jueves, abril 19, 2012



El gobierno de Felipe Calderón, sometido a Repsol

Por: Jaime Ornelas Delgado


En un acto de reivindicación de la soberanía nacional, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, nacionalizó la empresa petrolera Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) para contribuir, de esa manera, a resolver los problemas de abastecimiento, especulación y encarecimiento de los combustibles. 
La empresa estaba controlada por la transnacional española Repsol, que poseía el 51 por ciento de de las acciones de YPF. El conflicto, si es que lo hubiera, se plantea entonces entre una empresa privada transnacional y un país soberano que decide rescatar una parte de sus recursos que los gobiernos neoliberales habían entregado al capital extranjero. Bien a bien, nada hay en esto que pudiera suscitar algún problema que no pudiera resolverse en el apego a la ley del procedimiento seguido y la indemnización correspondiente. Así lo hizo el gobierno argentino, que responsabilizaba a Repsol de la caída en la producción de hidrocarburos y obligaba al país a importar gasolinas a precios elevados, lo cual terminaba por erosionar la balanza comercial del país. La nacionalización, así, fue un acto soberano consecuente y en defensa de los intereses del pueblo argentino.
Repsol, por supuesto, protestó por el acto reivindicativo y el gobierno español asumió la defensa de esa empresa, donde incluso Pemex tiene algunos intereses, pues hace unos meses el director de la paraestatal mexicana elevó el monto de capital que posee dentro de la transnacional española. 
Rabioso Mariano Rajoy, el presidente del gobierno español, amenazó previa y posteriormente a la nacionalización del petróleo con represalias de todo tipo e injustificadas agresiones lanzadas sin ton ni son. Todo el poder del gobierno español, se puso al servicio de una empresa privada, monopólica y transnacional. 
Inesperadamente, a Repsol le surgió un defensor y a Rajoy un aliado o cómplice para mejor definirlo. El cuadrilátero estaba puesto y de inmediato, sin detenerse a reflexionar cual debería ser la postura de quien ocupa el Poder Ejecutivo de un país, quiérase o no, latinoamericano, se subió al encordado Felipe Calderón a decir barbaridad y media. Para comenzar, calificó a la decisión de Cristina Fernández como “irresponsable y muy poco racional.” A esta irrespetuosa, majadera e insolente la declaración de Calderón, se agregó otra que pone al descubierto la manera como ha actuado su gobierno en estos años de su administración. Con el propósito de justificar sus palabras, agregó Calderón: “Ningún empresario en sus cinco sentidos pensará en invertir en un país que expropia las inversiones.” Aquí, precisamente, está la clave para comprender la esencia de los gobiernos neoliberales: no se puede decir, ni hacer, nada que moleste a los inversionistas privados. El gobierno sometido y puesto al servicio de los intereses del capital privado.
La verdad es que México, ni ningún otro país de América Latina, necesita gobiernos de de esta ralea. Muchos pueblos en la región avanzan ya en la construcción de sociedades distintas a las neoliberales, cuyos desastrosos efectos se pueden constatar en México: pobre crecimiento económico, falta de empleo, distribución regresiva del ingreso, aumento y profundización de las desigualdades sociales y regionales, jóvenes sin posibilidades de estudio o trabajo, entre otros.
En fin, Calderón no tenía por qué meterse en lo que no lo llaman y con eso mostró, además de su incapacidad para respetar la soberanía de otras naciones y vincularse a Latinoamérica, su talante autoritario, así como su desesperación al ver su mundo neoliberal derrumbarse y contemplar su fracaso como guardián de los valores que estaban sosteniendo ese mundo en decadencia.
El fracaso de la cumbre
Fracasó rotundamente la Cumbre de las guayaberas, como la denominó el ingenio de Fidel Castro. Fracasó de acuerdo a las pretensiones perseguidas por Osama, no le fue sencillo someter a quienes se han comenzado a rebelar y cuestionan las posiciones estadounidenses respecto a Latinoamérica. Sin embargo, la Cumbre mostró algo más.
Esta sexta reunión de la Cumbre de las Américas, reuniones creadas por Washington en 2004 con pretensiones de integración continental, mostró que tanto Brasil como Argentina han logrado grados respetables de autonomía y no son dóciles a las estrategias norteamericanas. Además, las rutas diversas señaladas por los gobiernos populares de Bolivia, Ecuador y Venezuela, cada una en su medida, forman parte de la construcción de esa capacidad política latinoamericana para contener el avasallamiento del eje transnacional encabezado por Estados Unidos, Alemania y Francia. Lástima, del penoso papel del gobierno mexicano, incapaz de comprender la necesidad de independencia de juicio frente al imperio.
¡Ahí te hablan, Calderón!
La siguiente es la respuesta que dio Cristina Fernández a quienes pretendían lincharla por su valor: “Esta mandataria no va a contestar ninguna amenaza. No va a responder a ningún exabrupto, no va a ser económico de la falta de respeto ni de frases insolentes, porque represento a los argentinos. Soy una jefa de Estado…” Calidad de estadista, sin duda.

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