Retrato del presente
Luis Linares Zapata
La foto salió tal como los actores del presente político
la desearon. El presidente electo, Enrique Peña Nieto, al centro del conjunto
con ademán de agradecimiento por la conciliadora apertura alcanzada. A sus
lados, los elegidos por los votantes de las llamadas izquierdas. Dos de esos
personajes mostrando amplias sonrisas: Nieto y Graco, el concertador de
Morelos, en su cresta triunfal. El resto con esos aires que aspiran a la
solemnidad y terminan en anodina circunstancia. Sin embargo no es, por sus significados,
una fotografía cualquiera. Resume en su esencia mucho de la concepción y ánimos
dominantes en la esfera federal: todo por un retrato para la galería. Al mismo
tiempo, revela las pretensiones y hasta los alcances de los otros cinco
personajes allí conjuntados por su plena voluntad.
Lo que nunca llegará a significar tal reunión de
disímbolos mandones dibuja la incapacidad del liderazgo actual para construir
una república sana, prospera y justa. No llevan prestos consigo mismos los
instrumentos y, menos aún, el compromiso vital que les posibilite ensayar el
cambio ansiado. Lo que por añadidura se delata en el retrato es la mezcolanza
endulzada de intereses y la confusión de visiones que, en la práctica
cotidiana, debían oponerse. Allí se vieron las caras una restauración
autoritaria con la dependencia disfrazada de institucionalidad de las partes
menores. Allí se estrecharon manos gobernantes que debieran embadurnarse con el
descontento de varios millones de hombres y mujeres que habitan en sus estados
y que no se sentirán por ellos capitaneados.
Los desplantes de Peña Nieto suficientemente apuntalados
en sus viajes y, en especial, por sus ofrecimientos adelantados de reformas
definen con claridad los enfoques venideros en la panorámica que se comenta. Se
trata de trasmitir un ánimo de colaboración, de buenas y hasta graciosas
intenciones entre los diversos y hasta opuestos. En el fondo, se delata el afán
reduccionista de la política a los tratos siempre acicalados con buenas maneras
y cortesías dignas de folletines publicitarios. Todos, sin importar origen o el
destino que empollen en sus adentros los concurrentes, tendrán un lugar en el
envoltorio difusivo. Aquí y ahora lo central es la figura, el perfil que va
siendo delineado y que se consolida en la forma de una imagen atractiva y
pacificadora. Así se ganó la candidatura en la pasada elección. Con ese
instrumental de tomas, promesas y poses se gobernó (es un decir) en el Edomex.
Y así se pretenden manejar desde la cúspide del Ejecutivo federal los asuntos
presentes y futuros de esta angustiada República.
Los que representaron en la foto feliz a las izquierdas
terminaron con sus miradas y gestos ante las cámaras insertando su boleto a la
fiesta de la gente grande. Los de arriba ya les tantean alforjas, reciedumbres
y capacidades. Las fidelidades apegadas a los deseos y necesidades populares
están por verse, pero no se barruntan suficientemente arraigados en sus
pergaminos. Lo más probable es que terminen defraudando esperanzas e inocencias
de aliados y votantes. Con seguridad eso hará el guerrerense. Su pasado y
compromisos adquiridos, cristalizados en las llamadas alianzas entre intereses
tan disímbolos, (PAN y PRD) prevalecerán sobre cualquier deseo de bienestar
colectivo. Lo adelantado por el oaxaqueño no da para esperar algo distinto a
sus confusos trasteos ya conocidos. Y en Morelos, con los arranques de
independencias y méritos autopropalados, tampoco habrá las concreciones de una
misión que se vislumbra, desde su arranque, con aires desmedidos. En esos tres
estados el voto por la izquierda, ya bien arraigado desde mucho antes de la
aparición de tales candidaturas, sufrirá en la medida que la cacareada
institucionalidad sea usada como excusa para paliar subordinaciones y ocultar
negocios con el poder federal.
En Tabasco todo está por comenzar o por acomodarse, tal y
como se esperaba sucediera en Oaxaca. La pelea por la gubernatura ha sido
recia, truncada por el fraude continuo de un priísmo de la más enredada y
vetusta catadura. El atraso social tabasqueño es secular, extendido e
inequitativo. Las posibilidades de triunfos rotundos no se esperan factibles,
pero las bases para reconstruir la vida en común sobre valores solidarios son
prometedoras. Todo radicará en la clase de trabajos en los que se adentre el ya
reconocido gobernante actual. Ahí tiene, si quiere adquirir el compromiso de
una aventura justiciera, el sostén humano que puede soportarla. Arrellanarse
con lo establecido es una ruta segura a la mediocridad. Para lo demás hará
falta ensartarse en un combate continuo con la desigualdad imperante. La ruta
que se definirá en la capital del país no se espera tampoco de gran aliento y,
menos aún, innovadora para asentar, en la conciencia ciudadana, las bondades de
una izquierda moderna y enraizada en las preocupaciones de la gente. Las bases
sociales con las que se cuenta, por las acciones de gobiernos pasados, son
sólidas pero, ciertamente, incompletas y hasta manoseadas por el clientelismo
faccioso. El aparato del Gobierno del Distrito Federal permite un grado de
independencia que no tienen los estados. Con él pueden ensayarse etapas
superiores del incipiente Estado de bienestar que ya camina por méritos
propios. Luego se verá, aunque hay poco sustento de esperanza efectiva, si el
recién electo jefe de Gobierno retomará esa senda o la dará por concluida.
Lo cierto es que las luchas y desvelos de los votantes de
la izquierda mexicana apenas se cristalizan en los talantes de los personajes
que se reunieron con Peña Nieto para tomarse la foto del recuerdo. La señal
enviada no augura que, los ahí captados por las cámaras, respondan a la urgente
y pospuesta reconstrucción para lo que fueron electos. Al menos unos de ellos
(a lo mejor todos) tienen, bien interiorizados y definidos, a sus reales
mandatarios.
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