Fuerzas Armadas que hoy luchan por riqueza y poder
Por Jorge Carrillo Olea
A eso las llevó el desgobierno de Calderón
Ya soltaron al tigre, a ver si pueden con él.
Porfirio Díaz, París, 1911
Con fino acierto, algunos analistas hacen ver lo que es una novedad en el sistema político nacional: la irrupción de las Fuerzas Armadas como actores en la discusión de lo público. Hace años, su presencia política se hospedaba en unas cuantas posiciones legislativas, eventuales gubernaturas o embajadas. Esta práctica favorablemente ha desaparecido, pues era una leyenda negra.
Se decía que era la “cuota” de las Fuerzas Armadas, cuota que nunca se pretendió, que fue un invento afrentoso de ciertos políticos, que en el fondo insinuaban una especie de lealtad comprada. Sí, simultáneamente es válido apuntar que hacen falta legisladores que representen la función militar para evitar, como recién sucedió, que un policía presida la Comisión de Defensa de la Cámara de Diputados.
Tradicionalmente en ese universo tan cerrado, la ética y cohesión institucional, convertidos en deber de obediencia y lealtad, han sido una situación en la que existía una visión compartida entre los subalternos, los mandos y el Presidente acerca de un modelo de conducta vertical de las Fuerzas Armadas, basado en la solidaridad y subsidiariedad entre ambos.
Con Felipe Calderón estas verdades sólo tuvieron un camino, el de su beneficio. Creyó que ser comandante supremo no implicaba deberes, sólo placeres.
Aquella visión de gran compromiso recíproco, también llamada espíritu de cuerpo, permitió la fortaleza constante de la disciplina y el deber de obediencia. Eran naturales los sólidos consentimientos acerca de que el esfuerzo colectivo siempre sería hacia el bien de la nación. Los egoísmos y egocentrismos no pasaban de lo que es habitual en cualquier núcleo humano. Había profundo respeto entre distintos grados, cargos, especialidades, generaciones y hasta espacios de mando o territorios. Su única mira: el servir al pueblo, que fue por décadas lamentablemente una limitante al examen constructivo sobre la profesión, concretada en aquel equívoco tan trascendente de la definición de ser un “ejército de paz”. Frase ilusa, todo un oxímoron.
Hoy mucho de eso está corroído. Hoy hay ambiciones personales, producto del aventurerismo que se advierte en el alto gobierno. Ese desgobierno trasladado a toda forma de autoridad en ciertas capas de las Fuerzas Armadas se va tornando en pérdida de la cohesión, en indisciplina, para dar paso a las ambiciones personales. Se llegó al olvido de lo que es la sujeción al interés superior para subordinarlo a la voracidad personal.
De estas actitudes surgen posibilidades siempre de ir más allá. Si esto se puede, por qué aquello no. Hoy nos aventuramos a luchar sorda o abiertamente por el poder y la riqueza dentro del estamento militar. Mañana porqué no aspirar a ir más allá.
Hoy no hay verdaderos líderes dentro de las Fuerzas Armadas, todo personaje —al que rendir culto— es producto del puesto, ni siquiera de la jerarquía, pero nada asegura en que será siempre así.
No se trata de sugerir cosas extremas, no. No se apunta ningún catastrofismo, no. Sí se pretende invitar a señalar que como un resultado de tan evidente desgobierno y sus consecuencias, habrá que calcular a nuevos actores y nuevas acciones que ya están presentes en la vida pública, y ver surgir en ella a los militares no sería poca cosa.
Hace simplemente seis años, para no remontarnos más, las Fuerzas Armadas permanecían en un capelo, en un aislamiento ornamental en lo político, siempre ocupando los discretísimos espacios que se les asignaba. Hoy no, ahora son por sí mismas, y al margen de su comandante supremo, toda una fuerza política verdadera, tangible, inocultable; se han emancipado sin pretenderlo y el desgobierno de Calderón las llevó allá.
En un cálculo de hechos y derivaciones, que es indispensable y fundado, quienes gobiernan en su conjunto, Ejecutivo y partidos, quienes analizan y debaten el acontecer nacional y la opinión pública en general, deberíamos tener muy en cuenta esta, hasta hace poco impensable, realidad.
¿Si se hace esa reflexión, tendremos la entereza de asumir sus resultados cuales fueran? Dudo que esa reflexión se haga.
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