El prócer en su soledad
ApuntesGuillermo Fabela Quiñones
Cuando se pierde por completo el contacto con la realidad, se corren riesgos lamentables. Tal es el caso de Felipe Calderón, quien debe considerar con absoluta sinceridad que hizo muy buen trabajo al frente de la administración pública federal. Así lo demuestra su actitud de prócer impoluto en el espot dedicado a promocionar su sexto informe de “gobierno”. Lo vemos, satisfecho y orgulloso, deambular solitario y meditabundo en sus oficinas de Los Pinos, mientras una voz en off señala que nadie como él hizo antes una labor tan extraordinaria, digna de pasar a la Historia en letras de oro.
Es tan burda la puesta en escena que se consigue un efecto contrario: más que engrandecer al personaje, se le coloca en su justa dimensión de burócrata mediocre con sueños de grandeza. Sin embargo, él debe considerar que los responsables del espot hicieron muy buen trabajo, al presentarlo con la “dignidad” de un estadista sabedor de que cumplió su deber con la patria y tiene la humildad de mostrarse con una sencillez que lo debe engrandecer ante su pueblo: ningún boato a su alrededor, sólo él en medio de la grandeza del despacho presidencial.
Si la realidad del país no fuera tan dramática, tal vez no tuviera un efecto tan negativo este espot: se le tomaría como un exceso más de quien gusta sentirse como eminente estadista que no nos merecemos los mexicanos. Pero sucede que el país se está cayendo en pedazos; por donde quiera que se mire hay graves daños que no será fácil reparar, mucho menos si el PRI regresa a la casa presidencial. El consuelo que a éstos podrá quedarles es que recibieron un legado de profundas calamidades que no les será posible superar ni enmendar.
Como quiera que sea, la imagen de Calderón, paseándose con actitud de dignatario profundamente satisfecho del deber cumplido, es un despropósito que le habrá de acarrear muchas críticas. Si de promocionar el sexto informe se trataba, lo sensato hubiera sido hacer referencia al hecho, simple y llanamente, mostrando algunas imágenes de la obra realizada, sin cifras ni datos triunfalistas, pues la ciudadanía tiene plena conciencia de que no hay nada que festinar. ¿No es obligación de los gobernantes realizar las obras necesarias para que los diferentes sectores de la sociedad mejoren sus niveles de vida? ¿En qué país del primer mundo los gobernantes se la pasan presumiendo el trabajo para el que fueron electos?
La situación es más aberrante en tanto que faltan tres meses para que finalice el sexenio, y tal como están las cosas es previsible una mayor descomposición en este lapso. Cada día que pasa vemos que la violencia no cede, sino al contrario; que la fuga de capitales se hace cada vez más escandalosa; que la economía presenta más y más problemas, a pesar de toda la parafernalia propagandística para hacernos creer lo contrario. Todo indica que la inmensa mayoría de ciudadanos habremos de padecer un fin de sexenio literalmente infernal, porque se recrudecerán los fenómenos sociales que se incubaron durante el sexenio, dizque por haber enfrentado “valientemente” al crimen organizado.
Ha quedado perfectamente establecido que la “guerra” de Calderón fue un rotundo fracaso, con los más de 100 mil muertos que sólo sirvieron de abono a la violencia cotidiana, misma que permitió justificar, eso sí, una más firme presencia en el país del gobierno estadounidense a través de sus agencias intervencionistas. Ahora el problema será cómo revertir una situación inaceptable, pues de ningún modo es aconsejable que las fuerzas armadas continúen haciendo tareas policíacas que no les competen y son violatorias de la Constitución. Y más aún, cómo lograr recuperar la soberanía perdida, cuando dependemos de Estados Unidos hasta para comer por haber acabado con la economía campesina.
Por todo ello no es difícil imaginar la reacción del público receptor de los susodichos espots, cuando en la mayoría de hogares hay un desempleado, una víctima de los abusos de los cuerpos represivos del gobierno federal, un trabajador con sus derechos por los suelos; una ama de casa que sufre al ver que sus hijos se van a la escuela con el estómago vacío, que se desespera al ver que por más que estira el gasto no es suficiente para lo indispensable.
En una realidad tan dramática, el triunfalismo de la autoridad máxima es un insulto más a la gente. También lo es, qué duda cabe, mostrar una felicidad fuera de tono como lo hacen de manera inconsciente los políticos del primer círculo del poder. No hay duda que tienen razones de sobra para estar felices, pero deberían mostrar un poco de respeto a la ciudadanía, pues con sus risas de oreja a oreja parece que se están mofando de ella. Es muy probable que así sea, pero al menos deberían tener un poco de sentido común y actuar a tono con las circunstancias.
(guillermo.favela@hotmail.com)
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