La importancia de la salud social
María Teresa Jardí
Para convertir en adicto a las drogas a un pueblo, el procedimiento es bastante sencillo y lo mismo da que la decisión se tome por los que manejan el poder o que venga de quienes deciden enriquecerse de manera ilícita por fuera del poder, aunque haciendo el favor a los que detentan el poder, de elegir, como forma de vida, la venta de un producto, al que el poder ha convertido, en clandestina su venta. Porque así es como deja dinero a raudales. Sin importar tampoco a los que manejan el poder que la clandestinidad traiga consigo dosis inauditas de violencia. Violencia que igual sirve para que un llegado “haiga sido como haiga sido” haga una limpia de pobres. Queriendo mentirosamente convencer, en el discurso, que lo hace porque un redentor se considera. Aunque también le quede claro a Calderón que acaba el mandato, que la mayoría de mexicanos no le otorgó en las urnas, convertido en genocida.
Se elige a una persona que pueda incidir en un círculo y se le dan a probar las drogas que enseguida lo enganchan. Lo enganchan, como enganchan otras adicciones, incluso porque son lo más redituable que les ha pasado en la vida a los que todo se les ha cancelado por el sistema.
Y la suma de círculos acaba por convertir en adictos a inmensos sectores sociales. Y con una rapidez que pasma, el fenómeno se generaliza cuando la decisión viene del poder como ha sucedido en México.
Cuando no es una decisión de Estado la de convertir en adicto a un pueblo, como sucedió con el mexicano hasta antes de la llegada de la derecha tecnócrata, los narcotraficantes enfrentan, de entrada, dos complicaciones difíciles de vencer cuando se dan juntas. Por un lado se tienen que enfrentar a la educación, que es la prevención por excelencia. Y por el otro, correr los riesgos que supone la venta del producto ilícito cuando realmente es ilícita su venta. Y por eso los narcos eligen trasladar la droga a los pueblos que han sido convertidos en adictos. Y por eso México, a lo largo de muchos años, no fue un lugar de consumo. Y por eso México fue un país de paso, hasta antes de la llegada de la derecha neoliberal al poder.
La sanidad social prevaleció mientras se conservaron las ideologías, que son las que brindan la esperanza de luchar “por un futuro que siempre va a ser mejor”. Se acabó la sanidad cuando el imperio ordenó a los apátridas gobernantes mexicanos, como antes les había pedido sembrar opio para sus soldados que regresaban de Vietnam pirados, que convirtieran al mexicano en pueblo adicto. Y se aceptó y se impulsó, queda claro, que por la derecha política al servicio del imperio, a la que los amos del imperio, es obvio que, también, desprecia. Con la llegada de la derecha tecnócrata al poder es que se empezó a convertir al pueblo mexicano, como mecanismo, consensuado con los gringos, en adicto.
No sé si el hecho se dio en escuelas y prisiones de manera conjunta. Pero me queda claro porque testigo fui, de cómo se fueron generando los círculos a base de convertir en adictos a jóvenes presos que a punto se encontraban de salir de la cárcel, en la época de Salinas, cuando era secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios.
Escribí, entonces, que sólo se podía entender el fenómeno para que una vez afuera estos jóvenes convirtieran a otros en adictos, como una forma ilegal de cobro de cuotas extras por parte de la policía. Pero aunque igual haya sido una patente de corso para los directores de los reclusorios, los custodios y las policías, es obvio hoy que el hecho era una política de Estado. Mañana sigo...
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