Desplome de los católicos en Brasil y México
Bernardo Barranco V.
Los dos países con mayor número de católicos en el mundo han experimentado estrepitosas caídas en sus porcentajes históricos de fieles. Los resultados emitidos este año del Censo de 2010 en México y el estudio recientemente publicado por la Fundación Getulio Vargas de Río de Janeiro, titulado El mapa religioso de Brasil, muestran claramente una severa pérdida de adeptos católicos que preocupa a las altas autoridades vaticanas. Al grado de que el propio Papa anunció una visita a Brasil en 2013, con motivo de la nueva edición de las jornadas mundiales de la juventud, que se celebrarán en la ciudad de Río de Janeiro.
Como sabemos, en México el censo de población documentó lo que todos conocíamos: el declive sistemático de los adherentes católicos. Desde un año antes, la Iglesia mostró nerviosismo por la metodología del censo; finalmente éste reportó que el número de católicos pasó de 88 por ciento en el censo de 2000 a 83.9 en 2010. Una caída de más de cuatro números porcentuales. En Brasil, la Fundación Getulio Vargas publicó un estudio que muestra que el porcentaje de la población católica cae de 73.79 por ciento en 2003 a 68.43 por ciento en 2009. Si bien Brasil y México se han caracterizado por ser los países con mayor número de católicos en el mundo, en veinte años, especialmente Brasil, podrían ser rebasados por otras denominaciones religiosas.
Las tendencias son claras. En México, en 1895, 99.1 por ciento se decía católico; ya en 1980 el censo muestra una baja a 93 por ciento; esta tendencia se acentúa, como hemos visto: de 1990, 89.7 por ciento, hasta 2010, 83.9 por ciento. En Brasil es equivalente: en 1872 eran 99.72 de católicos; sin embargo, la disminución del número se intensificó en las últimas tres décadas. Mientras 88.96 por ciento de los brasileños se declara católico en 1980, este porcentaje se redujo a 83.34 por ciento en 1991 y a 73.89 por ciento en 2000 y ahora, en 2009, 68.43. Tanto en Brasil como en México el ascenso de los grupos evangélicos tradicionales, como los evangélicos pentecostales, ha sido notable. De igual manera el de los agnósticos, ateos o simplemente “sin religión”.
¿Cómo reaccionará la Iglesia ante la pérdida de fieles? Desde hace más de 10 años, este tema viene siendo analizado recurrentemente por obispos, clero e intelectuales católicos en Brasil. En México, hasta la fecha, no conocemos ningún trabajo o reflexión seria sobre dichas tendencias. El documento de Aparecida en 2005 es quizás una de las aproximaciones más ambiciosas de reflexión de los católicos sobre este fenómeno de divorcio y alejamiento entre la cultura moderna, dinámica y plural, y la oferta católica que no acaba de encontrar un nuevo dinamismo. Algunos se exculpan sin éxito, debido al avance de nuevos movimientos religiosos y la falta de recursos. No faltan acusaciones mutuas, en el ámbito católico, que tratan de explicar esta debacle. Por un lado, hay el reproche de que esta deflación católica se debe a la rigidez moral y un atasco doctrinario que encabeza el propio papa Benedicto XVI. Igualmente se increpa el excesivo centralismo romano, que ejerce un férreo control, inhibiendo la creatividad pastoral local; temas candentes no resueltos, como el celibato sacerdotal, el relegamiento de las demandas de las mujeres para asumir ministerios del sacerdocio, así como el alejamiento cultural de los laicos, sobre todo los jóvenes, que no encuentran en la Iglesia un espacio de interlocución que vaya más allá de las convocatorias masivas. Por otro lado, se reprochan los daños de un excesivo progresismo católico que propició pérdida de identidades, debido al relativismo moral y al secular eclipse de Dios.
¿Es la crisis total y orgánica de un catolicismo enfermo? ¿O es la crisis y el desmoronamiento de cierto tipo de catolicismo, cerrado y resignado a verse relegado como una “minoría profética” que guarda el mensaje puro del cristianismo? Estamos ante el ostracismo del catolicismo de Norberto Rivera, de doble discurso, incapaz de irradiar entusiasmo o de inspirar acciones generosas o duraderas. Es el cuestionamiento a la fe de Onésimo Cepeda, tan atrapado y frívolo como sus botellas de vino que departe con las élites. Es el catolicismo de Juan Sandoval Íñiguez, tentado por el poder, la soberbia, evidenciado por Wikileaks, que terminó por despegarse de sus propias bases tanto clericales como laicas. En suma, es este tipo de catolicismo el que ha perdido confianza, influencia social y autoridad ética. De ahí el creciente desencanto de los fieles. No sólo es un desencanto social: alcanza a los propios sacerdotes y religiosas. En conversaciones personales es evidente la desmoralización en la Iglesia por los escándalos de los sacerdotes pedófilos. Se trata de una de las mayores crisis de la Iglesia desde la Reforma protestante. Y que empieza cobrar facturas en las propias cortezas de la Iglesia.
En Roma deben de estar encendidos los focos rojos. Sus dos países con mayor número de católicos se están cuarteando y no tienen la capacidad de control de daños ni mucho menos respuestas contundentes. Sin duda, hay perplejidad y ante situaciones complejas no caben las soluciones simplistas ni tentativas ramplonas. Queda el refugio en la historia: hay la certeza de que Iglesia ha sobrevivido a diferentes formaciones sociales y culturales en estos últimos veinte siglos; queda guarecerse en los principios “eternos” e inmutables. Sin embargo, ahí está: la caída de número de católicos sólo es un síntoma de una crisis más profunda y aguda de un tipo de catolicismo que se resiste a aggionarse.
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