Las izquierdas, el qué y el cómo
Octavio Rodríguez Araujo
Octavio Rodríguez Araujo
El gran problema de las izquierdas de estos tiempos es que hay muchas teorías” y ningún camino más o menos claro para hacerlas realidad. Vivimos algo así como un periodo (que no ha sido corto, por cierto) de incertidumbres, de búsquedas, de propuestas ideales que se quedan en lo ideal, de debates en el terreno de la abstracción en el que muchas especulaciones son confundidas, deliberadamente, con “nuevas filosofías”. Los autores de moda, algunos con discursos muy atractivos para los jóvenes rebeldes, lo único que han hecho es discutir entre ellos para demostrar las debilidades “del otro” y reivindicar su “filosofía” como la buena y la correcta. Han faltado, a mi juicio, las propuestas viables para no sólo redefinir a las izquierdas sino para señalar el rumbo y las acciones que las rediseñarían frente a las derechas y el gelatinoso centro.
Todos estos autores de moda, que largo sería citar, son revisionistas (tal vez en el buen sentido de la palabra) de lo que en su tiempo plantearan Marx y Engels y algunos de sus revisionistas de aquellos años, ya muy viejos para nosotros.
Qué bueno que se han querido revisar muchos de los viejos planteamientos que supuestamente correspondieron a una fase ya superada del capitalismo del siglo XIX y de principios del XX. Y digo qué bueno porque ciertamente el mundo ha cambiado muchísimo y a un ritmo verdaderamente vertiginoso. Son tan rápidos los cambios, que nos rebasan incluso para su comprensión, como los que ocurren con ciertas tecnologías: compro una computadora y a la semana resulta ya obsoleta en muchos sentidos, e igual pasa con los teléfonos celulares y cientos de artefactos que usamos todos los días. Sin embargo, la esencia del capitalismo y sus principales leyes sistematizadas por Marx no han cambiado en lo sustancial, por más que su forma y sus “tripas” sean diferentes y cada vez más complejas.
Se le critica a Marx que hiciera del proletariado la clase revolucionaria que terminaría por enterrar el capitalismo (que no fue exactamente así), pero ahora se reivindica, con el mismo papel, a las clases subalternas, excluidas, marginadas, la multitud y con muchos otros nombres que suelen resumirse con el cómodo calificativo de “los de abajo” (¿qué tan abajo?) sin tomar en cuenta la diversidad de intereses, formas de pensamiento y de objetivos de todos ellos. Se habla de ciudadanos, de sociedad civil, de comunidades que sólo existen en la fantasía de quienes quieren verlas como tales sin tomar en cuenta el individualismo y la diversidad de quienes las conforman, etcétera.
Si la sociedad de los de abajo fuera como la imaginan los “nuevos filósofos” del siglo XXI, los jóvenes (incluso niños) no serían atraídos, por ejemplo, por el narcotráfico. Se confunden las “comunidades efímeras” (verbigracia por servicios municipales) con las que lucharían contra el capitalismo. Y aun entre éstas hay diferencias, pues unas aspiran al socialismo y otras a la autogestión de tipo anarquista: a la democracia de los excluidos, como si el hecho de ser relegados los hiciera personas capaces de renovarse radicalmente y llegar a un estado de perfección definitivo, como señalara Mannheim al explicar el quiliaismo. Y, por si no fuera suficiente, unos quieren un socialismo como el mal llamado “realmente existente” (los nostálgicos) y otros de tipo socialdemócrata al estilo escandinavo que ya empieza a tener fisuras y a presentar contradicciones serias; unos lo quieren sin tomar el poder y otros tomándolo, para realizar los cambios (¿cuáles, concretamente?) desde abajo o desde la esfera del Estado.
El ahora tan criticado Lenin señaló alguna vez que los trabajadores, por el hecho de serlo, no eran revolucionarios. Y siguiendo a Marx (y a Hegel), se refirió a la conciencia, a la conciencia de sí y para sí, es decir, la conciencia de identificación con quienes están en situación semejante y aspiran a algo también semejante. Pienso que algo similar tendría que ocurrir con la sociedad (con el pueblo o fracciones de éste, con los excluidos y marginados). ¿Y cómo adquiere el pueblo esta conciencia, cómo descubre las raíces antipopulares del modelo neoliberal y del mismo capitalismo? Este es el gran enigma. Antes se pensaba que el partido vanguardia jugaría ese papel, y ahora se ha descartado, sin más, esa posibilidad y se ha caído, pienso, en una confianza exagerada –sin bases reales– en la capacidad de la sociedad civil, de los de abajo, de los excluidos, en su organización autogestionaria (sin jefes ni jerarquías, pues) para cambiar el mundo. Esto suena como una utopía extática (así con x) sin sustento en la realidad. Si los pueblos fueran como quisiéramos que fueran no votarían por sus enemigos más evidentes para que los gobiernen.
Hace cosa de cinco años Frei Betto escribió: “La crisis de la izquierda no procede sólo de la caída del Muro de Berlín. Es también una crisis teórica y práctica. Teórica: la de quien enfrenta el reto de un socialismo sin estalinismo, sin dogmatismo, sin sacralización de líderes y estructuras políticas. Práctica: la de quien sabe que no hay salida sin retomar el trabajo de base, reinventar la estructura sindical, reactivar el movimiento estudiantil e incluir en su agenda las cuestiones indígenas, raciales, feministas y ecológicas”. Lo que no nos dijo fue ¿cómo se logrará superar esa crisis de la práctica sin idealizar la autogestión de la sociedad (desigual como es), sin líderes ni organización, tal y como es planteada por muchos movimientos y filósofos de moda? El cómo, lo digo con honestidad, es el que me inquieta, pues el qué, aunque no lo tenemos bien identificado, debería de ser más sencillo de percibir, aunque sea por lo que no debe ser el mundo en que vivimos.
A Antonio Delhumeau, amigo y compañero de generación en la UNAM, con tristeza por su fallecimiento
http://rodriguezaraujo.unam.mx
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