es, preferir la
prevención sobre la represión. De paso, y al final del foro, que tuvo lugar en
El Colegio de México, opinó que no sería necesario ver a los soldados
patrullando las calles de la capital.
La opinión del doctor Mancera, quien ganó ampliamente el
voto de sus conciudadanos, es una propuesta humanista para afrontar el clima de
violencia que se ha extendido por casi todo el país y se pone francamente de
lado del otro México, del que prefiere guardar distancia de la represión y del
uso indiscriminado de la fuerza y opta por soluciones preventivas, oportunidades
para los jóvenes, que si son rechazados por nuestros sistemas educativos y no
encuentran empleo, pueden ser como él lo dijo, reclutados por las
organizaciones de los delincuentes.
Reprimir es atender los efectos de un Estado en que
priman la desigualdad y la injusticia; prevenir es atacar el fenómeno de la
delincuencia y la violencia antes de que estalle, acudiendo a las causas y no
solamente apagando los efectos cuando éstos ya están causando graves daños a
las víctimas, a la sociedad y aun a los victimarios, que cometen ilícitos,
ciertamente con responsabilidad propia, pero también en respuesta a una
sociedad que los acorrala y les cierra posibilidades.
Ahí están representados realmente los dos Méxicos,
encarnados en dos gobernantes, uno, Fausto Vallejo, que vota por la dureza, las
armas, la guerra y la dependencia del exterior a costa de sus propios
gobernados, y otro, Miguel Ángel Mancera, que elige la reflexión abierta, la
política, la prevención de los delitos atacando sus causas, opta por abrir escuelas
y fuentes de trabajo y se inclina por la aplicación del derecho con respeto a
las garantías de los gobernados. Esa es la verdadera disyuntiva, prevenir o
reprimir, buscar nuestras propias soluciones basadas en la justicia y el
humanismo o someternos a la guerra que desde fuera se nos pretende imponer.
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