jueves, marzo 15, 2012

Al punto de prostituir la muerte de un hijo : María Teresa Jardí



Al punto de prostituir la muerte de un hijo
María Teresa Jardí


No deja de asombrarme la ingenuidad de los que se sienten protegidos por el hecho de que los delitos pasen a ser conocidos por las instancias federales, cuando a final de cuentas la PGR es el más acabado de los ejemplos de instituciones que una vez desarmadas en su estructura ética garantizan justamente el que, una vez llegada ahí, la denuncia desaparezca dejando impune el delito y lo mismo da que se trate de mujeres asesinadas que de periodistas ejecutados. Me asombra el que sigan fingiendo los legisladores que vivimos en un Estado de Derecho. Lo que además es gravísimo porque al no querer ver tampoco se está atacando la cúspide de nuestros problemas, resultando todo el resto inútil.
En un país donde desde la cabeza misma del Ejecutivo federal se realiza, a nombre de una falsa guerra, una limpia de pobres. Falsa guerra de consecuencias atroces que le hace cargar al pueblo mexicano con el estigma de ser productor de “Zetas”.
De “Zetas” --y nadie tendría que hacerse ni la menor esperanza de que las cosas son de otra manera-- que fueron producidos, como se producen las partes de los automóviles, como seres producto de una mezcla entre los kaibiles y los torturadores que entrena el imperio yanqui para controlar a países como el nuestro que, con gobernantes entreguistas y a modo, se convierten en tan sólo unos años en manos de la derecha partidaria, en repúblicas bananeras.


Los kaibiles fueron entrenados como asesinos brutales por el imperio gringo para integrar las milicias guatemaltecas. Y esos sujetos que debieron ser asesinados en su propio país cuando los guatemaltecos tuvieron la oportunidad de deshacerse de ellos y que fueron recibidos aquí, en el mejor de los casos, lo más probable es que hayan sido solicitados, por algún funcionario a modo del desgobierno foxista fueron entrenados para cortar incluso cabezas en la escuela del imperio yanqui productora, de entre los criminales, de los más malditos. Y en esa misma escuela fueron entrenados también los grupos de elite del Ejército nacional y de la Policía Fderal que prófugos o debidamente comandados, por alguien tan protegido por Calderón como García Luna, se tornaron en “Zetas” y esos y el resto de paramilitares, sin importar el nombre que tengan, más temprano que tarde también se irán convirtiendo en asesinos en serie porque su adicción a la adrenalina, entre otras sustancias adictivas que los enloquecen, les va a exigir el escuchar los gritos de dolor clamando, por una clemencia cancelada en el torturador, y el olor a la sangre de sus víctimas que acompaña a los entrenados como asesinos compulsivos. Y no son rescatables, que nadie se haga ilusiones.
Y el mismo aparato encargado –de nombre-- de “procurar justicia” convertido en la realidad en nuestro mayor problema. El mismo aparato que crea a estos seres terribles, se alza con un poder corruptor que se extiende ya de manera clara hasta los padres de las víctimas que al servicio de individuos impresentables como García Luna, ya han llegado al punto de prostituirse lucrando con el dolor hasta de la muerte de sus hijos. Y buena cuenta al respecto está dando Isabel Miranda de Wallace. Una mujer a la que el aparato procurador de justicia la lleva a creer que su dolor le da el conocimiento como experta jurista, al grado de cuestionar no sólo a un ministro de la Corte sino el avance de la humanidad en materia del respeto a los derechos humanos, sin darse cuenta que de respetarse aquí los mismos su hijo estaría vivo o, en todo caso, ella habría podido enterrarlo. Siendo obvio que las horas en manos de policías y ministerios públicos sirven para encubrir y no para resolver de acuerdo a las pista reales que no desaparecen cuando se respeta de manera impecable el proceso.

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