Fortuna y destino
Por Víctor Flores Olea
Muchos pesares y comentarios en la prensa acerca de la mala fortuna, personal y política, que para Felipe Calderón significó el desplome del helicóptero que transportaba a su cuarto Secretario de Gobernación a la ciudad de Cuernavaca a un acto oficial relacionado con los procuradores del país.
Por supuesto que resulta extraño que, a la fecha, cinco secretarios de Estado de Felipe Calderón hayan muerto trágicamente en accidentes aéreos. O se está mostrando una vulnerabilidad fuera de lo común al menos en dos aspectos: el cuidado de los transportes, que teóricamente debían recibir un mantenimiento impecable, y la experiencia también intachable de los pilotos responsables de conducir esas naves. No puedo ni deseo extenderme más sobre estos temas, pero por lo que podemos ver en ambas materias está fallando lamentablemente la responsabilidad oficial.
No ha habido –pese a las promesas del propio Presidente de la República de investigación exhaustiva de la causa de los accidentes-, que yo sepa una investigación y menos una información pública realmente consistente. Las muertes de Ramón Martín Huerta, Secretario de Seguridad Pública Federal, en 2005, la de Juan Camilo Mouriño, Secretario de Gobernación, en 2008, permanecen en la más cerrada “nubosidad” para la opinión pública. Ahora la de José Francisco Blake Mora, también Secretario de Gobernación, ¿hay alguna razón especial que nos permita pensar en que ahora sí habrá una explicación clara y exhaustiva?
Dados los antecedentes, parece difícil si no imposible de creer. Esta incapacidad de atender las promesas propias es una de las principales razones de que la opinión pública desconfíe de Felipe Calderón. Y tal cosa no es simplemente mala suerte o “mala fortuna” sino desatención de los compromisos y obligaciones básicas de la función pública. Al límite, desprecio por la opinión pública y convicción de que no es valioso atender escrupulosamente tales compromisos, lo cual ha generado una enorme desconfianza y hasta desprecio hacia el gobernante. Hechos repetidos que han originado una “pésima” fortuna política para el jefe del Ejecutivo, y una muy triste figura como representante del Estado mexicano.
Si a esto añadimos el manejo de la política económica y muchos aspectos de la política exterior, y otras numerosas zonas de las responsabilidades a las que se enfrenta un complejo Estado como el mexicano, nos encontramos con que las “fortunas” políticas (malas o buenas, en el sentido de Maquiavelo), no caen del cielo como regalos gratuitos, sino que son construidas por los responsables de la política y sus funciones (aceptables o no por la ciudadanía). En una palabra: la buena o la mala fortuna de un dirigente obedece a su talento y voluntad de servir de verdad a la sociedad o, en caso contrario, a su desprecio por la responsabilidad pública que le corresponde. Difícilmente encontraremos a un responsable público con más bajas calificaciones que Calderón.
El mérito, el triunfo o la “fortuna” política dependen esencialmente de la voluntad del líder, y no de un “golpe de suerte” (o su contrario). La responsabilidad es formal e indeclinable. Y si no lo es se transforma entonces en simple retórica vacía.
En el caso último de Blake Mora, por lo conocido públicamente, “parecería” hasta ahora que el error principal fue de pilotaje y de quien haya tomado la decisión de que el helicóptero tomara a Cuernavaca una ruta llena de “nebulosidades bajas”, lo cual de inmediato añadía peligros a un vuelo que, en principio, no debería tenerlos. Pero eso origina ya responsables específicos que parecen comportarse más, ante sus obligaciones, como burócratas que simplemente repiten la cadena de los errores anteriores sin quien tenga el buen juicio de detenerlos o corregirlos. La inercia burocrática como jefe supremo de sus acciones.
En efecto, tal “espíritu de cuerpo” (la inercia de las acciones, la repetición mecánica de las conductas), explica en gran medida el fracaso del sexenio de Calderón. Por ejemplo, “no ha tenido ni ojos para mirar ni oídos para escuchar” los señalamientos que se han hecho a su política de enfrentamiento armado al “crimen organizado”, no para simplemente regresar a sus cuarteles a los soldados mexicanos sino para ampliar y multiplicar los medios de inteligencia con la que pudiera contar el Estado (que no son pocos), y que se aplicarían esencialmente a debilitar la economía de los carteles, a limitar sus recursos y a debilitar realmente sus pretensiones de ejercicio político territorial en diversas zonas del país. Pero claro, aquello que pudiera interpretarse como tocar, hasta con el pétalo de una rosa, los intereses o el status establecido de la economía, merece el respeto absoluto del gobierno, para evitarse confrontaciones con los poderes fácticos de la economía y hasta con el gobierno de Estados Unidos.
Sintetizando: la repetición de tragedias como ahora la del Secretario de Gobernación Blake Mora, la ausencia de vigilancia de los aparatos que tienen a su disposición los altos funcionarios para su transporte, el escrupuloso “control” de las capacidades técnicas del personal que los conduce, el control de la seguridad de las rutas seleccionadas, etc., deben ser parte esencial de una administración eficaz. Porque si tal cosa no se cumple escrupulosamente, que es apenas una zona mínima de la responsabilidad administrativa, obviamente aumenta la desconfianza sobre otras tareas de mayor responsabilidad de gobierno.
De modo que no se puede decir simplemente que Felipe Calderón está cargado de mala suerte, porque él ha sido el principal si no el único artífice de su destino. La “fortuna” política, en el sentido de Maquiavelo, es el resultado de una voluntad que la busca intransigentemente, si no es así el “destino” político es frágil e inconsistente. Puede que ésta sea la explicación más atendible del fracaso de Felipe Calderón como Presidente.
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