lunes, octubre 31, 2011

Interminable día de muertos : María Teresa Jardí



Interminable día de muertos
María Teresa Jardí



Claro que el Ejército y la Marina y el resto de ejércitos irregulares y los paramilitares combaten a varios “narcos”, el problema es que lo hacen para proteger a uno, que ya buscan cazar asesinándolo porque ni a los yanquis ni al resto de gobiernos con él comprometidos les interesa que llegue vivo. Lo mismo que hicieron con Kadaffi harán con “El Chapo”.
La muerte convertida en compañera cotidiana para los mexicanos pierde sentido como celebración acotada a los días de muertos.
En México hoy, todos los días son días de la muerte cruel e imparable.
Lo que debe sonrojar incluso a los dictadores más sangrientos sufridos por el mundo. Nada le pide Calderón, a Rafael Leónidas Trujillo, ni a Fulgencio Batista, ni a Pinochet, ni a Franco...
Unos con sus Toton Macout. Otro con los moros, en cuyo recuerdo debieron prepararse los entrenadores, lo mismo en Los Estados Unidos de Norteamérica, que en Guantánamo, que en Colombia, lo mismo de “Los Zetas” que de militares y marinos, que de los hombres de negro que García Luna encabeza.
Lo dijo Queipo de Llano y lo aplica el fascista gobierno mexicano, que encabeza Felipe Calderón, el usurpador. Lo dijo el 18 de julio de 1936, el mismo día del levantamiento de Franco, a través de Radio Sevilla: “Los moros cortarán la cabeza a los comunistas y violarán a sus mujeres. Los canallas que aún pretendan resistir serán abatidos como perros”.


Lo de canallas, claro, era para los que defendían la República, elegida mayoritariamente por el pueblo español como su forma de querer que se hiciera la política. Como mayoritariamente aquí, los mexicanos votamos por AMLO para dirigir los destinos de la nación, que otra historia escribiría, menos teñida de sangre. Allá los moros. Aquí “Los Zetas”. Allá el golpe de Estado. Aquí el fraude “legalizado”.
Barrio, el 1 de agosto de 1936 denunciaba, lo mismo que aquí la derecha imponía en 2006, legalizando el fraude para encumbrar al espurio, entreguista, que, una vez convertido en usurpador, se convirtiera en genocida. En venganza, incluso puede ser, contra el pueblo pobre, que por él no votó.
Calderón ha convertido al país en un gran cementerio donde para los mexicanos la única certeza que nos queda a todos es la de la muerte adelantada que acecha en cada esquina y que además se garantiza que quedará impune.
“Simplemente se trata —como bien denunciaba el diputado republicano Diego Martínez Barrio— de sustituir la voluntad general del pueblo entero por la de una clase deseosa de perpetuar sus privilegios. Ni amor a España, ni inquietud por el cuerpo de la Patria, ni temores de desmembramiento, ni zozobra por el desarrollo de su economía. Nada de lo que se ha dicho y propagado es el verdadero origen de la revuelta. Se disfrazan con frases sonoras para encubrir la turbia e inconfundible realidad”.
Lo mismo que hoy denuncia Gerardo Fernández Noroña, quien, escribe con unos cuantos legisladores del PT mexicano, lo que se recordará por la historia del mundo, como la parte digna y sabia, de la época contaminada por la muerte, impuesta, en México, por el fascismo panista.

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