Especista
Pedro Miguel
La semana pasada en el municipio de Zaragoza, Coahuila,
unos lugareños capturaron a una osa que vagaba cerca de sus casas. Dieron aviso
a los bomberos y a elementos de protección civil y luego, todos juntos,
maltrataron al ánimal y se tomaron fotos con él. La procuraduría estatal de
Protección al Ambiente (Propaec) reportó que el úrsido fue sometido utilizando
medios no adecuados, ocasionando daños a la integridad física del
ejemplar(ulceraciones superficiales en la parte izquierda del hocico y quijada)
y que éste se encuentra decaído, como un reflejo del confinamiento y
producto de la forma en que fue capturado. El suceso fue desplegado de
inmediato por buena parte de los medios, y divulgado masivamente en las redes
sociales. El maltrato causó indignación y las autoridades locales anunciaron
castigos ejemplares para los responsables.
Ciertamente, los actos de crueldad innecesaria hacia
algunas especies son expresiones de vileza y estupidez, además de que
constituyen un delito tipificado en leyes y reglamentos; es pertinente y
necesario erradicar de la sociedad las tendencias a solazarse en el dolor
ajeno, sea de humanos o de animales. Pero resulta significativo el hecho de que
esta sociedad, sumida en una violencia desbocada que se cobra diariamente
decenas de muertos –baleados, descabezados, descuartizados, disueltos en
ácido–, haya dejado pasar, mientras se indignaba por el maltrato de la osa, la
cuota cotidiana de bajas humanas causada por los ajustes de cuentas entre los
poderosos: el episodio de Zaragoza y su despliegue tuvieron como telón de
fondo, por ejemplo, la muerte de cuatro individuos a manos de efectivos
militares en Nuevo Laredo; la tortura de cinco policías de Lerdo, Durango, por
sus superiores; la ejecución de dos desconocidos en Chalco; un
homicidio a balazos en Ocotlán, Jalisco; un fallecimiento en una riña en la
cárcel de La Pila, en San Luis Potosí; un asesinato a balazos en Monterrey,
otros dos en Coahuila y dos más en Chihuahua.
El expresar este contraste me valió ser acusado en las
redes sociales de insensible y de promotor de la crueldad hacia los animales.
Recibí un alud de comentarios graciosos, como que la vida de un animal
vale lo mismo que una vida humana (sin especificar si esa equidad incluye
a las chinches), que la osa maltratada cuenta con un sistema nervioso tan
complejo como el nuestro o uno que promovía la solidaridad con los
semejantes, sean éstos de cualquier especie (sic). Y una reiterada
descalificación ideológica: especista.
Ese neologismo fue acuñado hace cuatro décadas por
Richard D. Ryder y desde entonces algunos grupos de defensa de los animales han
popularizado su uso como arma arrojadiza para tundir a laboratorios que
experimentan con seres vivos, a los peleteros y a los sectores avícola y
ganadero. Uno de los usuarios más beligerantes y destacados de ese adjetivo es
Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA, por sus siglas en inglés),
fundado por Ingrid Newkirk en 1980 y que opera principalmente como
distribuidora de eutanasias para mascotas en desgracia.
Hay enunciados ideológicos que provocan náusea
instantánea. Uno de ellos es la consigna franquista muera la inteligencia,
viva la muerte, pronunciada por el generalote José Millán Astray en la
Universidad de Salamanca en 1936. Otro es la insultante comparación formulada
por Newkirk: En los campos de concentración fueron aniquilados seis millones
de judíos, pero seis mil millones de gallinas morirán este año en mataderos.
Una conclusión ética de obvia resolución es que la lucha
por los derechos humanos y las acciones para prevenir y erradicar la crueldad
innecesaria hacia ciertas especies animales (relativizo porque no he sabido de
un defensor de animales que recurra a la eutanasia digna como método para
combatir una plaga de ratas en su domicilio) son causas civilizatorias y
necesarias y que no tienen por qué ser mutuamente excluyentes, aunque resulte
discutible si es correcto o no establecer prioridades.
Algunos suscribimos sin reservas la sentencia de Aimé
Césaire: un hombre que grita no es un oso que baila y tal vez estemos
equivocados. El hecho es que la semana pasada la bulla mediática por el
plantígrado maltratado encontró un eco formidable en un sector del activismo
social y que desde antes el país parece haberse resignado a su ración diaria de
asesinatos. En esos días las decenas de humanos muertos no fueron, ni juntas ni
por separado, tema de interés para el respetable. Desde luego, la osa no tuvo
la culpa.
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