¿Existe un Estado mexicano?
Jorge Camil
Jorge Camil
Pudo haber usado un verbo menos agresivo, como desmantelar”, pero eligió el más fuerte, “desguazar”: “El desguace del Estado mexicano”. Así tituló el sociólogo español Ignacio Sotelo su artículo del viernes pasado en El País. Y no es sorprendente que los usos del verbo en los diccionarios del español se refieran al desmembramiento de coches viejos. Tal vez así nos ven los intelectuales europeos, como un coche desvencijado listo para el desguace. Es la impresión que damos. Lo sorprendente aquí es que al interior del gobierno seguimos esperando que la patética “guerra contra el narco”, recientemente festejada por Obama, y el vistoso pero inútil aparador de los “Diálogos para la seguridad”, nos hagan el milagro.
Otros, la “ridícula minoría” despreciada por Felipe Calderón, se encomiendan desenfadados a la “Virgen de los sicarios” de Fernando Vallejo, adoran en miles de narcocapillas clandestinas, son devotos de Jesús Malverde y se vuelven fieles de la Santa Muerte. Hay pocos países tan esquizofrénicos, donde el golpe de pecho coexista con el espiritismo y los santos seculares.
¡Cómo descansó Felipe Calderón con la derrota de la Propuesta 19! Le cambió la cara, de suyo malhumorada. Porque de haberse destapado California hubiese tenido que justificar una vez más la estrategia que no va a ninguna parte, el costo estratosférico del embate militar, las violaciones flagrantes a los derechos humanos y los 30 mil muertos sembrados en el territorio nacional: sicarios, soldados, madres y padres de familia, estudiantes, niños: todos mexicanos. En este sentido Calderón sigue fiel y religiosamente los pasos de George W. Bush en su “guerra contra el terrorismo”. Está atorado como aquél en el mismo tema e insiste en continuar militarizando el país (Bush, al menos, destruyó un país que no era el suyo).
La aprobación en California (el principal mercado de la mariguana mexicana) es cosa de tiempo, de muy poco tiempo. Ahora no pasó porque no le concedieron mayor importancia: la mariguana es cosa de todos los días. Lo que sucedió es que el electorado, como en la lucha libre, se enfrentó a opciones más divertidas: Obama y los limpios del Partido Demócrata vs los enmascarados republicanos y el Tea Party. Se divirtieron con Sarah Palin.
La semana pasada, desafiando los convencionalismos, un invitado al programa de Bill Maher encendió un carrujo y lo ofreció con descaro a los demás panelistas. No se acabó el mundo. No aparecieron obispos esparciendo agua bendita ni exorcistas quemando incienso. No llegaron los marines. Cuando un par de invitados aceptó la oferta me pregunté: ¿por esto han muerto 30 mil mexicanos, para que un Estado que no vela por los pobres se dé baños de santidad? Para que la droga, que hoy está por doquier, “no llegue a nuestros hijos”. Aunque les lleguen las balas…
Para Sotelo, los miles de víctimas son únicamente síntoma de algo mucho más grave: el debilitamiento del Estado. Asegura, como muchos, que el Ejército es el instrumento menos idóneo para doblegar a las mafias; no son un enemigo externo al que se deba combatir a sangre y fuego. Son, eso sí, una parte gangrenada de la sociedad, “con amplias ramificaciones en el aparato del Estado”. Asegura que ante el “vaciamiento y ulterior declive” del Estado mexicano la sociedad quedó a merced de las más diversas fuerzas sociales, económicas, empresariales y sindicales (¿la mafia satanizada por López Obrador?)
Del desguace del Estado mexicano Sotelo acusa directamente a Carlos Salinas, convertido en hacedor de presidentes priístas. Abrió la economía y privatizó miles de empresas del sector público, y con eso “puso en entredicho al Estado corporativo del PRI”. No obstante, parafraseando la poética epístola de San Pablo sobre el amor, yo diría que en nuestro sistema político el poder todo lo sufre, todo lo disculpa, todo lo perdona.
Sotelo se pregunta perplejo: “¿cómo ha sido posible que la liberalización de la economía y la instalación de una democracia de partidos… haya traído consigo el derrumbe progresivo del Estado?” La respuesta es sencilla: nuestra supuesta “democracia de partidos” (nuestra partidocracia) es sólo un espejismo perverso que socavó al Estado, envolviéndolo en una lucha de intereses mezquinos para negociar cotos económicos y de poder, mientras el país languidece sin esperanza y se hunde en una vorágine de violencia y corrupción.
En días pasados el ex procurador Eduardo Medina Mora, embajador en Gran Bretaña, habló en Escocia ante un grupo de banqueros internacionales. Las preguntas fueron sobre el narcotráfico, la violencia y los efectos de ésta en el crecimiento económico. El embajador, inteligente, se defendió lo mejor que pudo, pero es imposible ocultar lo que aparece diariamente en Internet. Imposible tapar el Sol con un dedo. El epígrafe de Rayuela en La Jornada del domingo pasado lo explica todo: “quisiéramos publicar más noticias optimistas. Desafortunadamente no las hay”. Para Sotelo “nada hoy importa tanto como tomar conciencia de lo que puede arrastrar el desmoronamiento del Estado”. México no podría ser mejor ejemplo.
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