Arturo Jiménez
El escritor uruguayo recibió el galardón que ostenta el
nombre de la luchadora social
Amalia Solórzano simboliza a las mujeres de México:
Galeano
Ella fue coautora de la expropiación petrolera, grandiosa
obra de dignidad nacional, dijo
El 5 de noviembre presentará su nuevo libro, Los
hijos de los días, en Ciudad Universitaria
Amalia Solórzano contiene y simboliza a las mujeres
de México, y mucho más allá de sus fronteras, dijo el escritor uruguayo Eduardo
Galeano al recibir el premio que lleva el nombre de la luchadora social,
defensora de la soberanía nacional y esposa del general y ex presidente Lázaro
Cárdenas, durante una ceremonia efectuada anoche en el Palacio de Minería.
Gracias a lo que hizo Cárdenas, acompañado sobre todo por
su mujer, el petróleo se convirtió en una bandera de la soberanía mexicana.
Amalia fue la coautora de esta grandiosa obra de dignidad nacional, agregó
Galeano, acompañado en la mesa por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, ex candidato
presidencial y cabeza del Centro Lázaro Cárdenas y Amalia Solórzano, que por
segunda vez otorga el premio, el cual fue entregado el año pasado a Luiz Inacio
Lula da Silva, ex presidente de Brasil.
En la mesa estaban, además, entre otros, el jefe de
Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno electo, Miguel Ángel
Mancera; el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro;
el poeta Juan Gelman; la actriz Ofelia Medina, y la feminista Marta Lamas,
quien también recibió el galardón.
Historias de mujeres
Galeano, quien la tarde del 5 de noviembre encabezará la
lectura de su nuevo libro,Los hijos de los días (Siglo XXI), en un
encuentro con estudiantes y público en general en Ciudad Universitaria,
agradeció la generosidad de los organizadores del segundo Premio Amalia
Solórzano de Cárdenas 2012, sobre todo a Cuauhtémoc Cárdenas.
De inicio, rindió homenaje al hombre que Amalia amó,
ambos mitades de un solo cuerpo, y leyó un fragmento de un texto escrito
hace años que reflejaba parte de la figura del general, quien como presidente gobernó
escuchando, andando el país y no prometía lo que no iba a cumplir, porque como
hombre de palabra, hablaba muy poco.
El autor de Las venas abiertas de América Latina recordó
el enojo y amenaza de las trasnacionales petroleras y las potencias
extranjeras, luego de la insolentenacionalización. Es bueno
recordarlo hoy que hay quienes quieren borrar sus caminos y quemar su memoria,
ahora más presente que nunca, el hombre que hizo que el petróleo mexicano fuera
mucho más que una mercancía. Pero la noche de ayer, Galeano quería contar
historias de mujeres: mexicanas, bolivianas, argentinas, de otros países. Y las
contó, pero antes recordó palabras del viejo Antonio (personaje oespecie de
otro yo del subcomandante Marcos): Cada persona es tan grande
como el enemigo que elige, y tan pequeña como el miedo que siente.
Retomó entonces la figura de Amalia Solórzano, porque contiene
y simboliza a las mujeres de México, y mucho más allá de sus fronteras. Y contó
la historia de las que quizá crearon las pinturas rupestres, porque después de
todo ellas permanecían en las casas, cuevas de entonces. Trazos de tan delicada
manera, figuras llenas de gracia, líneas que se escapan de la roca y se
van al aire.
Si las santas y no los santos hubieran escrito los
Evangelios, siguió contando, ellas hubieran consignado que san José era el
único con cara larga mientras los demás sonreían ante el
resplandesciente niño Jesús recién nacido. Es que yo quería una nena,
habría dicho san José, dijo Galeano y recibió uno de los muchos aplausos de la
velada.
Recordó que son femeninos los símbolos de la Revolución
francesa, como mujeres desnudas, gorros frigios y banderas al viento. Pero los
derechos proclamados fueron los del hombre. Y cuando la militante
revolucionaria Olimpia de Gouges propuso la declaración de los derechos de
la mujer, la decapitaron.
Contó que en 1837, en Nicaragua, un gobierno conservador
legalizó el aborto si la vida de la mujer corría peligro. Pero casi 200 años
después el gobierno revolucionario sandinista lo prohibió y condenó a las
mujeres que lo practican a la cárcel o al cementerio. Es, dijo, un gobierno
surgido de una revolución en un país pequeño y pobre que había demostrado que
era posible desafiar al imperio estadunidense.
Hay que tener mucho cuidado con considerarse de
izquierda, de derecha, tener mucho cuidado con el nombre que se le da a las
cosas: revolucionario, no revolucionario. Se puede ser un dictador en casa y un
ardiente revolucionario en algún acto público, agitando banderas rojas.
Galeano contó historias de las mujeres de la Revolución
Mexicana, que llevaban la cocina a cuestas, seguían a los hombres en las
batallas, llevaban al bebé prendido en la teta y tomaban el arma
cuando su pareja caía. Viajaban en los techos de los vagones, dentro de los
cuales iban hombres y caballos. Sin ellas, la Revolución mexicana no
hubiera existido, pero ninguna cobró pensión.
Mencionó a algunas guerreras, muchas disfrazadas de
hombres, otras, pocas, sin ocultar su género. Juana Ramona, La Tigresa; Carmen
Vélez, La Generala.
Un día Galeano vio a la boliviana Domitila Barrios, su
amiga y quien murió hace poco, levantar la mano en una asamblea de mineros,
donde era la única mujer, y decir:Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo
tenemos adentro.
Tiempo después la encontró con otras cuatro mujeres en
una huelga de hambre en la plaza principal de La Paz, en demanda de la caída
del dictador Hugo Bánzer. La gente se burlaba de ellas, pero al pasar de los
días se les juntaron 50, 500, 5 mil, 50 mil, medio millón de personas. Y la
dictadura cayó. ¡Ellas no estaban equivocadas, el equivocado era el
miedo!, dijo Galeano.
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