¿Daremos la sorpresa?
Elena Poniatowska
Tiene razón doña María Antonieta Salazar Escudero de
escribir en el Correo Ilustrado de La Jornada que tenemos
mucho que agradecer a Andrés Manuel López Obrador por querer dar a México otro
destino. Su valor, su fuerza física y emocional, su combate contra el establishment lo
convierten y nos convierten en mejores mexicanos. Durante toda nuestra vida estaremos
marcados por la gran esperanza del cambio.
¡Qué padre sentir que gracias a él somos distintos!
Los pobres de México tienen en él a un defensor que sólo
vimos cuando Lázaro Cárdenas encabezó el gobierno de México en 1936. Él se
preocupó por los campesinos, dio la mano a los obreros, se aprendió el nombre
de cada quien y abrazó a todos con respeto. Lo mismo ha hecho Andrés Manuel con
su Primero los pobres, y le estamos agradecidos, porque les dio, a través
de su recorrido por 2 mil 476 municipios, una esperanza para quienes nunca han
tenido una oportunidad.
Si alguien conoce la pobreza de México, ése es Andrés
Manuel López Obrador. Al caminar por montes y collados comprobó, para gran
vergüenza de la clase política mexicana, que la miseria y la discriminación son
las mismas que hace cien años.
También comprobó que hay un México corrupto y
aniquilador, y un México que lucha por su supervivencia en medio de los
balazos. Incluso llevar borregos, puerquitos y gallinas a la Casa de Campaña de
la calle San Luis Potosí como pruebas de la compra del voto fue un acto que
tiene que ver con la inocencia de la pobreza. Miren, voté por esta razón:
la del hambre.
El poeta y maestro Carlos Pellicer comentaba la sencillez
de su discípulo tabasqueño: Lamentablemente la austeridad de Andrés
Manuel, aunque semejante a la de su tío, hoy día resulta incómoda para sus
adversarios políticos. Pone una medida que no es fácil aceptar.
Esa medida es la de la entrega a los demás.
Por desgracia, los funcionarios en el poder no han dado
la medida. Se rehúsan a perder sus privilegios y sus salarios exagerados. La
idea de un pago justo por su desempeño, en vez de la suma desorbitada que
reciben, los espanta, y el miedo, todos lo sabemos, es el peor consejero. Decía
Carlos Monsiváis que no hay peor rico que el mexicano; ninguno tan avorazado ni
tan mezquino como el tío rico macpato que sólo asiente cuac, cuac, cuac cuando
se trata de su interés y nunca levanta un dedo por nuestro atribulado país.
En 2004, Andrés Manuel, con la ayuda del abogado Javier
Quijano, se defendió contra su presunta responsabilidad por la construcción de
la calle Carlos Graef Hernández, que abriría el paso a un hospital. El 29 de
agosto de 2004, un mitin gigantesco sorprendió a todos y el terrible gobernante
Vicente Fox tuvo que dar marcha atrás. Hoy también podemos llevarnos otra gran
sorpresa, la de la respuesta popular, la batalla que hoy mismo damos aquí en la
ciudad de la esperanza, como llama López Obrador al Distrito Federal. Esta
plaza lluviosa frente a Catedral y Palacio Nacional puede cimbrarse de nuevo
con la ira que provoca la corrupción, la mezquindad, la trampa y la
arbitrariedad.
Después de la mayor concentración de todos los tiempos
que llenó el Zócalo el 24 de abril de 2005, los medios internacionales
declararon que AMLO no representa un peligro económico incluso para los
sectores más conservadores de la derecha estadunidense.
Hoy a nuestro país le falta grandeza.
No estás solo, gritábamos en 2006, cuando el desafuero.
Ahora, en 2012, Andrés Manuel está acompañado por los pobres y por los no tan
pobres, porque somos muchos sus seguidores y sobre todo porque han despertado
los jóvenes, el movimiento #YoSoy132. Apoyamos otro modo de ser humano y
libre, como pedía la escritora Rosario Castellanos, que de estar viva caminaría
a nuestro lado como hizo con los indígenas de Chiapas.
Son los jóvenes quienes pueden denunciar a todo un
sistema neoliberal que ha llevado al país al desbarrancadero, son los jóvenes
organizados quienes lograrán cambiar la forma de hacer política en México.
Alguna vez le preguntaron al fundador de la astronomía
moderna Guillermo Haro qué era lo que más le importaba en su vida, y contestó: México,
respuesta que retomó Fernando Benítez en una entrevista de radio. Hoy, somos
muchos los que meditamos en el México al que le cantó López Velarde,
cuando no había en nuestro país cuernos de chivo ni guerra contra el
narcotráfico y en vez de asesinados y desaparecidos la tierra mexicana se
cubría de maíz y al cielo azul en vez de balas lo atravesaban las garzas en
desliz y el relámpago verde de los loros.
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