viernes, marzo 23, 2012
Día de fiesta de López Obrador… en el IFE : CARLOS ACOSTA CÓRDOVA
Día de fiesta de López Obrador… en el IFE
CARLOS ACOSTA CÓRDOVA
Nunca cerrada, la herida afloró hoy… justo en el lugar donde hace seis años se sentenció su derrota en pos de la Presidencia, y que lo llevó a peregrinar por todo el país, desde entonces, en busca de una segunda oportunidad.
No tuvo empacho Andrés Manuel López Obrador en señalar, de manera elíptica, pero en la mismísima casa del árbitro electoral –aunque hoy éste tenga otros rostros–, que el triunfo le fue arrebatado en la presidencial de 2006:
“Me da mucho gusto estar por segunda vez en esta ceremonia de registro, para volver a ser candidato a la Presidencia… y vamos de nuevo a participar… ¡y vamos de nuevo a ganar la Presidencia de la República!”
Así terminó Andrés Manuel su turno al micrófono, durante el acto protocolario de solicitud de registro, ante el Instituto Federal Electoral (IFE), como candidato a la Presidencia de la República por el Movimiento Progresista, coalición formada por los partidos de la Revolución Democrática, del Trabajo y Movimiento Ciudadano (MC).
Durante su intervención, López Obrador dejó atónitos a más de uno de los consejeros electorales que asistieron a la ceremonia oficial. Caras de sorpresa, de incredulidad, de hastío, de flojera, de… ¿quién se cree éste?
Y ello porque, efectivamente, el tabasqueño se mostró con su clásica irreverencia, haciendo reclamos y dictándole ¡a los consejeros electorales! lo que deben hacer y cómo hacerlo…
No era difícil presumir que alguno que otro de los consejeros se sintió agredido –por sus caras, por sus miradas entre sí– con las palabras de Andrés Manuel.
Y es que éste estaba incontenible:
“Ustedes, como autoridades electorales, tienen una gran responsabilidad. Espero que estén a la altura de las circunstancias. Que no se repita lo que sucedió en el 2006, que no se vuelvan a pisotear los derechos de los ciudadanos. Que se respete la voluntad del pueblo, que tengan ustedes la capacidad –con la ley en la mano– de garantizar elecciones limpias y libres”.
De plano, mohines de disgusto se veían en los rostros de, por ejemplo, los consejeros Sergio García Ramírez, Francisco Guerrero, Marco Antonio Baños, Benito Nacif.
Ceño fruncido, de inconformidad, de Lorenzo Córdova y María Marván. Inexpresivo, como siempre, Leonardo Valdés Zurita, el consejero presidente del IFE, que aguantó vara.
Mandíbulas apretadas, cuando el llamado candidato de las izquierdas quiso aleccionar:
“Dos cosas se deben de cuidar –lo digo de manera respetuosa, sin venir a dar lecciones de democracia a este instituto–, para garantizar las elecciones libres y limpias en nuestro país:
“Es fundamental cuidar que no se utilice el dinero del presupuesto, que es dinero de todos, para favorecer a partidos y candidatos, y que no se trafique con la pobreza de la gente, que no se compren los votos, que no se compren lealtades, que no se compren conciencias. Que sea el pueblo libremente el que decida por qué partido y por qué candidato va a sufragar.”
Los aplausos no se hicieron esperar en el vestíbulo del edificio principal del IFE, donde se ha realizado la ceremonia oficial de solicitud de registro de todos los candidatos presidenciales. Genuinos los de los acompañantes de López Obrador –los presidentes y secretarios generales de los partidos que lo postulan, entre otros líderes partidistasǂ; forzados los de algunos de los consejeros que lo hicieron sólo por corresponder, porque otros ni el intento hicieron.
* * * * *
Fue un día de fiesta en el IFE… bueno, en la explanada de los edificios principales. Ni con el priísta Enrique Peña Nieto –con todo y su Gaviota– ni con la panista Josefina Vázquez Mota –los dos más fuertes aspirantes presidenciales– se vivió lo que hoy con López Obrador. Pálido se vio, el festejo, la madrugada del jueves anterior, de Gabriel Quadri de la Torre, el candidato de Nueva Alianza (Panal), quien llegó al IFE con porras del SNTE, mariachi y tamaliza.
Ninguno, como López Obrador, dispuso de casi 800 sillas; templete para él y los dirigentes nacionales de los partidos que lo postulan –Jesús Zambrano (PRD), Alberto Anaya (PT) y Luis Walton (MC)– y su coordinador de campaña, Ricardo Monreal– y atril para su “mensaje a la nación”.
AMLO estaba citado a las seis de la tarde. Desde dos horas antes, el sillerío ya estaba casi lleno. Afuera de las instalaciones, nutridos grupos de seguidores –de los distintos partidos que lo postulan– se hacían presentes con mantas, pancartas y cánticos. Oficiales de Tránsito debieron cerrar el acceso de Viaducto Tlalpan al Periférico. Desquiciado el tráfico.
Adentro, la espera fue expectante. A cada vehículo que se aproximaba a la explanada, seguidores se acercaban para ver si era el candidato. Mientras, por distintos accesos, llegaban las “personalidades” que siguen a López Obrador.
Era un desfile. Atracción para reporteros gráficos y uno que otro solicitante de algún favor. En la pasarela, Carlos Navarrete, coordinador de los senadores perredistas y malogrado candidato a la jefatura de gobierno del Distrito Federal; el non sancto Martín Esparza, líder del sindicato de la extinta Luz y Fuerza; un delgadísimo Dante Delgado.
Alejandra Barrales, asambleísta, accediendo a toda solicitud de foto, con quien fuera: había que lucir el rostro agraciado, así sea con un poco de arreglos artificiales; el famoso Nico, esperando a su jefe. El diputado Armando Ríos Píter, presto a las entrevistas banqueteras, igual que Pablo Gómez.
Claudia Sheinbaum, Assa Cristina Laurel, Yeidckol Polevnsky, Laura Itzel Castillo casi pasan inadvertidas, pero ahí estuvieron. Llamaron más la atención Jorge Arvizu El Tata, Dolores Padierna y Alejandro Encinas, que aún tiene “pegue” entre fotógrafos de prensa.
Nota dieron los Batres. Llegaron juntos los hermanos Martí y Lenia. Aquel, con acompañante femenina muy guapa, de la que nunca se separó, siempre de la mano, cariñosos, empalagosos, que ni atención pusieron al discurso de Andrés Manuel. Es más, salieron del acto como en “trenecito”, él detrás de ella, pegaditos. Amorosos, pues, como la República que propone el tabasqueño.
Para nota, también, las llegadas del aún priista Manuel Bartlett –en la paradoja, símbolo del fraude electoral de 1988 que le negó la Presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas– y de Manuel Camacho Solís, igual expriísta –también en la paradoja, protagonista del arribo de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia en 1988.
Ambos llegaron muy en solitario. Sin perro que les ladrara. Nadie detrás suyo. Ni reportero que se interesara en su presencia.
Por fin arriba el candidato. Puntual, a las seis de la tarde. No en una soberbia camioneta blindada como Peña Nieto, sino en un Jetta blanco, placas 295XXD, sin más acompañantes que tres guardias de seguridad. Pero apenas llega y la gente se arremolina en torno suyo. Y el griterío de sus huestes no se hace esperar: “¡Presidente!” “¡Presidente!”.
Y los coros ya conocidos: “¡Es un honor, luchar con López Obrador”, repetido decenas de veces. Y López Obrador se deja apapachar. Se toma fotos con múltiples solicitantes. Sin sorpresa: muchos lloran, chillan al verlo. Él apenas puede –por la presencia tumultuosa de seguidores, reporteros, fotógrafos– avanzar al edificio de los consejeros electorales.
Es más, ni siquiera llega a la Oficialía de Partes. Valdés Zurita ya lo espera en la puerta y, entre el tumulto, van al acto oficial. La gente, como en cualquier acto de López Obrador, enardecida, canta, grita… Otra vez, el Salvador ha llegado.
* * *
Pero resulta que el candidato, después del acto protocolario, se contradice y pone en entredicho, al menos en el dilema, a la autoridad electoral.
Cerró su discurso frente a los consejeros electorales con un dicho que, minutos después, no honraría. Dijo al final de su intervención: “Nosotros siempre vamos a respetar la legalidad; siempre he sostenido que, al margen de la ley, nada; y por encima de la ley, nadie. Estamos por una auténtica, una verdadera legalidad.”
Pero se le olvidó que es tiempo de veda electoral o de “intercampañas”, en que no se puede promover el voto ni la propuesta o plataforma electoral.
Y justo en la casa de quienes definieron eso, López Obrador organiza un mitin en el que, precisamente, llama al voto para sí –“somos la opción del cambio verdadero” y “no más de lo mismo”– y expone el decálogo que conforma su propuesta electoral que, dicho sea de paso, es la misma propuesta populista del viejo PRI: subsidios, becas, dinero, servicios gratis, empleo y trabajo para todos… que todo lo pague el gobierno, en suma.
Y repitió propuestas que incumplieron los gobiernos recientes: crecimiento económico de al menos 6% y creación de un millón 200 mil empleos cada año.
“Porque nosotros sí sabemos cómo hacerlo y porque tenemos la capacidad”, soltó.
Palabras, pues, de candidato.
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