Ricardo Rocha
Peña Nieto: un hombre feliz
Peña Nieto: un hombre feliz
Sin duda tiene suerte. Político frágil al que suelen levantar los aironazos y las tempestades, aunque siempre cae de pie una vez que amaina la tormenta.
Pocos hombres públicos en la historia de este país pueden presumir de haber resistido trances políticos y personales tan escandalosos, y no sólo sobrevivir, sino fortalecerse en su largamente anunciada aspiración de ser Presidente de México. Es más, desde ahora, aun sin trascender formalmente el ámbito del Estado de México, es ya uno de los hombres más poderosos. Prueba de ello es que en su partido, el PRI por supuesto, se da el lujo de ungir al señor Moreira como nuevo dirigente y árbitro que supuestamente habría de pitar a su favor en el segundo tiempo del 2011. Es por eso y más, que Enrique Peña Nieto se cree, se sabe y se siente presidente.
Y aunque en política nadie puede comprar el destino, la abundancia de sus recursos proyecta esa certeza anticipada. Y habiendo otros precandidatos más sólidos en su propio partido, él ya se siente inalcanzable. Porque ha sabido tejer un complejo y vasto entramado de intereses y complicidades que —desde hace al menos tres años— trabajan en su favor, y desde ahora se reparten posiciones y cargos en ese hipotético gobierno. Añada usted el más gigantesco de los aparatos mediáticos de todos los tiempos operando mañana, tarde y noche para que el peñanietismo parezca una aplanadora por ahora imparable.
Además, dentro de unas pocas horas, el gobernador vecino del DF será de nuevo protagonista no sólo de las primeras planas de los diarios y los noticieros “serios” de la radio y la tele, sino también de las secciones de espectáculos y revistas del corazón a las que es tan afecto: contrae nupcias con una popular actriz de telenovelas, poniendo fin a una viudez que lo marcó al inicio de su gobierno.
Pero, por si fuera poco, Peña Nieto está feliz porque hasta sus adversarios políticos trabajan para él. Ahí están los de la izquierda haciéndose pedazos unos a otros. La senadora Polevnsky gritando el martes que el PRD “tenía” que postularla porque así lo mandaba la militancia en una encuesta que a propósito nadie ha visto. Todo para que el miércoles dijera a media voz que siempre no, que todavía no era candidata, sino sólo una propuesta de López Obrador. Que reconocía que en las primeras encuestas —que tampoco nadie ha visto— el ganador era Alejandro Encinas, pero que cuando este dijo que “ya no iba” pues ella se trepó al primer lugar.
Hace tres semanas entrevisté por cierto a Encinas, a quien tengo por hombre íntegro, además de reconocerlo como uno de los pocos dirigentes de izquierda que lo ha sido desde siempre sin pasar por el PRI. Me dijo que no descartaba ser candidato pero que había que respetar los tiempos del partido. Hoy, Encinas está desaparecido y se especula que presionado para una renuncia absurda que daña la opción progresista y a él lo pone bajo sospecha. Por eso nos debe una definición.
Mientras tanto, a los izquierdosos, esos que también trabajan para Peña Nieto, sólo les falta gritar: ¡Que vivan los novios!
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