viernes, septiembre 30, 2011

Javier Sicilia : El mal y la miseria moral




El mal y la miseria moral
Javier Sicilia

El mal, como lo abordé en mi anterior artículo, El amor abstracto del presidente (Proceso 1819), puede provenir de una idea intoxicada del bien, de un amor por lo abstracto. Puede también provenir –en el caso de los delincuentes que secuestran, corrompen, torturan, decapitan, desmiembran y asesinan– de la miseria moral de nuestro tiempo, de un extravío de lo que Dostoievski, con la lucidez espiritual y psicológica que lo caracterizaba, llamó “la gran idea”.

La definición no es la más acertada que haya acuñado el escritor ruso. Sin embargo, guarda el sentido profundo de una degradación que supo detectar en su época, una degradación que derivó en el horror del estalinismo y la dictadura comunista, y que hoy, con otro rostro, el de las sociedades de mercado, se ha instalado en nuestro país. No designa, como lo pretende la explicación sociológica, la miseria material, aunque ésta ayude a ello –de lo contrario tendríamos un asesino en cada despojado del sistema capitalista–. Designa, en el espíritu profundamente religioso de Dostoievski, algo que no sólo comenzaba a repugnar a los radicales rusos de su época, sino que continúa repugnando a las conciencias modernas: el amor cristiano, el ágape, que nace de un contacto con lo sagrado. “Una persona –escribe Dostoievski en voz de Aliosha Karamazov– no puede vivir sin algo sacro y precioso de su niñez”. Los “padres de hoy” no poseen ninguna “gran idea” que puedan trasmitir a sus hijos. Y, sin embargo, “sólo una gran fe de esa índole es capaz de hacer nacer algo hermoso en la memoria de los niños, como en realidad puede hacerlo aun a pesar del más duro ambiente de la niñez, de la pobreza, y a pesar incluso de esa misma suciedad moral que rodeó sus cunas”.



En México, esa “gran idea” de la que hablaba Dostoievski, que el universo laico trató de mantener viva en lo que por muchos años se llamó “civismo” –forma liberal de la ética, de las virtudes, que siempre imitan al amor–, así como en las materias humanistas, se fue desalojando en nombre de la eficiencia, la competitividad, el consumo, el éxito, la economía, como valores fundamentales de la existencia. Incluso, en las escuelas llamadas de “inspiración cristiana” –escuelas para los hijos de quienes han triunfado económicamente– las materias relacionadas con esa “gran idea” se han ido debilitando en función de la competitividad del Mercado.

Cuando los seres humanos, al igual que la sacralidad del mundo, se convierten en la mentalidad económica en “recursos” utilizables para obtener fines económicos –esa realidad que habita en la corrupción de las instituciones y que se expresa de manera sintética en esa expresión de Felipe Calderón cuando llegó a la Presidencia: “Haiga sido como haiga sido”–, la miseria moral se establece en el alma y todo adquiere una absoluta permisividad. Destruida cualquier sacralidad en la conciencia, el ser humano se convierte entonces en un medio, en un recurso manipulable para fines económicos, sobre el cual puede ejercerse cualquier tipo de incisión, desde el control institucional y la explotación económica –cuando se tiene acceso al poder legal– hasta el secuestro, el sometimiento de la libertad, la tortura o la destrucción –cuando se carece de cualquier medio legal para obtener un fin material–. Si hoy en México se secuestra, se tortura, se envilece y se asesina con tanta saña, es porque el Estado destruyó, en su afán por servir a los poderes de la economía, cualquier sentido de la sacralidad, cualquier sentido del bien, y lo sustituyó por la miseria moral de obtener bienes a cualquier costo humano.

Volver a “la gran idea” de la que hablaba Dostoievski es quizás una de las tareas más importantes que hoy en día tenemos en el país. Esto no significa, como quisieran ciertos sectores de la Iglesia institucional, volver a la enseñanza religiosa católica –una forma de lo ideológico que ya no funciona en un mundo plural–, sino reinstaurar la sacralidad del mundo y del hombre por encima de lo económico, recuperar –desde la memoria de una larga tradición espiritual que hoy se expresa y articula en diversas formas de amar y de decir el ágape– el sentido del cuidado de la vida y del servicio desinteresado que habita como una reserva moral en el corazón de la mayor parte de la gente de este país.

En un mundo cada vez más opaco y peligroso, es importante escuchar y seguir ese rumor de “la gran idea” que, como un río subterráneo, fluye por debajo del horror y de la miseria moral que habitan en las sociedades de mercado y en los reduccionismos ideológicos. En ese flujo invisibilizado por el horror –ese flujo que a lo largo de estos meses se ha expresado en el andar tan adolorido como amoroso de las víctimas– es donde se expresa la realidad de un mundo digno de todos los humanos.

Aunque el camino esté sembrado de sombras, ese flujo hace brotar briznas de hierba que continúan creciendo como destellos de esperanza. “Siempre –habla una brizna de hierba en un poema de Paul Eluard– el deseo, no la necesidad (…) Es más maravillosa una mano extendida, ávida, que todo lo que nos separa de lo que amamos. No dejemos que se perfeccione (…) lo que se nos opone”.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.

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