TENDAJÓN MIXTO
Un Estado nuevo y una economía para la gente
Jaime Ornelas Delgado
Además de las características ya conocidas del capitalismo como modo de producción basado en la explotación de los trabajadores y en su capacidad depredadora del ambiente, existe otra que se generaliza en estos tiempos de dificultades a la acumulación de capital: la superación de las crisis se hace a costa de sacrificar el ingreso de los asalariados.
Como hace tiempo se oía decir, los peores efectos de la crisis siempre se arrojan sobre las espaldas de la clase trabajadora. En efecto, lo mismo en Grecia que en Italia, España o México, a quienes con su trabajo crean la riqueza se les ha reducido el salario real, se precarizan las condiciones laborales, aumenta el tiempo para la jubilación y se reduce el monto de las pensiones, tanto como las prestaciones sociales conquistadas mediante sacrificadas, y muchas veces heroicas cuando no desiguales luchas reivindicativas.
En el mundo donde domina el capital, aun en tiempos de bonanza para los capitalistas, éstos se resisten a pagar lo que legítimamente corresponde a los trabajadores, pero esta negativa se acentúa en las épocas de crisis generadas por el propio funcionamiento del capitalismo y acentuadas por la codicia, la especulación y la superexplotación de los trabajadores por parte de los dueños del capital. En esas épocas aciagas, lo primero que se hace es atentar contra las remuneraciones de quienes solo disponen de la venta de su fuerza de trabajo para sobrevivir en un mundo donde su trabajo es fundamental en la creación de la abundancia que no disfrutan y donde se criminaliza su lucha por obtener una mayor proporción de ella.
Por supuesto, las crisis en el capitalismo son inevitables puesto que derivan de la contradicción fundamental de este modo de producción expresada como la apropiación privada de la riqueza producida socialmente. Como el errático comportamiento de la economía evidenció la incapacidad del mercado para autorregularse, apresurando así la aparición de las crisis, John Maynard Keynes a mediados de la década de 1930, propuso la intervención del Estado en el proceso de producción de mercancías, prolongando los tiempos de expansión y auge económico y acortando los de recesión y crisis, para asegurar con ello la hegemonía del capital sobre el conjunto de la sociedad. Esa es, por supuesto, una posibilidad que hoy, ante el fracaso del neoliberalismo, ensayan nuevamente diversos gobiernos sobre todo europeos, sin embargo existen otras.
Una de ellas, la que nos interesa destacar aquí, se refiere a la construcción de un Estado que intervenga poniéndose al servicio de la gente y no del capital. Es decir, se trata de un modelo posible de economía que impulse la producción y el empleo, cuyos frutos se distribuyan equitativamente entre la población trabajadora para elevar de manera real sus niveles de vida. Para lograrlo, es indispensable que el Estado se renueve y asuma la responsabilidad de conducir el desarrollo impulsado por la creación de empleo y la distribución del ingreso y no como su resultado.
Por supuesto, no se trata del actual estado que en México ha perdido capacidad para regular el proceso económico, sino de uno distinto capaz de combatir la desigualdad y apoyar la construcción y reconstrucción de las cadenas productivas, las que sea necesario crear para estimular el crecimiento de la economía y las que destruyó el neoliberalismo con su proyecto maquilador. Sin duda, en un modelo así es imprescindible el impulso a la educación y al diseño de un sistema de ciencias y tecnología capaz de satisfacer las necesidades del país, y no sólo las del capital. Esta es en términos generales, la propuesta del “Proyecto Alternativo de Nación”, que se complementa con el fortalecimiento de la economía para lograr una mayor competencia interna y competitividad internacional que nos de firmeza en la globalidad y fortalezca la economía popular que tenga en el hogar su unidad económica fundamental. Todo ello basado en la planeación sectorial y regional con participación social.
Por supuesto, muchos quisiéramos más pero en todo momento es indispensable distinguir entre lo deseable y lo posible; apropiarse hoy de lo posible, para comenzar a construir lo deseable. Para hacerlo, el Nuevo Proyecto de Nación propone la construcción del poder social, que “es la materialización política de la soberanía popular y la fuerza que desatará procesos de emancipación que modificarán la dominación cultural y la opresión de la sociedad.”
No se trata de un programa electoral, sino de la propuesta de una nueva nación, solidaria, fraterna, incluyente, próspera y democrática, sustentada en el poder social, el poder la gente que toma para sí las riendas de su presente y su futuro.
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