Hambre en México
Por: Sanjuana Martínez
Gabriela esta angustiada. Debe 3,500 pesos. Es una deuda de tortillas.
Sí, de tortillas consumidas en dos meses. Más los intereses. Se los debe
a don Pablo, el tendero del pueblo donde vive con sus cuatro hijos,
ubicado entre Nuevo León y Tamaulipas.
La dieta de Gabriela y sus cuatro hijos de 14, 12, 11 y 10 años; tres
niñas y un niño, consiste en tortillas, muchas tortillas y frijoles;
también comen huevo de vez en cuando gracias a las dos gallinas que
tienen; y puerco cada ocho meses, aunque la última vez, la marrana se
comió a tres de sus crías al parir y sólo le quedaron dos cerditos.
Vive en un pueblo polvoriento. Su casa se compone de dos cuartos que
antes eran de madera. Desde que su esposo se fue a trabajar para el otro
lado son de concreto, aunque el techo de lámina es el mismo. Él le manda
dinero cada vez que puede: 500,1,000, 2,000 pesos. El problema es que
lleva dos meses sin enviarle nada y sin tener noticias suyas.
Por eso saca fiado de la tienda. Cada vez que va, don Pablo le recuerda
su deuda de tortillas y de mandado. Son cuentas diferentes. La de
mandado incluye arroz, frijol, aceite, leche, sopas, galletas, papas y
poco más. Anda por los 5,000 pesos con los debidos intereses.
A Gabriela y a sus hijos les gustaría comer carne de vez en cuando, pero
reconocen que es un alimento de lujo. La carne que venden en el pueblo
es congelada y anda por las nubes: 80 pesos el kilo de bistec. Es más
accesible el pollo (qué sería de México sin el pollo) pero últimamente
tampoco hay posibilidad de adquirirlo con regularidad. También con
dificultad paga la luz, un servicio que en la zona rural es más caro; no
tiene agua potable ni gas butano. Antes, su marido trabajaba en la
labor, sembrando y piscando maíz, sorgo; alimento pues, que vendían y
consumían: “Ahora ya ni eso”, dice con una mirada de infinita tristeza.
El campo está devastado por la falta de estímulo y apoyo gubernamental y
también por la violencia. La narcoguerra no sólo vació los pueblos,
también el campo.
Los niños a veces se quedan con hambre, algo que Gabriela mitiga con
galletas de animalitos y tortillas con sal o manteca. Platico con ella
en su casa mientras los niños corren y ríen. Dos de ellos son obesos.
Gabriela tiene apenas 35 años, pero parece de 50. No hay ninguna
amargura en sus palabras, pareciera más bien que su discurso esta lleno
de resignación: “Que le vamos a hacer, todo está muy caro. Ni modo.
Antes comíamos mejor con poco, ahora ya ni eso”.
Gabriela pertenece, sin saberlo, a los más de 11 millones de mexicanos
pobres que ni siquiera pueden comprar la canasta básica valorada en 864
pesos mensuales, con la cual, el Consejo Nacional de Evaluación de la
Política de Desarrollo Social (Coneval) mide la línea de pobreza
extrema. También forma parte de los casi 26 millones de pobres
alimenticios; y está incluida en la estadística de los 56 millones de
pobres que existen actualmente en México, es decir, la mitad de la
población.
Sólo en dos años, del 2008 al 2010, más de 5 millones de mexicanos
pasaron a esa condición. La Escuela Superior de Economía del Instituto
Politécnico Nacional (IPN) observa un aumento del 35 por ciento en la
intensidad de la pobreza en Chiapas, Guerrero, Veracruz y Tabasco;
aunque la afectación es generalizada en todo el país y peor aún en la
zonas rurales donde el ingreso de las familias ha caído en los últimos
años un 40 por ciento.
El incremento de la pobreza en México ha sido paulatino y endémico
durante los gobiernos priístas, pero en los gobierno panistas ha
aumentado considerablemente. Sólo durante el sexenio de Vicente Fox, el
número de pobres creció en diez millones; con Felipe Calderón, durante
sus primeros cuatro años, la cifra superó los 12 millones.
¿Qué han hecho estos gobiernos tan mal para empobrecer a este país? El
argumento del gobierno calderonista es que los pobres aumentan a
consecuencia de la crisis mundial y en parte tiene razón, pero lo que no
dice es que el sistema económico aplicado por su administración no ha
generado crecimiento, y si no se genera riqueza, tampoco habrá ingresos
para los ciudadanos.
El programa económico de Felipe Calderón fracasó. La cifra de
crecimiento es inferior al dos por ciento. Lo métodos conservadores
aplicados tampoco han dejado una mejor distribución de la riqueza, ni el
incremento en el nivel de vida de los trabajadores que obtienen salarios
de miseria. Mientras los trabajadores no incrementen su poder
adquisitivo, el mercado interno seguirá seriamente perjudicado.
Durante su campaña, Calderón prometió combatir la pobreza: “Yo no sé si
el dinero del Gobierno es mucho o poco. Lo que sí sé es que lo que
tengamos tiene que destinarse primero a las cosas que son más
importantes para la gente. Deben destinarse a construir puertas para que
la gente pueda salir de la pobreza. La puerta más grande que quiero
abrir para que la gente pueda salir de la pobreza es la puerta del empleo”.
Calderón no sólo fracasó en el combate a la pobreza, también en la
creación de empleo. Durante su sexenio se han perdido más de 5 millones
de empleos. Y el ejército de “ni-nis”, que en su mayoría son “ni-nas”,
tiene su origen en esto. Los jóvenes representan el 53 por ciento de la
población desocupada de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (INEGI). Los que tienen empleo tampoco viven
mejor. Hay más de 10 millones de mexicanos ganando 53 pesos diarios que
alcanzan para poco o para muy poco.
Cuando veo a Ernesto Cordero, virtual candidato a la Presidencia por el
Partido Acción Nacional recuerdo su declaración sobre lo bien que se
puede vivir con 6,000 pesos mensuales. Tal vez, el señor Cordero nunca
ha tenido dificultades económicas, seguramente no sabe lo que es el
hambre, tampoco las trampas para engañarla a base de galletas de
animalitos o de tortillas con sal como los hijos de Gabriela.
Por encima de las ideologías, la pobreza de los mexicanos debería
ofender a todos los mexicanos; sin importar el partido. Debería
avergonzarnos a todos, no sólo a quienes la producen con salarios de
hambre y políticas empobrecedoras. Debería movilizarnos para exigir un
cambio de rumbo, el fin a un modelo económico fracasado y salvajemente
perverso. Debería sensibilizarnos para apoyar toda medida que tienda a
disminuir el alarmante aumento de familias que sobreviven en esta
lamentable condición. Debería hacernos ver que el aumento de pobres a
nadie beneficia porque significa desigualdad, aumento de criminalidad,
más violencia, pérdida de valores… Y debería hacernos reflexionar a la
hora de emitir nuestro próximo voto.
Deseo un México distinto, más justo, más noble, donde el abismo entre
ricos y pobres no siga aumentando de manera inmoral como ahora; donde la
distribución de la riqueza sea equitativa, donde todos podamos gozar de
la vida y la crianza de nuestros hijos sin preocuparnos por la comida,
la vivienda, el transporte, el vestido, la educación…
Que el hombre más rico del mundo viva en Estados Unidos o en un país
europeo más equilibrado en su distribución de la riqueza es normal, pero
que el hombre más rico del mundo, Carlos Slim Helú, viva en un país
donde la mitad de la población es pobre, es verdaderamente obsceno. El
hambre de la mitad de los mexicanos habla muy mal de las fortunas de los
ricos de México.
Lo dijo John F. Kennedy: “*Una sociedad libre que no puede ayudar a sus
muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos*”.
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