Cuba: ¿Y viene el Papa?
LEONARDO PADURA
Engalanada con luces y pinturas brillantes acaba de abrir en un barrio de la periferia habanera la dulcería La Caridad. El negocio privado de nuevo tipo ocupa el local anterior de una modesta vivienda y, nada más con ver su aspecto y ofertas, se advierte que tiene aspiraciones de grandeza.
A unas pocas cuadras, en el mismo barrio alejado del centro, funciona el lujoso restaurante cubano-italiano Il Divino, desplegado en la terraza de una mansión estilo campestre-colonial.
Entre sus atractivos se cuenta el hecho de ser la sede del club de Someliers de Cuba, apoyado por la existencia de una prodigiosa cava subterránea donde reposan varios miles de botellas de vinos italianos, españoles, franceses, chilenos, australianos, algunas de ellas de edades provectas y precios de espasmo.
En las calles de esa misma zona de la capital cubana se cuentan por decenas los vendedores ambulantes de vegetales, bisutería, artículos industriales, comidas ligeras.
Negocios como éstos –y otros de los permitidos por las recientes leyes cubanas destinadas a ampliar y apoyar el llamado “trabajo por cuenta propia” y hasta la contratación de trabajadores por los privados– brotan en los rincones más inesperados y a veces hasta aparentemente apartados del país, como una explosión de capacidades y necesidades durante varias décadas postergadas y anatemizadas por el centralizado modelo económico socialista, que en su momento los prohibió y durante años los combatió como si fueran el enemigo (al menos de clase).
En uno de esos comercios emergentes, mientras esperaba ser servido, uno de los clientes le preguntó a su acompañante algo que, en aquel ambiente de eficiencia y deseos de prosperar, bien puede revelar los modos de pensar que hoy recorren la isla del Caribe. “Oye, ¿y por fin el Papa viene a Cuba?”, preguntó la persona y su acompañante terminó de iluminar la situación con su respuesta: “Me parece que sí”. Entre ambos, por cierto, realizaron un consumo de 150 pesos, algo así como un tercio del salario medio estatal cubano.
Hace 14 años, cuando se acercaba la visita al país del Papa Juan Pablo II, es posible que a muy pocos cubanos se les ocurriera hacer semejante pregunta. Todo el mundo sabía que venía y hasta cuándo venía el pontífice y además tenía alguna expectación por lo que pudiera provocar o dejar su paso por la isla. Pero entre aquellos meses de 1997 previos al acontecimiento y los días de hoy, en vísperas de la visita de Benedicto XVI la mente de los cubanos parece haber dado más giros de los que resulta factible contar.
Unas pocas semanas atrás, al concluir el recorrido pastoral que realizó por todo el territorio nacional la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, la gente mostró un fervor religioso, o cuando menos una curiosidad, que parecía impropio de un país en el cual se promovió la práctica del ateísmo científico como política de Estado. En calles, pequeñas capillas, conocidas iglesias, las personas se reunieron para acercarse a la Virgen y oír los mensajes de los padres católicos. El cierre de la peregrinación se produjo ante una multitud congregada en una amplia avenida habanera cercana a la catedral.
El sentimiento religioso, incluso preservado en secreto durante años por muchas personas, resulta, pues, una realidad incontestable. Pero, ¿y la visita del Papa?
A diferencia de lo ocurrido entre 1997 y 1998, cuando se acercaba y al fin se producía la llegada de Juan Pablo II, hoy los cubanos tienen en muchos casos los mismos e, incluso, nuevos problemas. Sólo que en aquellos tiempos todavía estaba fresca la eliminación de discriminaciones políticas y sociales respecto a los ciudadanos con creencias religiosas, mientras un manto de inmovilidad había caído sobre la sociedad cubana.
En la actualidad, cargados de preocupaciones terrenas, la gente parece esperar menos (si acaso una bendición celestial) de la visita del Papa y mucho más de sus propias capacidades y empeños.
Es como si muchos hubieran decidido aplicar la vieja máxima judía: cuando alguien sufre una desgracia, debe orar, como si la ayuda sólo pudiera venir de la providencia; pero al mismo tiempo debe actuar, como si sólo él pudiera hallar la solución a la desgracia.
La más leve ruptura de los estrechos márgenes establecidos por el Estado socialista para la práctica de la iniciativa individual y la consiguiente posibilidad de búsquedas independientes, de vías para mejorar las condiciones de vida de las personas, ha generado muchas más energías y preocupaciones que altas cuestiones de política e incluso de fe. Muy poco parece interesarles a una cantidad notable de cubanos si los visitará el Papa y cuándo.
Ellos son algunas de esas mismas personas que, meses antes, mientras corrían tras la imagen de una virgen cubana, también esperaban oír de las autoridades que por fin ellos, como cubanos, tendrían la eventual posibilidad de acceder a internet gracias a un cable de fibra óptica que parece haberse perdido en el mar, o de viajar libremente al extranjero gracias a la reforma de unas leyes migratorias que no acaban de reformarse, entre otros sueños desvanecidos o postergados.
La gente parece pensar que los problemas materiales de los que ganan poco y viven mal difícilmente se podrán resolver, aquí y ahora, con visitas pontificias. Los que ganan más y aspiran a prosperar, deben considerar que los suministros, los impuestos y la competencia son sus más urgentes problemas. No es de extrañar, entonces, que no anden demasiado expectantes con simbólicas presencias papales en la isla del Caribe. Sus necesidades son, ahora mismo, terriblemente terrenales.
*Escritor cubano. Su más reciente novela es El hombre que amaba a los perros. Este artículo se reproduce con autorización de la agencia IPS.
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