Jaime Ornelas Delgado
Y uno no sabe nada,
porque está dicho que uno debe callar
y no saber nada
Efraín Huerta.
Por las cosas que ocurren en México, es fácil sospechar la existencia de un plan astuto, perverso y eficaz para evitar que el mexicano común piense y cuando lo llegue a hacer de inmediato se distraiga con algún hecho frívolo e intrascendente. En este plan maestro juega un papel de fundamental importancia la beatífica miss Godillo, quien pone todo su esfuerzo para impedir a los mexicanos educarse, evitando, entre otras cosas, que lean a cambio de plantarse, embelezado, muchas horas frente al televisor para ser aturdido por una programación vulgar y alienante, así como por una sobredosis de propaganda ramplona y mentirosa del gobierno federal. Pero ¿por qué nos quieren ignorantes? Pues porque la ignorancia es uno de los factores que inducen al hombre a arrodillarse ante el poder que lo desprecia y desdeña.
El plan que sospecho existe, comenzó con Vicente Fox, quien nunca negó que pensar le daba flojera, haciendo de la ignorancia virtud y de la falta de cultura grosera espontaneidad llena de “puntadas” como aquella cuando en la sierra de Querétaro le dijo a una anciana, que le confesó era analfabeta: “así eres más feliz”. Pero las cosas en México son tales, que muchos aún le creen y festejan la sinceridad de Fox confundida con el prejuicio hacia el trabajo intelectual, prejuicio muy extendido en el país y fomentado por una derecha cuya alergia por el pensamiento está ampliamente documentada. Basta repasar los programas de cultura del gobierno federal y de los estados donde gobierna la derecha, que son casi todos, para darse cuenta que en ellos se convierte el trabajo artístico e intelectual en una parte de la propaganda a favor de los dueños del poder político y económico. En este tenor, los gobiernos despóticos no admiten más intelectuales que aquellos que apoyan incondicionalmente su despotismo, los otros siempre serán sospechosos de subversión. Sin duda los mexicanos estamos amenazados por la estupidez generalizada para que no se nos ocurra reflexionar ni criticar a Felipe Calderón, quien sigue los pasos de Fox con el mismo cinismo que hace de la supina ignorancia cualidad democrática.
A lo largo del sexenio que corre, ha proliferado la violencia, acompañada de un nacionalismo abusivo y ramplón que pide a los atletas mexicanos, por boca de Calderón, “sacar el fuá” en los Juegos Panamericanos; también, en esta administración se ha agudizado la xenofobia criminal, particularmente contra los migrantes centroamericanos, acompañada de una especie de educolorado paternalismo que somete voluntades con programas como Oportunidades y el Seguro Popular, convertidos en instrumentos electorales del gobierno federal.
El país vive, así, momentos complicados. El futuro de los mexicanos se escapa entre la violencia y la inseguridad que abruma, atemoriza y desalienta; nos damos cuenta que aquel que se autonombró “presidente del empleo” se ha convertido en un déspota que acabó con cualquier forma de trabajo digno y nos gana la incertidumbre al no saber que va a pasar en el país con tanto hedor a fosa clandestina, con tanta angustia por los desaparecidos y tanto pavor cotidiano por los retenes y las camionetas blindadas de vidrios polarizados o por los silencios de las madrugadas rotos por los allanamientos ilegales.
Ahora, los ciudadanos de este país sólo tenemos claro que nadie tiene comprada la salud, la libertad ni la vida, a menos claro que se pertenezca a la oligarquía gobernante o sea socio, compadre o compinche de la plutocracia en la que se inscriben los 30 nombres de la mafia que en el 2006 se robó la presidencia de la República y que compra indulgencias financiando las instalaciones de la Guadalupana.
Y una amenaza más, recientemente han surgido voces que preponen eliminar los últimos resabios de la democracia de los debates y los argumentos racionales para ganar el voto ciudadano a favor de uno u otro proyecto de nación, para ser sustituidos por la mediocracia del enfrentamiento televisivo, de los espots que apelan a la emoción, al miedo, es decir, por una democracia de los arreglos copulares que excluyen a la población de los asuntos políticos fundamentales y donde los medios masivos monopolizados asumen un representación, que no necesariamente es legítima, para presentarse como intermediarios entre la sociedad y el gobierno tratando de establecer la agenda política, económica y social o predisponer a la opinión pública a favor o en contra de determinados personajes públicos o bien, sin ningún pudor, manipular a la población para influir indebidamente en los resultados de los procesos electorales, legislativos e incluso judiciales.
Todo esto ha logrado generalizar la indiferencia de un sector muy amplio de la sociedad, que hoy abjura de la política. Los indiferentes son el logro principal del neoliberalismo, pues a mayor indiferencia social mayor fortaleza de la depredadora modalidad neoliberal del capitalismo. Por eso conviene recordad a Antonio Gramsci cuando decía, que “vivir es tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y partidario. Indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida.” ¡Bien vale la pena empezar a vivir!
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