El buen vivir
Jaime Ornelas Delgado
Todo nuevo proyecto de nación exige la resignificación de todas aquellas teorías, conceptos y categorías que, en su momento, se construyeron en los países más desarrollados del capitalismo y que, desde el poder, se tradujeron al lenguaje vernáculo para ser utilizadas en el proceso mediante el cual se forjó la dominación capitalista en nuestros países. Teorías y categorías coloniales, entre otras las referidas al desarrollo, desempeñaron su papel en la dominación dependiente de nuestros países, cuya cultura y formas de ser fueron despreciadas por los colonizadores externos e internos.
El desarrollo fue una forma de negar nuestra identidad y las posibilidades de un rumbo distinto al imperial y supeditó la economía, la cultura, la política y todos aquellos aspectos filosóficos, jurídicos e, incluso, éticos a las necesidades del proceso de acumulación capitalista. En México, bajo el capitalismo ha importado siempre más la ganancia del capital que la producción de valores de uso; la satisfacción de las necesidades de la gente, sólo importa si, con ello, los dueños del capital logran maximizar sus utilidades. Por eso, hoy, hablar de desarrollo de ninguna manera satisface los requerimientos de un nuevo proyecto de nación.
La nueva sociedad que es preciso construir, no sólo debe organizarse para producir más de lo mismo –visión del desarrollo identificado con el crecimiento económico–, sino que, además de diversificar su estructura productiva, habrá de constituir un sector social de la actividad económica basado en la solidaridad, la cooperación y la sustentabilidad y no en la explotación, la opresión del trabajador y la depredación de la naturaleza.
Esa nueva organización económica tendrá como objetivo garantizar el buen vivir de la población; buen vivir consistente en la satisfacción plena de las necesidades materiales, culturales y sociales de la población y, al mismo tiempo, establecer relaciones armónicas entre los individuos y comunidades y entre la sociedad y la naturaleza. Conviene enfatizar, que la naturaleza deberá ser totalmente desmercantilizada, formar parte de las propiedades del pueblo y, en consecuencia, no sujeta a procesos de compra–venta o concesionada al capital bajo ninguna circunstancia.
El buen vivir no pretende ser definido e imponerse para homogenizar a la sociedad, su virtud es que tanto las necesidades a satisfacer como las relaciones armónicas de la sociedad con la naturaleza, son una búsqueda social, una determinación colectiva en proceso continuo de construcción.
Pero sin duda, el buen vivir ha de acompañarse de una nueva y distinta forma de vida democrática. La democracia representativa, en la cual los electores eligen pero no deciden, pues a los sufragantes se les convence de que eligen a quien se supone más capaz de tomar las decisiones que el ciudadano común no puede tomar, es cada vez más limitada y ha dejado de ofrecer opciones políticas a sociedades que aspiran a ser más participativas, demandan tomar parte de la toma de decisiones que le incumben y ser agente activo en la aprobación y evaluación de las políticas y las acciones gubernamentales. El movimiento social ya no quiere ser marginado ni excluido de la vida política, reivindicada como actividad ciudadana por excelencia.
Por eso la democracia debe cambiar de signo y dejar de ser meramente representativa para convertirse en una democracia participativa, en la que el pueblo tenga la capacidad real de decidir la manera cómo se instituye el Estado y cómo se gobierna; es decir, una democracia que pone en movimiento a una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.
El buen vivir puede ser una opción si logra hacerse sangre y carne del movimiento social, si éste asume la dirección del rumbo que ha de seguir la sociedad mexicana. Lo que es inviable, es pretender continuar un modelo como el actual basado en el consumismo, la mercantilización de la vida en común, el despilfarro de energía, la producción que destruye la naturaleza y donde la actividad política queda en manos de “expertos” marginando a la gente del ejercicio del poder y la conducción del Estado y sus aparatos.
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