domingo, marzo 11, 2012

Operación terror : Jorge Canto Alcocer



Jorge Canto Alcocer
Operación terror


La jornada del viernes 9 de marzo ha quedado ya para la historia. La segunda ciudad del país en la anarquía total, sus actividades paralizadas, su transporte absolutamente desbocado. La aparente causa: la captura del jefe de una organización menor (el cartel de Jalisco), realizada a pleno día en una zona residencial de Zapopan, a unos kilómetros de la metrópoli tapatía. Además de los hechos ocurridos en Jalisco, balaceras y persecuciones se sucedieron, en distintos momentos del día, en otras capitales estatales y ciudades de primera importancia, como Monterrey, Saltillo, Durango y Xalapa.
Los hechos más graves, por mucho, fueron los ocurridos en Guadalajara y su área metropolitana, derivados, según comunicado del Ejército, de un “operativo militar de precisión”. ¿Precisión? ¿Cuando se puso en peligro la vida de decenas de miles de personas –incluidos cientos de niños de escuelas de educación básica que estaban funcionando al momento del operativo-? ¿Cuando con la mayor tranquilidad y calma decenas de células de la organización “atacada” recorrieron las principales arterias de Guadalajara y secuestraron e incendiaron 25 autobuses, retirándose con posterioridad en la mayor impunidad? ¿Precisión? Para morirse de la risa si no fuera por las vidas perdidas y los sufrimientos generados por otra de las macabras tragedias con las que los mexicanos nos sobresaltamos un día sí y otro también.


El operativo fue cualquier cosa menos un modelo de precisión. Por lo contrario, lo que parece es todo un montaje –ahora que se ha vuelto a poner de moda el caso Cassez y las producciones García Luna- realizado precisamente para causar zozobra, incertidumbre, terror entre los ciudadanos de la segunda ciudad más poblada del país, como ya ocurrió en Monterrey, la tercera en importancia.
Testimonios de primera mano de pequeños empresarios regiomontanos nos hablan de cómo el clima de pasmo e intranquilidad poco a poco comenzó a dar paso a un auténtico pavor en los dos últimos años. Una entrañable amiga, con la que en el pasado compartí preocupaciones por los derechos humanos, que fuera ejemplo de tolerancia y comprensión ante los problemas sociales, es hoy acérrima partidaria del control militar de las calles e incluso de la pena de muerte. “Aquí en Monterrey no se puede ni salir a tomar un café por las tardes. Estamos secuestrados por los criminales. Por mí, que venga el Ejército y mate a todos esos jovenzuelos que nos amenazan”, me externó no hace muchos días mi fraternal compañera de sueños históricos y archivísticos, ahora partidaria de una política de extrema mano dura.
¿Cuáles serán los pensamientos hoy en día de los miles de padres de familia cuyos hijos quedaron encerrados en medio del “operativo militar de precisión”? ¿Qué calvario pasaron durante esas interminables tres horas durante las cuales no podían ir a rescatar a sus pequeños, pues las calles estaban cerradas por los militares, mientras que en sus oídos retumbaban los disparos y las explosiones que estremecieron a Guadalajara y poblaciones aledañas? Nos lo podemos imaginar sin mucho esfuerzo: en su mayoría clamaban porque el Ejército aplastara a los “malos”, los desapareciera de la faz de la Tierra por cualquier medio, que ocurriera lo que fuera con tal de que pudieran por fin estrechar entre sus brazos a sus hijos, aunque el costo fuera la muerte de diez, de cien, de mil de esos “jovenzuelos” a los que se pretende responsabilizar unilateralmente de la violencia demencial que nos aflige.
Ya advertíamos en colaboraciones anteriores que la violencia no es sino una estrategia del Imperio para mantenernos de rodillas. Operativos como el que nos ocupa únicamente nos lo confirman. Total, los muertos, heridos, desaparecidos y víctimas atrapados en medio del fuego no son más que ciudadanos de “segunda”, habitantes del “tercer mundo”, estiércol para el Imperio pues.
Bajo la estrategia del terror, el ciudadano común generalmente reacciona de la manera más básica, dispuesto a renunciar a su libertad y a sus derechos con tal de que se les garantice la vida. Dada la descomposición generalizada del sistema y la coyuntura electoral, seguramente veremos más montajes en las próximas semanas. Nuestra única arma es advertirlo, nuestra única esperanza, lograr la conciencia social.

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