El voraz 1%
Sabina Berman
Sonaba hermosa la teoría. El capitalismo y la democracia eran las dos turbinas del jet que trasladaría a la especie humana a los cielos de la felicidad. Una mano invisible regularía las fuerzas del libre mercado capitalista; otra mano invisible regularía la contienda democrática de los partidos políticos. Mientras menos leyes ciñeran la dialéctica del mercado y de la democracia, sería más creativa: las clases sociales desaparecerían porque la desigualdad económica sería pequeña y la de los derechos, nula: estábamos por tanto al borde del fin de la Historia, entendida ésta bajo el concepto marxista.
Suena graciosa en el año 2011 aquella fe, en especial eso de las manos invisibles reguladoras. Resultó que las tales manos eran no sólo invisibles, sino que nunca existieron. Resultó que las clases sociales no sólo siguen existiendo, sino que su distancia se abismó. Hoy el 1% de la población controla el 43% de la riqueza mundial. Hoy el 99% de la población posee apenas un poco más de la mitad de la riqueza. Y de este 99%, el 50% posee escasamente el 1% de la pobreza mundial. Son cifras del Instituto de Investigaciones de la Universidad de las Naciones Unidas y que según Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, pueden trasladarse, con ajustes mínimos, a cada país del mundo, incluyendo a Estados Unidos, todavía el gran promotor de la democracia y el libre mercado.
En otras palabras, resultó que nuestras democracias se han vuelto plutocracias revestidas de lenguaje democrático. Resultó que en nuestras democracias los partidos políticos se han instalado entre ese 1% de multimillonarios y ese 99% restante, como barreras de contención: no se atreven a tocar los intereses de la élite económica, y más bien se han puesto a su servicio, para aumentar sus ventajas, ya de por sí exageradas. Resultó, por fin, que en las democracias los partidos políticos han dejado de representar y realizar las esperanzas del 99% de la población y luchan entre sí por el puro Poder, a menudo imbricando los cuernos en la lucha y paralizando la vida pública. Como es el caso ahora mismo en México, en Estados Unidos y en los países de la Unión Europea.
Nadie padece las circunstancias tanto como los jóvenes. Educados en la fe democrática, al salir a buscar su lugar en el viejo mundo de los adultos, se topan con una realidad que no corresponde a lo que aprendieron en las escuelas, y que para colmo no tiene espacios promisorios para ellos. El desempleo de los jóvenes ronda el 20% a escala mundial. El empleo en faenas sin porvenir, debe ser aún más alto. Eso y la nueva tecnología cibernética los ha dispuesto a la rebelión contra el sistema de dos turbinas, la supuesta democracia capitalista. La nueva tecnología cibernética que les permite y entrena en una comunicación rápida, masiva, horizontal y sin control central.
“El medio es el mensaje”, escribió Marshall McLuhan en los años sesenta del siglo pasado. Mark Zuckerberg, creador del Facebook, ha dicho más: “Las nuevas tecnologías, y no la política tradicional, serán el elemento que cambiará nuestro mundo”. Podría precisarse: Las nuevas tecnologías cambiarán al mundo y será a su imagen y semejanza, organizándolo en una democracia mucho más horizontal, sin controles centrales. Por lo menos esa es la visión que orienta la organización de los jóvenes de hoy. Armados de iPads, iPhones y Blackberries, los jóvenes están irrumpiendo en el viejo mundo de los adultos para reclamar los intereses de su generación y del 99% de la población.
Jóvenes fueron los que organizaron la rebelión en Egipto este año, derrocaron al dictador Hosni Mubarak y hoy mismo se reorganizan para derrocar el gobierno militar que lo suplió, sólo para calcarlo. Jóvenes son los Indignados de España, que coparon plazas centrales en las ciudades de la Península Ibérica, obligaron al gobierno a medidas de emergencia para disminuir el desempleo, e insatisfechos aún permanecen en alerta para futuras movilizaciones, bajo el lema “¡Democracia real YA!”. Jóvenes son los ocupantes del parque Zuccotti, en los linderos de Wall Street, en la ciudad de Nueva York, que hoy mismo reclaman al gobierno de Barack Obama que actúe para disminuir los privilegios de los banqueros que están hundiendo a Estados Unidos en otra recesión.
Fue en un parque de Madrid donde este año Joseph Stiglitz se apersonó entre los indignados, vestido en unos pantalones caqui y una camiseta verde botella. Uno de los muchachos le alargó un altavoz y Stiglitz lo puso ante su boca para expresar su solidaridad. “Esta economía capitalista no está funcionando”, les dijo el profesor de la Universidad de Columbia. “La equivocación de los gobiernos actuales es luchar contra la recesión acotando el gasto, en lugar de gastar más en causas del bien común”. “Me toca el corazón su energía y hago un voto para que se organice de forma positiva. Hay que saber que a las malas ideas no se les derrota con una pura oposición, sino con buenas ideas”.
Estas son las propuestas de los jóvenes indignados de las democracias occidentales. Mi síntesis deriva de la página que ellos mismos han redactado en Wikipedia. Derecho universal a una vivienda digna, a la salud y a la educación laica y pública. (Es decir, mayor inversión del Estado en las necesidades comunes.) Abolición de los paraísos fiscales y aumento de impuestos a la élite económica. (Es decir, mayor contribución de los más favorecidos al gasto en necesidades comunes.) Disminución de los salarios de la clase política, abolición de sus salarios vitalicios y persecución efectiva de la corrupción. (Es decir, desvinculación entre los ricos y los políticos.) Acceso popular a los medios de comunicación y control de su veracidad. Disminución del gasto en el Ejército y sus armas. Separación verdadera de Iglesia y Estado.
¿Quién no podría estar de acuerdo con los jóvenes indignados en la justicia de estas propuestas? ¿Quién podría negar que buscan democratizar las democracias? ¿Quién objetaría que fortalecerían la convivencia en armonía? Respuesta: sólo ese voraz 1%, que se come medio pastel del bienestar y deja el resto al 99% de la población.
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