La jerarquía católica, de nuevo de espaldas al pueblo
Por Jorge Canto Alcocer
Justo cuando “Human Rights Watch” dio a conocer su demoledor informe sobre la estúpida “guerra” de Calderón, la Conferencia del Episcopado Mexicano, la élite de la jerarquía católica de nuestro país, produjo una escalofriante declaración, señalando que las víctimas de la “guerra” han sido sólo “algunas”, producto de escasos “errores”, y de ningún modo una consecuencia sistemática, generalizada y deleznable de la política gubernamental.
“El gobierno está haciendo su tarea”, declaró el secretario del organismo, Víctor Rodríguez Gómez, minimizando y hasta descalificando el impactante documento de la ONG, cuyos informes en otras ocasiones han sido tratados prácticamente con la misma credibilidad de la Biblia, cuando se trata de países con procesos populares y revolucionarios, como los casos de Cuba y Venezuela.
No sorprende esta postura, a decir verdad. La jerarquía católica se ha distinguido a lo largo de la historia mexicana –y desgraciadamente de muchos otros pueblos- por estar en contra de los intereses del pueblo y en favor de las oligarquías, sin tomar en cuenta valores como la justicia, la dignidad y la vida misma.
Así, la jerarquía católica festinó las ejecuciones de Hidalgo, Morelos y otros tantos miles de patriotas durante el proceso de Independencia; apoyó con descaro el criminal imperio de Iturbide; participó de manera protagónica en las traidoras negociaciones que establecieron la triste y ridícula opereta de Maximiliano; negoció tras bambalinas con el antiguo comecuras Porfirio Díaz para afianzar y expandir su poder; fanatizó a miles de campesinos contra el Estado Revolucionario, para luego abandonarlos a su suerte durante la cristiada; bendijo la matanza de Tlatelolco; apoyó al apátrida régimen de Salinas de Gortari; apapachó y apapacha a varios de los líderes de los cárteles más sanguinarios del país; y ahora da un nuevo espaldarazo al ilegítimo y su criminal y estúpida empresa.
A contracorriente de sus corruptos líderes, cientos de sacerdotes, congruentes con sus creencias y comprometidos con su grey, han acompañado las luchas populares, preocupados cristianamente por el bienestar humano. Desde los ya mencionados Hidalgo y Morelos hasta el actual Padre Solalinde, muchos han sido los pastores que continúan multiplicando panes y peces pese al desvergonzado comportamiento de las jerarquías. Y millones de cristianos de todos los credos están luchando día con día primero por sobrevivir y luego por transformar este México que tantas desgracias sufre.
Hoy la jerarquía católica se ha aliado con los criminales que nos han conducido a una caótica tragedia. Su respaldo a Calderón hay que entenderlo en el marco de los privilegios extralegales que han recibido y la impunidad con la que violan las leyes que limitan la actividad religiosa al ámbito espiritual. Tan sólo hace unos días los medios ventilaban el absurdo de restablecer la educación fanática y anticientífica en contra del paradigma de la educación laica que domina en nuestro país desde los tiempos del juarismo.
Dentro de la campaña sucia y negra a favor de la reacción y en contra del movimiento popular, las jerarquías católicas seguramente jugarán un papel fundamental. Responder a ella es un deber moral de los intelectuales comprometidos. Guardarles consideraciones a los traidores con sotana no sólo es incongruente sino contraproducente. Nuestra historia nos lo demuestra inequívocamente.
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